Capítulo 5
Era Brenda, la voluptuosa Brenda, la que se había acostado a su lado, en esa cama de agua que parecía hecha para un regimiento, por lo que había espacio suficiente para los cuatro y tal vez para otros cuatro más que quisieran participar en la orgía.
Los dos hombres, como si estuvieran en medio de una fiesta social, conversaban con sendos tragos en las manos, Mara, sentía que cada músculo de su cuerpo le dolía... no podía ni moverse… se sentía tan relajada y tan satisfecha, que estaba feliz, no podía hacer nada…
Y mucho menos resistirse a las caricias suavizantes de Brenda, que, en la cama, acostada a su lado, la besaba con cariño y con ternura.
Caricias mansas que, para Mara, eran una maravilla, después de lo pasado con aquel par de hombres quienes la habían desfondado.
Brenda, olía a semen y a rosas, era una combinación que la excitó de inmediato, quiso explicarle a la atractiva rubia que ella no tenía experiencia en el amor entre mujeres.
—Eso no importa, por el contrario, es mucho mejor —contestó la hermosa anfitriona, mientras anhelante le buscaba los labios a Mara.
Esta se dejó hacer, y las bocas de las dos mujeres se confundieron en un beso interminable que al principio fue tímido, aunque pronto se convirtió en fiebre.
Brenda, pegaba sus senos redondos, enormes, blancos como leche cruzados por venitas y con pezones rosados; en los generosos senos de Mara, color dorado.
Los contrastes de la piel en aquellos dos ejemplares de reales hembras, hicieron que los hombres dejaran a un lado la conversación y estuvieran atentos a lo que sucedía.
Como se estaba haciendo costumbre, Mara, se dejó hacer de la rubia que era la que tenía la experiencia, cuanto quiso y sobre todo, lo que se le fue antojando.
Sintió como la lengua de Brenda, se revolvía en el interior de su boca estableciéndose corrientes eléctricas de gran precisión sexual en su carne, volviéndola a la realidad excitante de lo que ocurría a su alrededor.
Esto es: dos matrimonios que apenas tenían poco más de tres horas de haberse conocido, ahora se amaban en la intimidad como si los cuatro formaran uno solo.
Brenda, dejaba que su cabello sedoso, bien cuidado, se deslizara cual fino cepillo por los pechos de Mara, mientras ella, inclinaba sobre su cuerpo, le recorría el vientre con la lengua hasta muy cerca de la mata espesa y negra que brotaba en el pubis de la trigueña.
—¡No por favor...! —jadeó Mara, tratando de apartar la linda cara que se aproximaba a su empapada y palpitante rajada.
En aquel momento, Pablo su marido, se unió a las dos mujeres, traía la verga erecta, lista para la penetración, aunque, sus ojos no estaban fijos en su esposa... sino en el abundante trasero de la rubia que ofrecía arrodillada sobre la cama, con las nalgas empinadas, besando la masa negra de los vellos públicos de Mara.
Pablo, se colocó tras de la blanquísima grupa de Brenda, le abrió los músculos con las manos que ella amplió, más al sentir lo que llegaba, dejando lo mejor expuesta posible su sabrosa panocha al ataque de Pablo.
Los ojos de Mara y Pablo se encontraron por un instante.
—¡Lo harás…? ¡Te atreverás...? —parecía decir Mara.
—¡Lo haré... y tú también...! —contestó la mirada de su esposo.
—¡Ooohhh… Brenda...! ¿Qué me haces? —jadeó Mara al sentir el aliento de ella en su sexo.
No pudo contener un estremecimiento de placer cuando la lengua de la monumental rubia comenzó a explorar los bordes de su rajada con precisión y maestría sin igual.
—¡Ooohhh... Brenda... querida... Brenda! —gimió Mara, ya rendida, cuando la experta lengua penetró en su vagina, cuando se revolvió en el interior de la misma chapoteando entre los jugos que Mara, destilaba a toda velocidad por la calentura que sentía.
Se olvidó de todo... incluso de Pablo, que tenía ensartada a la rubia por detrás, y que la templada en duros bombeos, dando muestra de que estaba disfrutando mucho con el sabroso y carnoso culo de la hembra.
