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Capítulo 3

- Suficiente. -

- ¿ Suficiente? - Gordon arqueó las cejas. - ¿Crees que Aron se detendrá? - dijo, su voz ligeramente alterada. - Te guste o no, esta es la verdad, a mí también me da escalofríos, lo sé, y he visto muchas cosas desde que estoy aquí – se recompuso mientras pronunciaba esas palabras. - Entonces, volviendo a lo que dije antes, lo que quiero decirte, Karla, es que ahora mismo tienes el poder de cambiar la vida de cientos de personas, tal vez el futuro de la propia GOGHO. Sé que lo que te estoy preguntando no es nada, así que no me contestes, ahora no. Pero piénselo, por favor. Necesito tu ayuda. Ayúdame a conseguir justicia. Puedo asegurarte que haré todo lo necesario para protegerte a ti y a tus padres. -

Karla se encontró sacudiendo la cabeza antes de que él terminara su discurso. ¿Cómo podía preguntarle algo así?

- Está bien – Gordon inclinó la cabeza y sacudió la cabeza. " Hemos terminado ", dijo, y medio segundo después la silla de Karla rozó el suelo. - Pero satisface mi curiosidad - la detuvo, - ¿Qué había en el vídeo? -

No lo había olvidado.

- ¿Video? - repitió como si no supiera de qué le estaba hablando.

- Exacto, ese que no sé cómo acabó esa mañana en el escritorio de mi oficina, que mencionaste inmediatamente después del tiroteo y que ni siquiera tuve tiempo de reproducir. -

- Yo… no me refería a su vídeo, sino a uno que había visto poco antes, sobre lo que había pasado – revolvió. - Fue una coincidencia. -

" Coincidencia ", repitió, soltando una carcajada. - Una palabra que afortunadamente no creo - dijo, luego frunció los labios en una mueca. - Puedes irte – dijo, levantándose de la silla y cogiendo unos papeles que dio unos golpecitos en la mesa para ordenarlos. Pero unos segundos y se retractó de esa frase, - Espera - dijo, un segundo antes de que Karla llegara a la puerta. " Una cosa más ", dijo, volviéndose hacia ella. - Ese chico, Dick Grayson... -

Karla frunció el ceño, de repente irse ya no era tan importante para ella. Dejó deslizar la palma de la mano que ya había agarrado el pomo de la puerta y se volvió hacia él, con los ojos entrecerrados, atenta.

- Cuando le pregunté por qué había arriesgado tanto, dijo: "¿Qué estarías dispuesto a arriesgar para salvar a la persona que amas?". -

El corazón de Karla dio un vuelco al escuchar eso. - ¿Porqué me estas diciendo esto? - le preguntó, al fin y al cabo iba en contra de sus intereses.

- Porque es algo muy bonito y dudo que se lo haya dicho. -

Había hecho lo que tenía que hacer, se había quitado esa carga de encima y, sin embargo, una vez fuera no se sentía mejor. Debería haberse sentido libre, ligera, pero en cambio su estómago se contrajo y una maraña de zarzas le comprimía el pecho.

Era una sensación incómoda que no podía explicar.

- Ámbar. - Un chasquido de dedos ante sus ojos. - ¿Todo está bien? -

La realidad volvió a ella en un abrir y cerrar de ojos. - Sí, sí – respondió ella apresuradamente, centrando su mirada en su padre.

- Ponte la chaqueta o tendrás frío - le dijo él asintiendo.

No hacía frío y, aun así, vio a su madre frotándose las manos y escondiéndolas en los bolsillos de su abrigo, a Tyler subiéndose la cremallera de su chaqueta y a dos agentes que acababan de bajar del coche haciendo lo mismo.

- ¿Crees que es cierto que nevará? - dijo uno de ellos, levantando la vista hacia el cielo.

- No, el tiempo dice muchas tonterías - respondió el otro. - Es el dieciséis de abril. -

Abril, pero hacía frío como si fuera invierno. Ella también había sentido el aire frío cuando salió de casa esa mañana y, sin embargo, ahora había algo diferente. Podía sentir cómo se deslizaba a través de las costuras de su ropa y rozaba su piel, pero no sabía si había hecho calor o frío. Y fue entonces cuando se dio cuenta: ella era el problema. Fue ella quien ya no sintió nada.

