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Capítulo 1

Anthony.

Después nos hicimos amigos, dejando de lado los malentendidos que la vida nos había presentado. Es un buen tipo e incluso se casaron. Está embarazada de una niña, él la llamará Carlotta, y aunque no lo crean, yo seré el padrino.

Pero esta historia es mía. Así que concéntrate en lo que voy a decir.

La puntualidad siempre había sido mi fuerte. Odiaba a la gente que llegaba tarde, y yo era de mal genio cuya paciencia se rompía como un resorte.

Me había levantado levantando las cobijas cuidadosamente, también odiaba las arrugas que se formaban. Abrí la puerta del armario, tocando con la yema del dedo las muchas camisas en las perchas, divididas por color y modelo. Elegí uno azul claro, abrochándolo con cuidado y quitándome la corbata negra a juego con rayas azules. Pasé frente al espejo, levantándome la barbilla y el cuello de la camisa para atarlo.

En la cocina tomé un poco de café de la jarra, me puse la chaqueta y la coloqué sobre mis hombros, agarré mis horas y rápidamente bajé.

Conocía a todos en ese vecindario frente a Central Park. Nací en él, y no habría cambiado por nada del mundo.

Abrí mi Audi lacado en negro con el botón del control remoto, entré, coloqué mi maleta en el asiento a mi lado y saludé al Sr. Daren, mi panadero de confianza. Me puse mis fenomenales anteojos espejados, puse la primera y giré el volante para ir.

Cuando llegué frente al estudio donde trabajaba, estacioné el auto con cuidado.

Entré para encontrar a Clarys detrás del mostrador, saludándome y sonriéndome mientras hablaba por los auriculares, revisando la pantalla de la computadora. Ya conocía a todos en este lugar, siempre había un ir y venir de personas en enjambre.

Siempre estábamos ocupados. Presioné el botón del elevador y esperé a que llegara rápidamente, comprobando en el Rolex que no estaba jodidamente tarde. Lamentablemente para mí, sí. Pero se suponía que mi secretaria, Gwen, me traería mi café con leche habitual con una pizca de caramelo. Chica trabajadora, pero ya había tenido el placer de conocerla mejor fuera del ámbito laboral. Y ella ciertamente era mucho mejor en eso.

Cuando se abrieron las puertas de metal, anhelaba ese momento en el que entraría en mi estudio y disfrutaría de la dicha de estar solo. Mientras soñaba despierto, vi a una chica con una cola despeinada y lentes de fondo profundo que venía hacia mí a toda prisa, sosteniendo una carpeta en la mano que abrió rápidamente, haciendo que él esparciera todos los papeles por el suelo.

Noté que se agachó, se ajustó las gafas en la nariz y las reunió en un montón, acercándolas con fuerza a su pecho.

-M...disculpe- se disculpó tartamudeando. Impacientemente asentí con la cabeza mientras las puertas se cerraban dejándome solo con este desastre viviente.

Miré hacia abajo a su ropa. Una falda marrón larga y ancha hasta los tobillos, un suéter color crema de cuello alto y un par de mocasines marrones para rodear lo que mi vista ya no podía sostener. Mi abuela se habría vestido mejor.

Decidí dejarlo pasar, sabiendo que pronto estaría sentada en mi silla giratoria, hurgando en el papeleo y tomando café... y poco después un pequeño trabajo en casa de Gwen. Mierda si me apetecía.

Su pierna se movió frenéticamente, tirando hacia atrás de la manga de su suéter para mirar la hora en el reloj con correa de cuero. Cuando maldijo con un -oh santa mierda-, la vi girarse para sonreírme de una manera rara y avergonzada, alisándose la cola de caballo.

Hasta que las puertas se abrieron, dejándome salir, seguido de esto... ¡¿quién diablos era ese?!

