CAPÍTULO I LA MINISTRA QUE PERDIÓ SU VESTIDO
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I
Días antes cuando la aureola fundida al ajado cielo no calentaba en exceso se había reunido con el Presidente. Los dos pasaron ese lapso pegados al secreto del despacho. ¡Eso no era extraño, no significaba más que trabajo! ella era una joven comprometida con sus principios y él, un caballero cauteloso y pulcro. En las calles cercanas aspiradas por la brisa a toda hora los autos avanzaban con velocidad de bicicletas, la policía vigilaba y requisaba a aquellos que juzgara sospechosos. Los pavimentos extensos de la gran entrada al Palacio se cruzaban con los rayos ultravioletas cegando a quien llevara la mirada desmedida, tirada al suelo en busca de objetos que no había perdido o simplemente desviara sus ojos de la guardia armada por miedo a que lo detuvieran para acusarlo de terrorismo, de ser refractario del estado o de cargar bombas en su mochila.
¡Ah! no es este el asunto, hay que abandonar la dilatada descripción de este escenario real y peligroso y remitirse a lo importante que no siempre es lo primero y, sin embargo, es lo que de verdad cuenta. En todo caso, en el “Resurgent Millennium” siendo alrededor de las 4:40 de la tarde las paredes se condensaban con un regaño que trastornaba el tímido e impotente oído del asesor con la siguiente reprimenda:
— ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¡imbécil! — Eser, su similar poseído en rabias que no le correspondían del todo, paseaba dando manotazos cortantes y ofreciendo agravios como si donara palillos de dientes. El asunto parecía una subasta idiota para dos en un pasillo lluvioso repleto de calor.
Kerem que desde el instante del incidente se percibió sobresaltado al igual que un cachorro perdido de su dueño en un centro comercial respondió:
— ¡No tengo idea! ¡no lo sé! ¡no recuerdo hecho semejante en alguna parte de la historia! ¡perdón, lo siento de veras! — su débil excusa resonó mucho después de que se tomara un tiempo mirándose los dedos con los que sin querer había desabrochado el vestido de la señorita F.
— ¡Has despojado de su ropa a la ministra! ¡No, no! — se corrigió de prisa — ¡se la has quitado de un tirón frente a las autoridades! ¡Ese canal de televisión que se encontraba presente se habrá vanagloriado, estaba trasmitiendo en vivo! ¿Tú lo viste no? ¡Los camarógrafos de los periódicos que han asistido al evento perpetuarán la mala noticia! — pausó para tomar aire en su cara roja y luego acentuó con mayor severidad — ¡Por tu culpa el mundo verá su temprana decadencia…! ¡Y a ti quizá te declararán un criminal! — golpeó sus palmas contra los costados de su traje — ¡Va, otro enemigo público, como si este país no tuviera bastantes ya!
Era verdad, Eser tenía razón el país estaba rodeado de terroristas, rebeldes y organizaciones, todos aquellos solicitaban según fueran sus fines.
— ¡En ese caso nada me salvará! ¡El fin ha llegado para mí! ¿qué propósito tiene esta conversación? — respondió Kerem aislado de esperanza y temblores internos.
— ¡Yo! — exclamó nuevamente el encendido asesor después de golpearse con gran fuerza el pectoral ¬— ¡Yo recogí su vestido, la pieza desprendida de su autoridad y todavía no sé si debía hacerlo! ¡Sabes que no es mi deber ocuparme de asuntos de mujeres, pero quién más iba a encargarse de su ropa! ¿tú que has salido sin prestarle ayuda? ¡La has abandonado en el peor momento! ¿Lo sabes? ¿Así que, qué tienes para decir? ¿qué le dirás a ella? ¿cómo la mirarás cuando te llame? ¡No estará contenta! — pronunciaba con rudeza y apuntaba a la playa como si la ministra estuviera bronceándose en la arena seca con la atmósfera de aquel sinsabor.
Eser era un hombre íntegro que respetaba a sus superiores, a cualquier superior para el que trabajara sin importar que este sujeto fuera extraño, tan poco usual como una mujer joven o tan escaso e imposible como una mujer desnuda. Asimismo, era tan inteligente que entreveía con claridad el producto gratuito e incomparable arrojado en manos de la prensa. Se habían apoderado de un vaso de agua prohibido y que posiblemente con dificultad volvería a congeniar con la normalidad. Eser la miró también, por supuesto, sin intenciones ni culpas y con sensatez en su corazón reconoció que no tenía derecho, comprendía que nadie era loable de privacidad alguna, que el asunto se había tratado de una sorpresa y que la misma le había impedido esquivar los ojos a tiempo. El hotel designado para la reunión era servil, pero no hasta ese punto. ¡El problema no venía de sus manos, eso ya era un alivio para ellos!
