Capítulo 3
Al amanecer, llegaron a la manada. Las personas que notaron la presencia de los caballos, vieron a una joven de cabellos rojizos y ojos violetas con la mirada perdida. De inmediato una mujer al saber de quien se trataba comenzó a insultarla.
—¡Capturaron a la bruja! ¡Que lleven a la horca a la bruja! La diosa Selene escuchó nuestras plegarias, pronto nos libraremos de la maldición.
La gente comenzó a rodear el caballo que montaba Aradne. Los insultos brotaron de sus bocas como una tormenta, acompañados de piedras que volaban hacia ella. Aterrorizada, Aradne vio en los ojos de la gente una mezcla de crueldad y rabia. Aquellas miradas la hicieron tambalearse y, presa del miedo, cerró los ojos, temiendo lo peor.
Gedeón, al ver a la gente alterada, jaló la cuerda de su caballo y se posicionó al lado del caballo de Aradne. Con furia, volvió a jalar la cuerda, haciendo que su caballo relinchara y se levantara en dos patas.
—¡Basta de insultos! Regresen a sus obligaciones. Si llegan a hacerle daño a la chica sin permiso de su rey, se atenderán a las consecuencias —expulsó con una mirada sombría.
La gente asustada por la actitud del alfa, se dispersaron murmurando y apretando los dientes. Algunos guerreros estaban aliviados de que su gente no le hicieron daño a Aradne, se miraban entre sí, sintiendo pena por ella, conscientes de que no podían hacer nada.
Aradne, al escuchar esas frías palabras, abrió los ojos y miró a Gedeón. Al ver su rostro rígido y sin ninguna expresión, sintió cómo su corazón se hunde en su pecho y las pocas esperanzas que tenía de salir ilesa de esas tierras se desvanecían. Solo le quedó agachar la mirada y sentir el caballo moverse con lentitud.
Nefer estaba en su despacho cuando uno de sus hombres entró para informarle que habían capturado a la bruja. La hija de la mujer a la que había odiado desde el momento en que la vio entrar en la mansión. Recordó las lágrimas derramadas de su madre por el amor de un hombre que ni siquiera la miraba, y el distanciamiento de su padre hacia él, por una simple extraña que no pertenecía a su raza, pero que su padre se había obsesionado con ella hasta su muerte. Estaba lleno de resentimiento y solo quería hacer sufrir a la hija de esa bruja.
Se levantó bruscamente de su asiento y, acompañado de su amigo, camino a pasos acelerados hacia la entrada de la mansión.
Nefer observaba cómo se acercaban los caballos y se detenían frente a él. Al ver a un guerrero ayudar a bajar a una joven de cabello rojizo, sus labios se curvaron en una sonrisa agria. Luego Gedeón tomaba a la joven por los hombros y la arrastraba hacia él, Nefer fijó sus ojos en los encrespados ojos violetas de la joven. La escaneó con la mirada y pensó: " Esta vez encontraron a la verdadera hija de la hechicera. Contigo en mis manos podré ejecutar mi venganza".
—Su majestad, Hemos encontrado a la hija de la bruja escondida en las tierras altas de Drion, entre las montañas rocosas, Tal como ordenó su padre he cumplido con la misión —informó Gedeón, empujándola con fuerza hacia adelante.
Aradne se tambaleó y cayó de rodillas, sintiendo un dolor punzante que la obligó a apretar los puños con fuerza. Levantó bruscamente la cabeza para echar un vistazo al hombre frente a ella, un escalofrió recorrió su cuerpo al percibir la malicia en su mirada.
—Buen trabajo, alfa Gedeón. Como siempre, mostrando lealtad a tu líder y a tu gente —pronunció Nefer. Sin apartar la mirada de Aradne—. Así que tú eres la hija de la bruja que hechizó a mi padre y nos trajo desgracias a nuestra manada. Por fin conozco a la bastarda, eres tan hermosa como tu madre.
Aradne se sobresaltó al escuchar esas palabras. Ella desconocía por completo la historia de su verdadera madre; todo lo que sabía era lo que su madre adoptiva le había contado y los comentarios que escuchaba en la aldea cuando los guerreros llegaban en busca de jóvenes con su misma apariencia, llevándoselas sin que se supiera más de ellas. Las lágrimas no tardaron en nublar sus ojos. Con desesperación Aradne suplicó con voz temblorosa.
— Señor, no sé de qué habla. No conocí a mi madre ni su historia. ¡Por favor, déjeme ir! ¡No me mate! —Las lágrimas inundaron rápidamente sus mejillas. Con temblor en sus manos, se llevó los dedos a los ojos para apartar la humedad que bloqueaba su visión—. Está equivocado, yo soy ninguna bruja.
—Eso es lo que dicen todas las brujas condenadas a la horca —respondió tranquilamente, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Me gusta que supliques por tu vida, bastardita.
—¡Porrr favor…! ¡No me mate! —Rogó nuevamente. Notó que él no gritaba, pero su desprecio era palpable en cada palabra que pronunciaba, y la vena que se marcaba en su cuello la hizo sentir una oleada de escalofríos en su cuerpo, presentía que podría desmayarse en cualquier momento.
—Debemos cumplir con la profecía revelada por la diosa Selene a los viejos lobos. Los ancianos, a través del oráculo, informaron a mi padre que una maldición había caído sobre nosotros desde el momento en que tu madre salió de esta mansión. Para disolverla y restaurar todo como antes, debemos erradicar la maldad y a sus descendientes —explicó con una sonrisa sarcástica—. Y tú, bastarda, vas a pagar por los pecados de tu madre.
Ella anhelaba sobrevivir, pero en el fondo sabía que un monstruo como él no la dejaría con vida.
Gedeón permanecía en silencio, sudando frío. Su pecho se contraía mientras luchaba por controlar a su lobo, que buscaba desesperadamente tomar el control. No podía permitir que eso sucediera. Había pasado muchos años preparando a Aitor para que rechazara a su mate, y ahora todo parecía desmoronarse en ese momento.
Nefer la observó con dureza durante un rato antes de hablar. Se regocijaba internamente al verla indefensa y débil. Luego, giró la cabeza hacia uno de sus hombres.
—Llévenla a los calabozos. Después, Ramsés se ocupará de ella.
—Su majestad, si me permites, yo me ocuparé de ella antes de su ejecución —intervino Gedeón con voz áspera pero serena.
—Como quieras, Gedeón. Confío en que no caerás en los hechizos de esta bruja —vociferó chenqueando los dientes.
—Descuide su majestad, hice una promesa a tu padre, y soy un leal servidor de mi sangre.
Nefer asintió con la cabeza, dio media vuelta y se alejó.
Gedeón dio tres zancadas hacia Aradne y, tomándola bruscamente por los hombros desde atrás, provocó que ella soltara un chillido ahogado desde el fondo de su garganta.
—No me encierres, por favor.
—Camina —fue lo único que pronunció. La llevaba casi alzada, notando cómo su cuerpo se estremecía. Con la mirada gélida, la condujo a la parte trasera de la mansión real hacia los calabozos. Bajaron unas tenebrosas escaleras; el lugar olía a humedad y tenía poca luz. Al llegar, ordenó a un guardia que se encontraba allí:
—Abre la reja.
Al ver la puerta abierta, Gedeón, sin compasión, la empujó hacia adentro y, sin mirarla, salió de ese lugar a toda prisa.