Saludé a todos con un gesto de la mano, pasando por las distintas oficinas y asomándome a las puertas para saludar y dirigir sonrisas cordiales, incluso a las secretarias más simpáticas de los abogados. Cuando abrí la puerta de mi oficina vi un vacío absoluto. Sin café, sin papel de aluminio. Un banco de madera desnudo. Me di la vuelta, chocando contra un cuerpo caliente. Miré hacia abajo para encontrarme frente a la chica del ascensor, si eso se puede definir.

-¿Necesitas algo?- Pregunté levantando una ceja, dando vueltas para ver a Gwen; cuando la vi, sacudió la cabeza en desacuerdo.

-Entonces, ¿por qué sigues aquí?- repliqué tratando de ser cortés, pero mi tono seco delataba la falta de ganas de hablar con esta mujer.

-S…soy su nueva secretaria- comenzó con una voz apenas audible, manteniendo mi mirada fría. Cuando me echo a reír.

-Lo entiendo, es una broma. Cámara sincera, los bromistas de siempre-. Me reí sacudiendo la cabeza con diversión, entré en mi oficina y presioné el teléfono de Clary para bajar las escaleras, mientras el bicho raro continuaba de pie en la puerta con una mirada decepcionada y ofendida. ¡¡No imposible!!

-Clarys donde mierda esta Gwen?. espeté furiosamente, pasando una mano por mi cabello castaño claro, aflojando mi corbata que parecía estar pellizcando mis vías respiratorias.

-¿No te avisaron? Ella se ha ido. Fue reemplazada por otra chica. La vi entrar en el ascensor contigo. Reveló, extraño que yo no supiera nada al respecto, mientras reorganizaba mi cabeza al escuchar esas palabras. Miré a la bicho raro, dilatando mis pupilas, viéndola mover las piernas como si estuviera bailando claqué, evidentemente impaciente.

-¿OMS? ¿El bicho raro?. pregunté preocupada por mi visión, llevando una mano para proteger el receptor para que no me escucharan.

Cuando me dio el tiro de gracia.

-Sí. Una respuesta cortante antes de despedirme y colgar, mientras le suplicaba que no me dejara en paz.

Dejé escapar una tos, luego la miré y la indiqué hacia adelante con el dedo. Examinó el interior vacilante, luego dio un paso en sus mocasines.

-¿Eres la nueva secretaria?- Pregunté sin rodeos, al verla asentir débilmente.

-¿Mi café?- respondí impaciente con la situación. No me habían avisado ni una mierda, y esta mujer también me miraba persistentemente.

Chasqueé dos dedos frente a ella mientras se recuperaba.

-El café. Cola en Starbucks. Caramel macchiato, gracias- Saqué unos billetes de mi bolsillo, entregándoselos, viéndola tomarlos en sus manos y memorizar mentalmente mi orden, repitiéndola en voz baja como un mantra.

Me acerqué, la escuché tragar, la miré a los ojos azules y luego saqué los papeles que sostenía contra su pecho, viendo mi caso para jugar.

Se quedó quieta cuando me senté, poniéndome las gafas y rebuscando entre los papeles.

Cuando miré hacia arriba en una rabieta.

-Puedes irte- le insinué mostrándole una sonrisa tensa.

-Eh…sí, sí- se animó, saliendo por la puerta y luego volviendo a asomarse al umbral.

-¿Sí?- volví a preguntar, con la poca paciencia que se me estaba acabando, manteniendo la mirada en los papeles. Bajé mis anteojos para mirarla, hasta que sacudió la cabeza fuera de mi vista.

Raro era raro, pero su cara era familiar.

-Entonces dime lo que quieres, lo que realmente, realmente quieres. Quiero, quiero-. Canté, en la ducha, frotando la esponja sobre mi cuerpo, moviéndome seductoramente mientras el agua tibia se deslizaba sobre mi esbelto cuerpo tonificándome.

Por supuesto que no era una mujer de portada, pero mi tercera estaba orgullosa de serlo, y no extrañaba las nalgas redondas y firmes, especialmente la celulitis todavía no era una parte integral de mí.