Las manecillas estiradas al suroeste y las marcas que generaban los segundos incrementaban la inflexibilidad de la situación. Los dos hombres jóvenes de pelo recortado condecorados con igual rango servil se ubicaban en la parte central de la habitación doble. El mueble de cuero en que Kerem se hallaba sentado se fruncía con el peso de su persona y el cúmulo de sus preocupaciones. Tras las amplias ventanas azul claras se vislumbraba un paisaje resplandeciente de la costa alargada; chispas en el agua y pequeños oros en la arena que ansiaban ser pisados no pasaban desapercibidos por los peces voladores y las aves marinas. Un tono verde pisaba la arena inerme y suelta que cambiaba de colores a la distancia y unas olas pequeñas venían a ahogar las espumas diminutas, y entonces, en la llama fugaz del líquido insistente el ágil movimiento se congelaba y regresaba con deslizamiento lento sobre sus pasos acuáticos sin obedecer el deseo verdadero de resistencia prodigado por el viento.
El asistente culpable estaba confundido, adiestrado, tanto que, tenía la absurda y forzada necesidad de observar por aquellas ventanas que se cubrían casi en su totalidad por las lamas blancas de las persianas. Daba la impresión de que el resto de los lábiles cristales, aunque claros y descubiertos se hubieran convertido en sus enemigos naturales o en la causa de su malestar. Para el asistente era la primera vez que la distancia se convertía en desleal y falaz, pues esta se había reducido al nivel de permitir que sucedieran desvergüenzas absurdas a manera de espectáculos inconcebibles.
— ¡Ella me va a matar! — se decía Kerem. Soportaba esa mortal inquietud tal y como se hace con una tortura, se la reservaba toda para sí. — ¡Ella me va a matar! ¡Nada lo impedirá porque me lo he ganado! — Desde el sillón se aturdía en inspeccionar la loseta pulcra que pisaba. No tenía valor para mirar a su compañero a los ojos, no soportaría ver la gravedad de la falta en su cara. No obstante, de vez en cuando levantaba la mirada aséptica con agresión hacia los bordes de su traje suspendido en sus hombros o al nudo de su corbata para que entendiera que, a él, no le temía y tampoco a sus palabras y que, quien debía reprocharle lloraba con asolada rabia en la habitación al extremo contrario del edificio.
El asesor al cruzar por el largo pasillo que lo había llevado a la suite se percató de un llanto apagado en la puerta de la ministra. Había distinguido que la mujer no solo lloraba, parecía acostumbrada a llorar con intensidad y que en esa situación evitaba ser ruidosa y desalineada. Supuso que ella jamás habría sufrido cosa semejante y que se habría enfadado de una manera nunca vista y tembló por dentro al imaginar cuál sería el designio de su corazón para él. Eser quería que ella fuera lo único en que pensara Kerem y él la tenía por imprescindible.
— ¡No sé qué diré! — respondió finalmente — ¡No sé si quiera, si deba hablarle, tratar de calmarla será inútil! ¡Tal vez me corresponda escucharla en silencio hasta el momento en que me inquiera, hasta que ella me diga: ¿no te disculparás conmigo? ¡Lo que has hecho no tiene nombre! ¿No dirás nada? ¡Pero a ti te digo que su cuerpo era bello y que, aunque lo que he hecho no ha sido un acto intensional, de seguro que la magnificencia de su cuerpo en ropa interior habrá gustado a bastantes! — mentía, no deseaba expresarse de ese modo, era una persona noble. Menos pertenecía a ese grupo de hombres que no ven más que cuerpos y perciben en la desdicha de otros la oportunidad del placer. Fue por ello, por lo que, una larga pausa resonó mientras luchaba por decir y no un comentario que le picara fuerte la frente al asesor que realizaba las veces de juez en una situación que no le importaba y que si le incumbía no le otorgaba ningún poder.
Acerca de Kerem, ni siquiera giró lo suficiente la mirada para observar los detalles de la figura femenina descubierta y menos quería ofender a la mujer que ahora se recluía y que, además, en un momento impensado se enfrentaría con él. Pronunció aquella locuacidad para que su acompañante dejara de examinarle los derrotados gestos y de cansarlo con lo que ya sabía que había pasado, naturalmente un accidente sin posibilidad de remediarse.