Por su parte Brenda, sin dejar de mamar chupándole la rajada más fuerte, continuaba moviendo sus nalgas ensartadas en la verga de pablo.
Mara, sintió que todo su cuerpo estaba convertido en una brasa, sus manos buscaron los pechos colgantes de la otra y se dedicó a pellizcarle los pezones.
Los tres quedaron confundidos entre suspiros, quejidos, suspiros y gritos a pleno pulmón... coincidentes, se vinieron en espasmos simultáneos contorsionándose de tal modo que parecían salirse de sus posiciones.
La tormenta pasó… quedando más o menos ensartados y felices, sonriéndose entre sí.
Mara, no recordaba mucho del resto de la noche, sabía que en un momento determinado se encontró tragándose la leche de la enorme verga de Braulio, que la sostenía por las orejas y moviéndose de atrás hacia adelante a toda velocidad, le soltaba chorro tras chorro de salada leche que ella tragaba para no ahogarse; recordaba que en otro momento se vio enredada con Brenda, sus piernas unidas en un cuatro y las rajas sacándose chispas, frotándose una a la otra, a la vez que los dos hombres desde fuera se masturbaban junto a ellas.
Recordaba una maravillosa corriente de agua hirviendo, cuando los cuatro se bañaron en la ducha común en medio del vivificante vapor, riendo y haciendo chistes picantes.
Recordaba que todo su cuerpo era un inmenso vacío de satisfacciones, y que todo lo que deseaba, por ahora, era estar en su cama y dormir en ella por siglos, dejando que su cerebro embotado por tanto placer se sumergiera en un sueño sin imágenes, por años y años...
Recordaba... recordaba... y no podía evitar que le brotaran los suspiros y las sonrisas.
Cuando Mara, abrió los ojos, todo huyó de su mente dejándola en blanco, no había nada en ella, aunque un segundo después, la magnitud de lo ocurrido le dio de lleno, y sintió como si las paredes todas de la habitación familiar la sepultaban.
A su lado, estaba su marido durmiendo en forma profunda... roncando en el mejor de los mundos, oliendo aún al perfume y al jabón costoso usado en el baño final por los cuatro.
¿Sería posible que aquella terrible locura no fuera un sueño?
Por más que Mara, trataba de recordar todos los pormenores, le era imposible, lo evidente era un vació, un tremendo vació en su mente, un dolor sordo en sus pezones, en la rajada y en el ano, y pequeños flashazos que de cuando en cuando le daban alguna pista.
Un dolor que se hacía agudo cuando ella se movía en la cama.
Esa era la prueba más contundente de que aquella terrible locura correspondía a una realidad que la aplastaba, una realidad en la que había disfrutado más de lo que podía imaginar.
De pronto, se encontró con los ojos de su marido fijos en ella.
—¿Estas despierta hace mucho? —pregunto él.
La muchacha se encogió de hombros.
—Lo suficiente como para pensar, ¿Pensar, en lo de anoche? —ella guardó silencio.
Pablo comprendió que, si no superaban esa crisis psicológica, la barrera invisible que había surgido entre ellos, les impediría volver a compartir una intimidad completa, era el momento de avanzar, de ayudarla a afrontar lo que había sucedido y de que lo aceptara como algo adicional a su relación, a su amor, a su matrimonio.
Los labios de él, se posaron en los de Mara, sin encontrar reacción alguna, aunque, aquel beso se hizo furioso y fue despertando la sexualidad de Mara, que parecía haber sido agotada la noche anterior y aun así, de entre las cenizas, el fuego comenzaba a querer brotar.
Deseaba a su esposa como nunca... sobre todo, al evocar la forma en que se había comportado en los brazos de Braulio y sobre todo de la sabrosa y caliente Brenda.
La primera experiencia en el mundo de "cambios de pareja" para ambos... Las manos de Pablo, arrancaron el ligero escote de la bata dejando desnudas las tetas pendulares.
Se inclinó sobre ellas mamándolas con desesperación. Tenía los ojos cerrados tratando de ignorar la creciente fuerza del deseo, aunque no pudo evitar un profundo suspiro.