Salí de la ducha envolviéndome en una toalla, sin dejar de cantar, sacudiendo la cabeza.

-Soy una mujer inteligente, segura de sí misma y perspicaz- Me miré en el espejo. Pelo castaño ondulado que le caía sobre los hombros, y unos grandes ojos azules enmarcando una nariz francesa y una boca carnosa, apoyando las palmas de las manos en el lavabo de mármol. Me convencí con esas palabras, cambiando el tono de voz y expresión, pero la frase era siempre la misma. Como si estuvieras ensayando para una obra de teatro de la escuela primaria. Y a decir verdad, apestaba esas líneas también, a pesar de que solo estaba haciendo el papel del árbol y tenía que imitar el susurro de las hojas que caían.

- Ah. Pero vete a la mierda- Fruncí el ceño, el roce contra el espejo, viéndolo astillarse justo donde apuntaba mi ojo, luciendo como el Capitán Garfio.

Estampé mis pies maldiciendo mentalmente, siguiendo la regla de Karen.

-Ohmm, ohmm- susurré, inhalando y exhalando aire negativo reemplazándolo por uno positivo. Abrir un ojo, mientras el otro estaba apretado, convenciéndome de que el yoga definitivamente no era un método para mí.

Sinceramente, ni siquiera sabía qué métodos funcionaban para mí.

El café me puso a dormir. El té me hizo enojar. Yo era una chica al revés, había que verme desde el mismo ángulo que yo para entenderme.

Y ahora aquí estoy acostado en esta cama de nuevo, vistiendo un mono de lana de vaca, orejas completas, mi pequeña caja de Kleenex, agarrando uno en una mano mientras hundía la cuchara en el tazón con la otra llena de leche y cereales con chocolate, y un película pegajosa para envolverlo todo, con besos y palabras de perdón que fueron aceptadas, me sentí como un perfecto, completo, fracasado.

días antes

-Cristina el jefe te quiere. Siento un aumento en el aire- Dijo Margaret emocionada, sacudiendo su pelvis.

Mientras le guiñaba un ojo, levantándome de la silla, arreglándome la blusa azul lo mejor que pude.

Caminé rápidamente hacia su puerta, levantando una mano cerrada en un puño, golpeando con mis nudillos. Cuando escuché su voz ronca invitándome a entrar, mi corazón latió con fuerza.

-Cristina ven- me insinuó amablemente, haciéndome un gesto para que me sentara, estirando su falda lápiz, apoyando las palmas de las manos en sus rodillas que temblaban de emoción. Llevo años trabajando de secretaria, esperando un ascenso de nivel, mostrándome siempre disponible hasta en vacaciones. Como no tuve una vida amorosa muy agitada, de hecho nada, lo hice con mucho gusto.

Golpeó su bolígrafo sobre la mesa negra, pasando una mano por ese cabello negro que me volvía loco, disparándome con sus ojos grises.

-Ya ves Cristina, eres una chica trabajadora, amable, confiable, generosa- comenzó a enumerar todas mis cualidades, aumentando mi pequeño ego de mujer beta. Tal vez quería invitarme a salir. Maldita sea como soñé con ese momento.

Ladeé la cabeza hacia un lado, sintiéndome intimidado por este hombre que era el príncipe de mis sueños prohibidos, sonriéndole.

-Pero lamentablemente- dejó de aflojarse la corbata, mirando el sello en la mesa, que de repente también me resultó interesante, sintiendo la ansiedad correr dentro de mí, ante esas palabras.

-Tengo que pedirte que despejes tu escritorio. Eres una chica inteligente, pero tu look ya no es adecuado para nuestra revista que quiere dar un salto de calidad- añadió, como si pudiera hacerme sentir mejor, como si quisiera consolarme. Como mis ojos comenzaron a ponerse llorosos.