— ¿Es una estupidez no? — exclamó Eser — ¡No lo dirás en serio, imbécil! — Evadía el comentario deshonroso para insultar una vez más a su compañero — ¡Todo transcurría bien! ¿No sé por qué ha tenido que pasar esto?
Molesto y sin más interés de permanecer cerca suyo Eser salió de la sala límpida desprendiéndose un vello de su nariz y fingiendo satisfacción. Lo cierto es que nada le gustaba ¡Como sea! era el único exonerado del inescrupuloso incidente y de los residuos esparcidos por causa de este. Desapareció dejando solo al culpable, acababa de estampar su huella encima para que lo aplastara o por lo menos para que bloqueara su calma.
Kerem al apoderarse con incredulidad latente del silencio que deseaba se levantó de inmediato y descubrió los espacios que interrumpían el espectáculo dorado. Estos le habían incomodado al igual que guillotinas. Respiró con profundidad al mirar las olas por la ventana y volvió a sentarse en el sillón amplio y níveo con tal rapidez que percibió un dolor cuajado en las curvas de sus nervios sacros y lumbares. Frunció el sobrecejo en señal de que el adusto dolor había sido efectivo y continuó en lo suyo diciendo:
— ¡Ya me han criticado antes! ¡no, no! ¡esto no será una crítica, será una sentencia televisiva, una masacre pública, estatal, nacional! ¡Significará fusilamiento! ¡Me ahorcarán! ¡Yo qué sé! ¡Korkuyorum! (tengo miedo) — entendía que, aunque era indispensable encontrar soluciones las anomalías del entorno rechazarían sus intentos de unir pacíficamente sus pensamientos con el exterior.
Hay que aclarar, para la imagen de la ministra las ideas que se le ocurrieran al asistente no serían gran cosa, hiciera lo que hiciera continuaría sumergida en la vergüenza y era ella quien importaba. ¿De qué forma apaciguaría la relación que de hoy en adelante tendría con la señorita F? Para el asesor lo ocurrido significaba eternidades desagradables e inmóviles. ¡Y qué decir del espectáculo sucedido a la funcionaria! Las cámaras horribles apuntando con sus cintas y sus flashes monótonos y enfermos a sus tonificados senos, sus pezones paralelos a la superficie, a sus nalgas firmes, luminosas, abombadas, rayadas de belleza; tomadas desde el frente, desde debajo, de perfil, de atrás, de distinta especie tras el instante en que la ministra desnuda girara buscando una salida, rodaban en su cabeza como un chirrido que al ser escuchado pone rígidos los oídos. ¡Sin duda las primeras planas rebosarían con el acontecimiento!
Levantó la cabeza y su voz pronunció con lástima:
— ¡Asuman! ¡Asuman! ¡Envíame una señal cinco minutos antes de que decidas venir a hablar conmigo! ¡mándame una voz desprendida de tu presencia porque necesito huir de ti! — Un agrio temor chocó en su médula y pensó que se aliviaría saliendo del “Resurgent Millennium”. — ¡Debería desvincularme unas horas desaparecer es lo más sano para un cobarde y para un culpable como yo! — se dijo esperando que ese alejamiento actuara de medicina para tolerar regocijo en su cuerpo endeble que le daba la impresión de no resistir clemencia. Sin embargo, no estaba seguro de si la policía o el ejército que vigilaban afuera interpretarían su excusa como un plan de escape o una táctica para negarles el privilegio de su cabeza. — ¡Quizá debería regresar cuando Asuman ya no me espere! — pronunció con escaso anhelo — Por supuesto que eso era ilógico, ella lo esperaría toda la vida. Requeriría hablarle, escuchar su excusa y callarlo al instante si aquella justificación no la convencía. Pues para la ministra el olvido tal vez ya no estaría hecho a su medida.
* * *
La ministra después de ingresar a su habitación había recibido y lanzado en la alfombra el atuendo abierto para pisotearlo. Posteriormente se había sacado el sostén para corroerlo con furia, sentía fuerte rencilla con esa indumentaria que al enredarse con su vestido le rasgó el seno derecho con el alambre duro, de modo que, una molestia irritosa y bien ofrecida le obligó a quitárselo para vengarse. Si bien, no era esa la manera de proceder de una funcionaria sí era una de las formas en las que actúan las mujeres cuando las desnudan ante una cámara de diputados y ministros que se han reunido en estricto para cambiar la condición humana de un pueblo entero.
