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Capítulo 5

—¡Hola, Aradne! ¿Cómo te ha tratado mi manada?

Aradne se inquietó al escuchar una voz seductora que provenía desde fuera de su celda. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver a un hombre alto, con las cejas arqueadas y unos ojos lujuriosos que la devoraban con una mirada perturbadora. Forzando las palabras a salir de su garganta, preguntó:

—¿Quién eres tú?

—No tengas miedo, no te voy a hacer daño —comentó, aunque en su mente pensaba lo contrario. “Nos vamos a divertir” Abrió la reja y dio varios pasos hacia el frente. Con una sonrisa codiciosa continuó—. Nesfer no nos presentó, soy Ramsés.

La desconfianza en Aradne se incrementó al verlo entrar. Retrocedió un paso, pegando su cuerpo a la pared.

—Señor, ¿qué hace aquí? Yo... yo solo quiero que me saquen de aquí —expulsó de sus labios temblorosos. Ella llevaba días encerrada, sintiéndose al borde de la locura. A pesar de los intentos de consuelo de Sara, su único deseo era regresar a su hogar, junto a su mamá. Abrió los ojos con angustia y continuó rogando—. Tenga piedad.

Como si sus súplicas no importaran, él dio un paso más hacia ella y tomó un mechón de su cabello rojizo, inhalando su aroma.

—Tu aroma apenas se percibe, pero es como si estuviera inhalando flores frescas de diferentes olores —volvió a aspirar profundamente—. Qué olor tan exquisito.

—¿De qué habla? —Se frotaba las manos para darse fuerza—. No pertenezco a los lobos. Aunque mi padre haya sido un lobo, no tengo alteraciones ni rastro de loba.

—Interesante, eres una lobita pura. —Agrandando la curva de sus labios con malicia prosiguió—. Yo puedo sentir tu verdadera naturaleza, aunque no se haya revelado.

Ella no quiso dar importancia a lo que él decía; solo quería salir de allí. Se inclinó hacia adelante, arrodillándose frente a él levantó la cara y con las manos juntas frente su rostro, rogó.

—Señor, sáqueme de aquí., yo no tengo nada que ver con los pecados de otras personas.

—Es una dolorosa decisión que se debe ejecutar, mi querida Aradne. Además, si tu madre no hubiera huido, nuestras tierras y nuestra gente no estarían en esta situación de decadencia —se inclinó y la tomó por los hombros levantándola bruscamente—. Mejor ven conmigo. —La tomo de la mano izquierda y la sacó de allí rápidamente.

—¡Maldito, suéltala, no le hagas daño! —gritaba Sara con impotencia, tenía las manos aferradas a los barrotes viendo la figura de Aradne desaparecer frente a ella.

—¡Me está lastimando, suélteme, déjeme ir! —expresó Aradne, mientras era llevada por un pasillo con rapidez. Sentía que se iba a caer por lo apresurado que iba el hombre.

—Cállate y camina.

Al llegar frente a una habitación, Ramsés se llevó la mano a la chaqueta y sacó una llave. La colocó en la cerradura y giró rápidamente la manilla, abrió la puerta y jaló a Aradne hacia el interior, luego cerró la puerta detrás de él con el pie. Dio unos pasos hacia la cama y empujo a Aradne.

Ella cayó de espaldas en la cama, sintiendo un nudo en el estómago mientras el miedo se apoderaba de su cuerpo. No podía creer que ese hombre fuera a abusar de ella; en ese momento se dio cuenta de que no tenía escapatoria.

—Quiero darte una probadita antes de que empiece tu condena. Había escuchado la historia de tu madre, debió de ser hermosa para que el líder alfa perdiera la cabeza por ella. Con tus rasgos delicados, eres aún más hermosa de lo que imaginaba.

Ella rápidamente se inclinó y se arrastró hacia la cabecera de la cama. La mirada peligrosa de ese hombre la aterrorizaba, y su cuerpo comenzó a temblar. Deseaba con todas sus fuerzas que lo que estaba viviendo fuera una pesadilla. Arrinconada y en un intento desesperado por escapar, comenzó a gritar.

—¡Auxilio! ¡Ayúdenme, sáquenme de aquí!

—Grita todo lo que quieras, nadie vendrá por ti, tampoco podrás salir de esta habitación.

—¿Por qué ustedes son tan salvajes?

—Porque es nuestra naturaleza, es divertido ver el miedo en los ojos de nuestra presa —aspiró el aire con suavidad—. Y tú eres una omega deliciosa.

—¿Qué? ¿Omega? No soy loba, ya te lo dicho. No me puedes utilizar como una de ustedes.

—No te resistas —Entrecerró los ojos y curvó los labios de forma maliciosa—, Tengo una nariz sensible capaz de oler tus feromonas.

—Yo no huelo nada. Por favor no me haga daño —Rogó tragando saliva para no desvanecerse, mientras los nervios hacían estragos en su cuerpo.

—¡Yo sí! Hueles a omega, tus feromonas son una emanación dulce y suave que llama a los alfas a aparearse contigo. Siento un fuerte deseo sexual que no puedo controlar.

Ramsés caminó hacia ella, desabotonándose la camisa lentamente. Aradne sentía una profunda repulsión por ese hombre. Él la jaló por los pies, inclinándose hasta quedar frente a ella. Puso sus labios sobre los de ella, y al notar que ella apretaba la boca, gritó furioso.

—¡Abre la boca! —Llevo su mano derecha a la boca de ella e intentando abrírsela con dos dedos. Aradne abrió la boca y, ágilmente, mordió los dedos con todas sus fuerzas. Ramsés, al sentir el intenso dolor y buscando la manera de que lo soltara, levantó la otra mano y le dio un golpe en la cara.

—¡Maldita, cómo te atreves a morderme! Deberías dar gracias de que sea yo el primero en poseer tu cuerpo, o ¿quieres que te exponga a los demás lobos para que te profanen y no dejen nada de tu esencia?

Si me tocas buscare la manera de matarte —gritó furiosa.

Una carcajada resonó en la habitación. Ramsés, con una mirada oscurecida, desgarró de un tirón la parte delantera del vestido de ella, dejando sus senos expuestos. La lujuria se reflejó en su rostro. Con una mano, le agarró las dos muñecas y las colocó detrás de su cabeza.

—Tienes dos hermosas y redondas bellezas, podría perderme en ellas. Quédate quieta, si colaboras no tendrás laceraciones —colocó una de sus piernas en medio de las de ella tratando de abrírselas, con voz grave vociferó—. Abre las piernas.

Aradne no podía evitar que sus lágrimas se desbordaran como un río bajo una tormenta. Utilizaba todas sus fuerzas para mantener sus piernas cerradas. El lobo que tenía encima era robusto y sabía que no podría resistir por mucho tiempo, pero no se lo pondría fácil. Lucharía por su vida hasta el final.

—De mis garras no te vas a escapar. No conocerás a tu pareja destinada, pero antes de irte infierno, tendrás la dicha de estar con un alfa de tu misma casta —expresó, mientras le pasaba la lengua por el rostro y con la mano libre tocaba sus senos.

Aradne quería vomitar; sentía una repulsión profunda por el monstruo sobre ella. Se removía desesperadamente para quitárselo de encima, pero estaba agotada, sus fuerzas menguaban. El pánico nublaba su mente, deseaba no sentir, no escuchar, no ver esa cara retorcida. Cada vez más débil, su única esperanza era que todo terminara pronto.

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