- ¿Qué quieres decir con que no es apropiado? Puedo cambiar. Puedo acortar la falda si, la camisa desabotonada si- Me puse de pie, desabrochándome la blusa de tres botones, viéndolo tragar, y luego volviendo seria a mi mirada suplicante. Y un perro apaleado habría tenido más orgullo, mientras que el mío había sido pisoteado bajo sus clásicos zapatos negros de charol, probablemente italianos.

-No Cristina. Lo siento pero es así. Te pongo en contacto con una agencia enlistando tus fortalezas, enviándote tu currículum. Estoy seguro de que encontrarás otro trabajo en poco tiempo- continuó impertérrito elogiándome, mientras yo quería gritarle y golpear su pisapapeles de metal justo en su cara.

Me enderecé con enojo, encogiéndome de hombros, reprimiendo las lágrimas que pronto habrían disuelto el poco rímel que usé.

-Bien- respondí agrio, con el poco orgullo que quedaba, si es que aún quedaba una miga.

Antes de colocar mi mano en el mango de latón, tan fuerte que podría haber quedado en mi mano cuando se rompió, bajándola.

-Lo siento- susurró débilmente, mientras me daba la vuelta levantando mi dedo medio, y luego le sonreí, cerrando la puerta detrás de mí, viendo los ojos de todos mis compañeros sobre mí.

- ¿Qué mierda estás mirando? Entrometidos —bramé, viéndolos regresar a sus deberes, escuchando sus chismes, arrojados sobre ellos como granizo.

Cuando regresé a la oficina, vi a Margaret fruncir el ceño.

“¿Él no te dio el aumento?” Preguntó, como si sospechara algo cuando vio mi rostro rojo de ira.

- Oh, no había necesidad. Me despidió oficialmente- respondí fingiendo una sonrisa tensa, tirando todo a la caja, incluida mi engrapadora. Porque era mío.

-Te extrañaré Llora- se acercó abrazándome, mientras yo le daba un beso en la mejilla, tranquilizándola.

Antes de apretar apresuradamente el botón del ascensor, dejando esa oficina y la vida a la que estaba acostumbrado.

**********

Escuché un golpe, con fuerza en la puerta, tomando el control remoto, apagando la tele, donde ya ni le presté atención, oliendo, soplando con el pañuelo, abriendo la puerta, girando de inmediato, ya sabiendo quién era.

Y su voz a mis espaldas lo confirmaba, como su aroma floral.

-Llora, ¿crees que te quedarás en el gato oscuro por mucho más tiempo?- me acusó Kitty mientras la llamaba, aunque su verdadero nombre fuera Karen. La conocía de la secundaria. Fue mi mejor amiga durante años. Él sabía todo sobre mí. Incluso mi pasado de chica torpe, y mi presente de fracasado en todo punto de vista.

-Mírate a ti mismo. Son solo las nueve de la mañana y ya estás de vuelta en pijama- me reprendió de nuevo, estremeciéndose al ver los pañuelos que cubrían mi edredón, y los periódicos de la revista Star, grapados y garabateados, mirándola furiosa, viéndola traerla manos arriba

-Mi pijama es cómodo. Y estoy satisfecho con la vida que llevo. Finalmente, después de años de arduo trabajo, incluidos los domingos, puedo saborear el olor de la libertad- dije radiante, insertando el CD de Just Dance en la consola.

La vi abrir sus grandes ojos verdes almendrados, deslizando su mirada en mi mano que sostenía el control remoto blanco del juego.

-Aquí el único olor que siento es tu vida que se está quemando- respondió sentándose en la cama, mientras yo bailaba al son de Katy Perry, moviendo los brazos en círculos, moviendo las caderas.

Cuando recordé el té en la tetera.

-Oh vete a la mierda- maldije, corriendo a apagarlo, viendo la tetera quemada y el té esparcidos por toda la placa.

Escuché a Kitty corriendo hacia mí.

-Recuerda las fases de la respiración, para calmarte- me insinuó haciéndolo conmigo, como apoyo moral.

-Ohm, ohm, inhala y exhala. Sal de la negatividad entra en la positividad. Ohm, o…” Bloqueé sus gritos, volviéndome con el trapo húmedo.

