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KATALINA
—Katalina, ¿me escuchas?
Parpadeo varias veces y miro a la persona frente a mi: la doctora James. Se ha convertido en mi psiquiatra desde hace ya algunos meses. Desde que esa persona se fue —no quiero decir nombres— había quedado demasiado mal. Había entrado en una depresión horrible, no quería comer, nada de lo que hacía antes me daba satisfacción. Aparte de eso experimenté algunos problemas de ansiedad, lo descubrí cuando me había metido a la ducha después de días y experimenté un ataque de ansiedad.
Pensé que moría.
Así que mi mamá me buscó ayuda y volví a Portland, no podía estar fuera, de alguna forma había experimentado un tipo de miedo por el mundo exterior. Mamá me cuidaba, se ocupada de darme mis medicinas —para no decir antidepresivos— y demás. Junto con Frank, claro está. Me pregunto si Frank le dirá algún día la verdad a mamá y también me preguntaba si ella lo aceptaría.
—Si —respondí. Tenía sesiones una vez cada quince días.
—¿En que pensabas?
La doctora James era tez blanca, cabello rubio y un poco bajita. Usaba lentes y tenía una carpeta con ella en donde llevaba mi registro. A decir verdad fue una gran ayuda para mi y me ha ayudado a superar varios traumas: empezando por la violacion que tuve. Cuando pienso en eso aprieto mis puños súper fuerte y me provoca golpear a Gael. Me provoca hacerle de todo. Sin piedad. Pero me calmo, diciéndome que no vale la pena enojarme y poner en riesgo mi salud por alguien como él.
—En cosas —me limité a decir.
—Nos ha agarrado la noche, ¿te sientes mejor que hace quince días? Puedo minorar la dosis si es así, te veo un poco más relajada —me dice.
—No, la dosis está bien por ahora. Quizás más adelante —me apresuré a decir. De alguna forma los medicamentos me hacían sentir bien.
Ella duda.
—Está bien. Terminamos por hoy. Recuerda hacer tus ejercicios de respiración. ¿Has ido a las clases de yoga?
Me había inscrito unos meses atrás a clases de yoga aquí en el pueblo y me habían servido mucho.
—Esta semana no fui porque tenía cosas que hacer con mamá y Frank pero en la próxima si voy —me puse de pie, tomando mi abrigo y mi bolso.
—Está bien, solo recuerda no dejarlas por ahora. Son de mucha ayuda.
Y lo sabía. Me sentía un poco mejor.
—Te veo en quince días entonces —me sonríe.
—Nos vemos.
Cuando salgo de la oficina el viento helado me hace sentir escalofríos. Hoy será una noche muy friolenta. Estábamos a finales de Enero, había retomado mis clases de la universidad en línea. No estaba preparada para volver a la universidad, ver a Gael y peor volver a mi habitación.
Seguí caminando por la acera, había dejado el auto de mamá estacionado a unas cuantas calles. Era de noche y no había mucha gente transitando. Portland no era muy transitado que digamos. Respiré profundo, relajándome. Cuando me acordaba de él aún sentía una tristeza en mi pecho, pero la descartaba de inmediato. No me quiso escuchar en su momento, no me creyó y eso es algo que tampoco puedo perdonar. Y no seguiré yendo detrás de él como perrito faldero. Esa no es la Katalina Shain que conozco.
Cuando estaba a punto de llegar a mi auto no me sentí del todo sola, de repente me sentí observada y eso me dio un poco de nervios y miedo. Miré para todos lados pero no había nadie. Apresuré el paso hasta llegar a la puerta de mi auto, busqué las llaves en mi bolso pero para mi mala suerte nunca las encontraba.
Cuando sentí un hormigueo en mi nuca volteé a ver detrás de mi de inmediato, pero no había nadie tampoco.
Okay, tienes que relajarte, Katalina, es solo tu mente jugándote una mala pasada. Me calmé y seguí buscando las llaves pero un ruido arriba de mi cabeza me hizo detenerme en seco. Era como si alguien estuviera moviendo las ramas del árbol. Elevé la vista y miré: estaba oscuro, el árbol se movía y movía, achiqué la vista para ver más pero no lograba ver nada. Todo era negro.
Y entonces pasó: las luces de un camión alumbraron el punto exacto. Lo que miré por una milésima de segundo: un chico en pantalones, sin camisa, mirándome fijamente con sus ojos negros y una sonrisa maquiavélica ¿además de eso? Miré dos cosas negras detrás de él, en su espalda: ¿alas? La luz del camión pasó así que todo volvió a ser negro. Sentía miedo. Terror. Me apresuré a buscar las llaves del coche, encontrándolas en el bolsillo de mi pantalón, abrí la puerta, me adentré y arranqué, alejándome de sea lo que sea que haya visto.