- Ámbar – le devolvió la llamada su padre, suavemente, tomando su chaqueta de la mano y colocándola sobre sus hombros. - Habla, vamos. -

Ella sacudió la cabeza, como para enfatizar el hecho de que no pasaba nada. - Nada en realidad. Solo estaba pensando - trató de tranquilizarlo, pero su padre la conocía, y seguía mirándola esperando que ella le revelara sus pensamientos. Karla evadió. Su madre estaba al lado del auto, deteniéndose para hablar con... - Tyler – lo tiró allí - No lo necesitamos, papá. Ya no. -

Su padre suspiró y miró al niño. - Sí, tal vez, pero me siento más segura con él. Un poco más de paciencia, ¿vale? - le preguntó, y Karla asintió aunque de mala gana. - Hazlo por mí y por mamá. Un mes, si todo es normal lo despediré. -

- ¿ Promesa? -

- Promesa. -

¿Pero realmente todo volvería a la normalidad a partir de ese momento? No tenía una respuesta y, sin embargo, no había hecho más que preguntarse.

De regreso a casa, era casi la una y su madre había pedido el almuerzo en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. No vendía comida para llevar, pero su empresa les había ganado un caso importante hacía algún tiempo y desde entonces el propietario había vigilado a su familia. Su madre ordenaba allí cuando no tenía ganas de cocinar, lo cual era frecuente, o había algo importante que celebrar.

Ese día, según Karla no había motivos para celebrar, pero su madre no pensaba lo mismo y al final, por si fuera poco, incluso abrió un Krug Brut Vintage de .

- ¿Es realmente necesario? - le había preguntado Karla, en voz baja, cuando él le entregó la copa de champán.

Ella, con una sonrisa en los labios, había hecho chocar el vaso con el de él. - Al final de esta aventura - le había dicho.

Karla enarcó una ceja y arrugó la frente, luego se llevó el vaso a la cara y observó cómo las burbujas subían y explotaban en la superficie como si pudieran hablar y darle la respuesta que tanto estaba buscando. Pero ese no fue el caso, y después de unos segundos cerró los ojos y se los tragó todos de una vez, con la esperanza de apagar el ruido en su cabeza al menos por un tiempo. Pero eso no la había abandonado ni por un momento, al igual que las palabras de Gordon, que arrogantemente seguían raspando sus pensamientos.

Entonces sus padres fueron al estudio, y dado el retraso que esos días les habían hecho acumular, ni siquiera habían esperado la hora de apertura.

Si no hubiera sido por Tyler, habría estado sola y tenía que admitir que, a pesar de todo lo que había dicho, era reconfortante saber que él también estaba en la casa. E incluso si no era algo agradable ni siquiera pensar en ello, cuando estaba ahí y no podías verlo como en ese momento era aún mejor.

Ella resopló mientras caminaba entre la cocina y la sala, y con un gesto de la mano se recogió el cabello. Desde que sus padres se fueron él había estado yendo y viniendo sin encontrar la paz. De repente se dejó caer en el sofá, se hundió y cerró los ojos, pero al cabo de un par de segundos ya estaba de nuevo en pie.

Fue a la cocina, abrió la nevera, miró dentro unos segundos y la cerró sin sacar nada. Luego llegó el momento de las estanterías, pero ni siquiera sabía lo que buscaba.

En cierto momento, sus ojos se detuvieron en la puerta del estudio, y sin siquiera darse cuenta se encontró dentro. Se sentó en la silla detrás del escritorio, estiró los brazos sobre la mesa y se reclinó contra el respaldo acolchado.

Suspiró mientras miraba la etiqueta dorada que tenía el nombre de su padre. Lo tomó en su mano y tocó sus refinados grabados.

Precio de Steve. Abogado.

Su madre se lo había regalado una tarde como aquella, al azar. - Un día lo pondrás sobre el escritorio de tu estudio - le había dicho ella cuando se lo entregó. - Los malos temblarán cuando escuchen tu nombre - bromeó después. Pero no se rió, porque lo único que podía pensar era: "Ella cree en mí".

Ámbar sonrió. Su padre se lo había dicho tantas veces que ahora escuchaba su voz cada vez que miraba ese objeto.

Su madre siempre había creído en él. Incluso cuando ella era la única que lo hacía. Porque a diferencia de él, que provenía de una familia de juristas, su padre era hijo de dos de los mejores médicos de la ciudad, y para ellos la elección de su hijo había sido peor que una puñalada en el pecho.

Por eso ese regalo siempre había sido especial para él. Y por eso nunca había obligado a Karla a estudiar derecho. Fue su elección hacerlo.

- Hagas lo que hagas - siempre le había dicho sobre este tema - te apoyaré. Siempre. -

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