-Oh, mierda. Inhala, positividad. No sé si te has dado cuenta Kitty, pero últimamente me han estado dando vueltas como una caja de música, así que te ruego que no uses más este método en mi presencia- lloré con furia al ver su reverencia su cabeza, retorciendo el dobladillo de su camisa.

Sentí que mi corazón se apretaba mientras me acercaba a ella, abrazándola.

-Lo siento Kitty.- dije sinceramente lo siento, al verla sacudir la cabeza y sonreírme. Cuando sonó el teléfono nos separamos, corriendo hacia el auricular, respondiendo a tiempo antes de que sonara el contestador automático.

-P...hola- tartamudeé confundida y esperanzada.

-Saludos. Vimos su currículum enviado por la revista Star. Necesitaríamos una secretaria. Comenzará mañana, puntual por favor, tendré la dirección entregada por la tarde: una voz juvenil y aguda, para encender una luz, una nueva oportunidad.

-G...gracias, ver...- Traté de decir cuando escuché el sonido continuo del 'Beep' de haber colgado sin dejarme terminar. Pero no importaba. Tenía un nuevo trabajo.

Me giré hacia Kitty gritando, saltando en el aire estrechándole las manos, viendo su alegría conmigo.

Apoyé mi chaqueta contra el respaldo de cuero de la silla, rebuscando entre los papeles, repasando los casos de la semana.

El Sr. Boldwin tuvo que ser comprado por su empleador, quien lo había despedido sin pagarle una indemnización.

Escribí algunas cosas. Cuando una sombra apareció frente a mí. Levanté mis ojos ligeramente, encontrándome con su azul.

-Yo..tu café- dijo débilmente, como si temiera que me la comiera.

Le dejé una sonrisa de cortesía, al verla permanecer inmóvil.

-Gracias. Puedes irte- agregué exhausta. Habría sido difícil trabajar con esta mujer.

-En realidad no sabría dónde está mi escritorio- susurró con voz apenas audible, yendo a morderse la uña del pulgar. Dios mío.

Suspiré, enderezándome del sillón, caminando alrededor del escritorio, viéndola tomar una caja, siguiéndome, mostrándole su pequeña oficina, donde estaría linda, linda. Oh, al menos eso esperaba.

"Aquí está", dije satisfecho. Las paredes beige, muebles de pared con expedientes numerados por años, que contienen los distintos pleitos. Una ventana situada a la derecha del escritorio, rodeada de cortinas verde azulado, una silla de cuero negro y un escritorio de madera.

La vi entrar, mirando con sus anteojos, ajustándolos en su nariz respingona, girándose para darme una sonrisa y un movimiento de cabeza como para agradecerme. Dejó la caja sobre el escritorio y empezó a sacar sus cosas, incluida una engrapadora con las orejas peludas de Minnie. Negué con la cabeza con asombro, volviendo a mi trabajo.

Cerré la puerta de vidrio, hundiéndome en el sillón, tomando el cartón de café en mi mano, girándome hacia la ventana, y cada vez era un espectáculo ver Nueva York desde aquí. Parecía una pintura. Los rascacielos, los coches zumbando abajo, la gente abarrotando las calles con prisa, porque el tiempo vuela y no puedes detenerlo. Los jardines están siempre bien cuidados. Fue una emoción.

Tomé un sorbo de café para relajarme, cuando me llegó al fondo de la garganta, sintiendo un sabor amargo.

Me puse de pie furioso. Ella acababa de llegar esta mañana y ya era incompetente.

Caminé hacia su oficina, la abrí, la vi parada en una silla, con una escoba limpiando los muebles, cuando me miró, tratando de dar un paso sin arriesgar su vida. Hasta que su talón se atoró en la rendija de la silla, haciéndola tambalearse. Corrí hacia ella, tomándola en mis brazos, colocando mis palmas abiertas debajo de su espalda.

Sus ojos azules se agrandaron y me miraron, como si estuvieran encantados.

