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CAPÍTULO 5. PAPÁ, DÉJAME EXPLICARTE

La joven lo miraba entristecida, entretanto sentía su corazón encogerse ante el trato y desprecio demostrado por su propio padre, era increíble como el hombre llamado a protegerla, cuidarla, amarla, la trataba de esa forma tan inhumana, no pudo retener por más tiempo sus lágrimas frente a esos pensamientos, la limpió con premura, con todo eso, sintió la necesidad de darle una explicación, para tratar de apaciguar su enojo y hacerlo entender lo sucedido, anhelaba tanto recibir un poco de consideración de su parte.

—Papá, déjame explicarte, las cosas no son así, como las estás pensando, en ningún momento robé el vehículo de mi hermana, ella me lo dio para que fuera al a auto…—no obstante, no pudo continuar con su explicación, porque antes de poder reaccionar, él le lanzó un par de sonoras bofetadas, haciéndole voltear el rostro de un lado a otro dejándole mascadas las huellas de su mano.

—¡Cállate! ¡Infeliz! No sé cómo puedes comportarte de esa manera tan miserable, intentas enlodar el buen nombre de tu hermana, para salir tú bien librada. Eres una miserable, rastrera, pero no te lo permitiré, Lynnet no está sola, me tiene a mí para protegerla de una arpía como tú, ¿Cómo puedes tratar con mal a alguien que solo quiere tu bien?

—Papá ¡Escúchame! Por favor, no es así, permíteme contarte como sucedió todo —expuso la chica en tono suplicante, buscando su compasión. Sus ojos húmedos productos de las lágrimas acumuladas, a punto de derramarse de nuevo, le proferían un carácter de vulnerabilidad, se veía tan frágil e indefensa, frente a un hombre por completo violento, quien se negaba a escuchar su explicación.

Por segundos, creyó poder contenerlo, no obstante, un momento después pudo comprobar que no era así, el padre estaba fuera de sí, sin pensar en cuanto daño le hacía, la tomó por el brazo y la haló con fuerza sacándola de la cama de una sola vez, la arrastró por la habitación hasta sacarla al pasillo, poco le importaba la condición médica de la joven, ante la mirada sorprendida de todos, ella se opuso a continuar caminando, él se giró, pegándole con la mano abierta, golpe tras golpe, mientras la chica se protegía el rostro, para evitar ser lastimada en ese lugar.

—¡Perra! ¡Miserable! Eres una desvergonzada, voy a enseñarte a respetar a tu hermana —la insultaba Jonás, energúmeno, sin medir consecuencia de sus actos.

La gente los observaba con curiosidad, sin embargo, todos se mantenían pasivos, en silencio, nadie intentaba protegerla, ni mucho menos defenderla, porque después de todo, tenían la firme creencia de que un padre estaba en todo el derecho de disciplinar a su hija, además, mucho reconocieron la identidad de Jonás, como uno de los hombres más acaudalados del país.

—Papá…te lo pido, no sigas haciéndome daño —pronunciaba sin dejar de llorar—. Me estás lastimando, por favor, papá ¡Ya no más! —, pedía angustiada la chica, el brazo le dolía, la piel de su rostro le ardía, su cabeza la tenía embotada.

Muy cerca de allí Christian observaba la escena, sintiendo lástima por la chica, la había reconocido al instante, era la misma con la cual había colisionado cuando se atravesó en su camino. No podía dejar de pensar ¿Cómo un padre era capaz de tratar de esa manera a su propia hija?

Sabía cuan despreciable era Jonás, de los peores, pero nunca se imaginó que fuera capaz de tratar de esa manera tan vil a su misma sangre. Caminó hacia el bullicio, porque iba a intervenir en su defensa, no podía permitirle a ese hombre tratar a su hija de esa manera, pero justamente la asistente que estaba atendiendo a Sally lo llamó.

—Señor Goldman, el médico lo está esperando —indicó la mujer, mientras lo esperaba en la puerta.

Por un momento, dudó, si ir donde el médico o ir en defensa de la muchacha, mas otra vez pesó el inmenso cariño por Sally, se giró, dejando atrás la escena, para tratar los asuntos de su amiga.

—Sí, está bien, ya voy —respondió, sin embargo, no pudo aplacar esa incómoda opresión en su pecho, la cual no sabía a que obedecía.

*****

El padre de Lynda seguía golpeándola, exponiéndola, sin misericordia, ante la mirada de lástima de los presentes, hasta que el médico tratante entró al área y vio la escena desarrollada frente a sus ojos.

—¡¿Qué está haciendo?! ¿Cómo se le ocurre maltratar a un paciente así? —inquirió molesto.

—¡Usted no se meta donde no lo llaman! ¡Es mi hija! Estoy en todo el derecho de disciplinarla —expuso el hombre en un tono que no admitía discusión.

—¡Está equivocado! Así sea su hija, no tiene derecho a tratarla de esa manera, menos cuando está convaleciente producto de un accidente, o se detiene en este momento o llamaré a las autoridades y lo acusaré de estar propiciando disturbios en un centro de salud —expresó con firmeza el médico.

—¿Usted sabe quién soy yo? —preguntó el hombre con prepotencia.

—Poco me importa si es el mismísimo príncipe de este país, primer ministro, u hombre más poderoso, esté es un hospital, ella es mi paciente y en este lugar yo soy el máximo monarca —hizo una seña a los hombres de seguridad, los cuales habían permanecido cercanos esperando las instrucciones— ¡Sáquenlo! —ordenó.

Cuando lo estaban sacando, el hombre intentó liberarse mientras vociferaba en contra del médico.

—No sabes quién soy yo. Juro me las va a pagar, voy a mandar a cerrar este maldito hospital ¡Suéltame!

El médico ignoró sus gritos y fijo su atención en la joven para ayudarla, pero la chica no solo estaba hecha un mar de lágrimas, estaba tan golpeada que casi no se mantenía en pie, debió levantarla entre sus brazos y llevarla al interior de la habitación, entretanto la chica escondía su rostro en su pecho.

—¡Lo siento! —exclamó viendo como había llenado la bata del médico con lágrimas y mocos.

—¿Por qué te disculpas? —la interrogó él—.Tú no has hecho nada malo, solo eres una víctima.

—Porque estoy ensuciando su bata y porque tampoco tendré para pagar mi estadía aquí, no tengo seguro médico, tampoco dinero y aparentemente tampoco tengo familia para responde por mí, estoy sola en el mundo, no tengo a nadie —manifestó bajando su cabeza avergonzada.

—No tienes de que avergonzarte ¡No llores! ¡No voy a echarte! Soy el dueño de este lugar y te voy a eximir de pagar —trató de tranquilizarla sintiendo compasión por la chica.

Ella lo observó por un momento y se quitó la cadena.

—Entonces, cóbrese con esto, porque no me gusta deberle nada a nadie —expuso con firmeza, levantando su barbilla en una expresión de orgulloso coraje.

“El orgullo levanta la cabeza cuando todos a tu alrededor ti

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