El pesado tiempo que en su habitación presionaba su espalda desnuda provocó que sus lágrimas recorrieran el óvalo de sus mejillas. En su soledad repasaba recuerdos grotescos de lo sucedido y un círculo de estupideces y motivaciones insatisfechas le desgreñaban los hemisferios y martillaban sus sienes blancas. Parecía que al igual que aquellos hombres, estas sensaciones sin forma quisieran aprovecharse sin una pizca de aplomo y de nuevo odiaba sin excepción. Su sentimiento se orientaba correctamente, su repudio balanceaba su autoestima. Su desnudez se hallaba convertida en una herida abierta en su dignidad y esta, en una pieza cruel de la vida que debía sopesar. El esplendente suceso había sido tan sorprendente y atractivo que incluso los diplomáticos que se mantuvieron indiferentes alcanzaron regocijos sugestivos. Respecto a los camarógrafos casi ninguno estuvo listo ni colocó los ojos en el visor en un principio, pues como es evidente en estos casos no existe lugar correcto sino prisas. No obstante, a pesar de ser una oportunidad tremendamente frugal; los lentes se incrustaron en su piel y carcomieron su dotada imagen en el corto tiempo que ella procuró su fuga.
La señorita F. aunque todavía sin ideas para superar su incidente, había conseguido oponerse a sus respiros desesperados y su pecho se batía con ternura. ¡Claro! no se apartaba en su totalidad de ese suspiro cortado y diferido que aparece cuando las lágrimas se han agotado, pero se quiere continuar con el llanto. Esa costumbre humana se convertía para ella en un acercamiento con un estado de la conciencia y la lástima, es decir, en pura gracia momentánea. Su furor había sido contundente, la ira le había dado valentía. El motivo de su sufrimiento estaba en el pasado, a lo mejor listo para nunca desaparecer, pues de un momento para otro, su realidad se había enfrentado con su felicidad como un regalo nada especial que la desencajaba del mundo.
— ¿Qué debo hacer ahora? — se dijo moviéndose y con su tacto apenas despierto. Había conseguido su ser un poco de tranquilidad, no de perdón. Ese era el problema que debía resolver. Si su madre hubiera estado cerca de seguro que hubiera tratado de tranquilizarla y de hacer pasar sus motivos para sentirse destrozada como infundados. Las madres por lo general tienen una perspectiva equivocada sobre los estados emocionales de sus hijos, es por ello, que no consiguen reanimarlos ni se excusan por su fracaso, cosa que no es una novedad y que si lo fuera sería incomprendida.
Aspiró su nariz de nueva Venus con suavidad, suprimió el efecto porque era una dama y colocó su voz en forma para articular con resignación legítima de nuevo.
— ¿Y ahora qué? ¿ah? — si lo pensaba con detenimiento no la habían desnudado, apenas descubrieron por un momento su imagen corpórea y ella era mucho más que un cuerpo con gracia circulando por todas partes o un ser humano desamparado dispuesto al lamento. Nadie vio sus pezones remarcados ni sus bellos púbicos; no se expuso más que en lencería, en bikini o ropa interior ¡y ese lugar era la playa! a pesar de ser joven, estaba ya muy crecida para no haber realizado ninguna de esas recreaciones al aire libre alguna vez en Europa o Asia. Si se hubiera concebido de esa manera habría hallado un pequeño agujero de escape, pero no miró esa luz. Para lograrlo, requería con intensidad que alguien la escuchara; una sola mujer simbólica y materna que la acompañara en su adversidad y la guiara, pero la habitación permanecía desolada apenas rodeada por corrientes confusas. Sus seres amados se hallaban exiliados de esa circunstancia y de la ciudad y ese figurado abandono la colocaba a favor de sus rencores en lugar de retenerlos.
¡Por piedad! Aún estaba a tiempo para corregir su odio, puesto que Kerem no merecía su aborrecimiento. Acaso en el momento en que la viera, él le mostraría una sonrisa de idiota preparada con el mayor de los cuidados esperando con ella calmarla y hacerla sentir mejor, incluso sin conseguirlo. Eso sería muy grave, debería formular, importaría más lo que pronunciara y no como tuviera confeccionada la cara. ¡Claro! A menos que no la fuera a tener de ese modo sino de otro.
Se puso de pie y se miró al espejo recogió con sus uñas brillantes su maquillaje regado en sus parpados y sus mejillas escarlatas por el albedrio de sus lágrimas. Y entonces comprendió que en ese instante no escogería entre indulgencia y resentimiento, debido a que las dos sobrepasaban su sensibilidad y que actuar bajo esa razón sin antes escalar los altos muros de la reflexión sería un despilfarro. Mejor resolvió esperar a que la lacia tarde le ayudara a decidir y no se atrevió siquiera a suponer si esta le daría una respuesta aciaga o estética.