-¿Querías suicidarte, ya el primer día?- La traje de regreso al planeta tierra, aunque tal vez ella no había estado allí todavía, al verla asentir mientras levantaba una ceja.

- Quise decir, no. Por supuesto que no, señor- discrepé, maldiciendo mentalmente, ajustando mi suéter a lo largo de mis caderas.

-Llámame Mark John. Sin formalismos- Le tendí la mano, que parecía vacilante, antes de aceptarla, apretándola débilmente.

- Siento lo de esta mañana. Puede que haya sonado malhumorado. Puedo ser peor- Revelé, viéndola tragar saliva.

-¿Tu nombre?- le pregunté, observándola colocarse un mechón de cabello detrás de la oreja.

-Christina, pero todos me llaman Cristina o Cry- comenzó, precisando, colocando los objetos sobre el escritorio con meticulosa precisión.

-Pedí tu nombre, no apodos. Ah, y el café apestaba. Dos bolsitas de azúcar a partir de mañana- espeté al verla asentir con vehemencia, mientras cerraba la puerta detrás de mí.

Regresé a mi oficina y vi a una pelirroja sentada en mi silla, solo para darme la vuelta y cerrar la puerta.

-Bonita vista desde aquí- declaró, levantándose a mi encuentro. Era La Abogada Natasha.

Hermosa mujer con un porte elegante. Pero nunca habíamos tenido relaciones fuera del trabajo, ella había estado casada, y ahora engañada por su esposo estaba volviendo a la normalidad, y tengo que decir que bastante bien. Llevaba una falda lápiz negra hasta la rodilla que abrazaba sus generosas curvas y una blusa de gasa blanca desde la que podía vislumbrar su sostén de encaje negro.

-Sí- repliqué resueltamente, acercándome a él.

-Sabes, esta noche estoy solo. Maicol está en lo del sinvergüenza, y estaba pensando que tal vez...- apoyó la espalda contra el escritorio, llevando las palmas hacia atrás, colocándolo encima.

-Tal vez...- la insté a continuar, alzando una ceja, viéndola morderse los finos labios rodeados de lápiz labial rojo.

-Tú y yo- señaló con picardía, moviendo su ondulado cabello rojo hacia un lado. Me acerqué con paso contenido, tomándola por las caderas, haciendo que se adhiriera más al escritorio.

-Esto ya es un buen comienzo- dijo, pasando su dedo índice por mi camisa, jalándome de la corbata contra su rostro.

"Entonces, ¿qué piensas?", preguntó en voz baja.

-Creo que me gustaría verte desnuda en mi cama- Apreté mi agarre, escuchándola jadear. Hasta que la puerta se abrió.

Me di la vuelta molesto, viendo a Christina ponerse de color burdeos en su rostro.

-Yo... um... sí, lo siento- cerró la puerta rápidamente, hablando torpemente.

-¿Es ella tu nueva secretaria?- Preguntó Natasha conteniendo la risa. Al verme asentir débilmente.

-Diría que te castigaron bien- dijo acariciando mi nuca con sus uñas.

-Diría que esta noche tú también serás bien castigada- respondí con descaro al verla suspirar y luego alejarse, imitando el gesto después con mis dedos, dejándome la vista de su espalda baja balanceándose, para luego cerrar la puerta .

Escuché un golpe, suspirando exasperado.

-Vamos- dije rendida al ver aparecer al bicho raro.

-Te traje, los archivos, apilados. De... ella, pidió... tartamudeó temerosa. Quería decirle que no se preocupara, no le habría quitado un pelo, ni por error.

-Déjalo aquí- respondí molesto, volviendo a investigar en mi computadora.

Ella se quedó atónita. No entendía qué diablos estaba esperando cada vez. Bajé mis anteojos y la vi morder sus labios carnosos con asombro. Cuando respondió.

-Sí, me voy- bajó la mirada y luego salió. desde mi vista.

Más que mucho trabajo, hubiera sido necesario un milagro.

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