Mara, amaba a su marido, lo amó desde siempre, cuando lo conoció en la Universidad; le dio su virginidad como hembra y ahora le había dado virginidad de su pudor en lo sucedido esa noche de locura en la casa del degenerado jefe de él, ya nada quedaba de ella que no le hubiese dado a pablo... absolutamente nada.
Los dedos de su hombre registraban su raja, profundizaban suavemente entre los pliegues calentándola en esa forma que solo él sabía hacerlo, introduciéndolos y extrayéndolos en forma acompasada, como masturbación.
Mara se abrió de muslos... incapaz de contenerse.
Pablo se subió en ella, aplastándola con el calor y el peso de su cuerpo, buscó la punta de los pezones con la lengua para guiarlos a su boca y mamarlos, mientras a tientas deslizaba su endurecido pene en el interior de la hembra.
Mara se mordió los labios para no gritar su placer al sentir la hinchada verga dentro de su rajada hirviente, empapada hasta escurrir sus mieles íntimas.
Con un tremendo esfuerzo de voluntad consiguió hacerlo; sin embargo, no pudo evitar que sus redondas nalgas comenzaran a moverse al compás de la rica verga incrustada en lo más profundo de su intimidad.
—Abre bien las piernas… bien separadas —le susurro Pablo al oído.
Ella le obedeció...gozando profundamente el contoneo del macho que entraba y salía de ella acompasadamente, aumentando el ritmo con lentitud, haciendo que su vagina se convirtiera en una sopa caliente que chorreaba fuera de sus ingles.
—Más rápido Mara… muévete más rápido... así… ¡oooh! —gemía Pablo.
La muchacha sintió que todo se confundía en su pensamiento, que por un momento sus recuerdos y sus vivencias actuales se convertían en un solo rompecabezas, confundiéndolo todo mientras el torbellino no se estabilizara.
Pablo la estaba limando furiosamente, los dos cuerpos semi vestidos se entrechocaban y chapoteaban en sus contracciones, y en el último instante... cuando todo su cuerpo explotó en una venida total, fue cuando se dio cuenta de que su marido la estaba haciendo gozar más que nunca… y mara quedó integrada al mundo de los "cambios de pareja" por completo.
—¡Pablo… mi amor…! —susurró ella viniéndose… viniéndose.
Pablo buscó sus labios y le sonrío clavándola con más fuerza, Mara cerró las piernas a su alrededor para no dejar escapar aquel cuerpo que la invadía tan deliciosamente.
El hombre empujaba y retrocedía haciendo frotar su pene en aquellas carnes suaves que lo envolvían cual finos guantes; así… Mara llegó otra vez al clímax de la pasión y soltó nuevamente sus líquidos, mientras pablo continuaba con aquel sube y baja que la hacía gemir ayes entrecortados por el placer.
Después de nueve orgasmos de la ardiente hembra, el varón vació su semen dentro del aquella cavidad, en homenaje a un ayuntamiento tan perfecto.
Durante algunos minutos permanecieron suspirando uno encima de la otra, dando tiempo a que la agitación de sus cuerpos disminuyera.
Luego, pablo sacó su verga ya flácida y se acostó a su lado mirándola con ternura.
—¿Estas satisfecha, mi vida?
Mimosa, ella se acurruco dentro de su cuerpo, como una gata sedienta de caricias.
—Sí, mi amor, es extraordinario como me haces gozar. Es como si me elevaras al cielo para que alcance todo el deleite de la vida.
—¿Me amas? —le pregunto conmovido.
—Mucho, siento un amor enorme hacia ti, lo siento en todas las más sensibles fibras de mi ser… no sólo te amo, te adoro, te venero, te necesito, te deseo.
Pablo la contempló emocionado; la mujer, realmente se entregaba a él libre, sin ninguna traba: la tenía dominada por la pasión y no existía nada que la hiciera olvidar el goce que él le proporcionaba.
—¿Y si yo fuera un hombre distinto al que aparento ser, me amarías igualmente?
—¡Sí jamás podría dejar de amarte, a tu lado tengo todo, soy feliz!