El niño
Una noche larga para Amanda. Su esposo intentó hacer el amor nuevamente, pero se sentía con ardor en su zona íntima y eso lo impidió, así que después de dejar a Elliot en la cama durmiendo, salió al gran balcón que tenía en su habitación.
Para ella no era nada fácil acostumbrarse al gran giro que acababa de dar su vida, incluso pensaba que permanecía en un sueño. Así pasó gran parte de la madrugada y cómo se durmió profundo cuando despertó, ya Elliot no estaba en la cama.
—¡Buenos días, señora! —se presentó el ama de llaves con una taza de té —El señor me encargó que trajera esta infusión para usted.
—¡Buenos días, Sarah, eres tan amable!
—Para eso estoy en este lugar, para cumplir con lo que usted ordené. El señor me ha dejado a cargo de su salud. ¿Cómo se siente en esta mañana?
Amanda se tornó sonrojada, pues no sabía cuáles eran las palabras correctas para explicar el ardor y las presentes molestias que sentía en su zona íntima a la hora de ir al baño a orinar.
—Es qué, después de…
Con solo verla sonrojada y acortando las palabras, ella creyó saber de qué se trataba, así que se acercó a la joven y tomó sus manos.
—Puedes decirme lo que sientes con mucha confianza, estoy aquí para colaborar con su salud y bienestar.
—¡Muchas gracias!
—¿Estás sintiendo incomodidad por la primera noche de casada? —ella sintió —Descuida, es algo muy normal. Te voy a preparar un baño con hierbas que te ayudarán a soportar el proceso.
—¿Sentir tanta sensibilidad es normal?
Ella acarició el cabello de la joven con cariño, pues Amanda se veía delicada e inocente.
—Cuando una mujer es tocada por primera vez, su cuerpo experimenta nuevos cambios y es lo que sucede con tu cuerpo, eso es muy normal.
Pasaron dos días y Amanda cada día aprendía cosas nuevas en compañía de Sarah. Hasta ese momento solo estaban en la mansión el ama de llaves y los escolta, pues Elliot había decidido permanecer apartado de todos en los primeros días de casado.
Como cada mañana, Elliot despertaba primero que Amanda y se marchaba a trabajar. Ese día ella se dirigía a la cocina cuando escuchó un balbuceo. Hizo silencio para poder escuchar bien, pues no sabía de qué trataba. Siguiendo el sonido, se acercó hasta la puerta que estaba en el fondo del pasillo y al abrirla se llevó una gran sorpresa.
—¡Hola!
—No te acerques.
Era un niño de unos 7 años de edad. Su rostro se veía con cicatrización de quemaduras profundas y estaba en una silla de ruedas. Al verla entrar reaccionó con horror. Su miedo era más que notorio.
—No te haré daño —el niño con una manta se escondió de ella, pero ella solo caminó hacia donde se encontraba para brindarle su compañía —Mi nombre es Amanda ¿Cuál es tu nombre?
El pequeño no le respondió y se quedó tranquilo sin mover una sola pestaña, hasta que Amanda, para no seguir incomodando, decidió marcharse.
La duda se quedó implantada en su mente, pero no quería hacer preguntas, así que solo decidió convertirse en amiga de aquel pequeño con mirada triste.
En la noche se sentó junto a él y le brindó galletas de chocolate, y así lo visitó por tres días, haciendo que aquel pequeño tomara más confianza con cada visita, pero sin pronunciar palabras.
—¡Bienvenido, señor!
—¡Hola Sarah!
Para no ser descubierta, en cuanto se enteró de que Elliot estaba de regreso, salió de la habitación del pequeño y regresó a su habitación. Momento después sintió cómo él abría la puerta.
—¡Hola! ¿Siempre te mantienes aquí sola y encerrada?
Ella no lo miraba de la misma manera, pues no entendía por qué motivo tenía a un niño encerrado en una habitación. ¿Lo hacía por su estado físico? De seguro se avergonzaba de él.
—¡Hey! Te he hecho una pregunta.
—¿Qué más puedo hacer aquí? A veces voy a visitar los jardines.
Ella le hablaba diferente y él lo pudo notar de inmediato —¿Sucede algo? ¿Estás incómoda?
Amanda era una persona que difícilmente se quedaba en silencio, pues siempre dejaba escapar lo que estaba sintiendo en su corazón y esa vez no fue la excepción.
—¿Quién es el niño que está encerrado en la habitación?
Él la miró elevando una ceja, pues aunque sabía que en algún momento se podían encontrar, ya que estaban en la misma casa, le aparecía muy rápido.
—¿Ya conociste a Liam?
Ella lo observó confundida, pues actuó muy normal, como si se tratara de alguna mascota, no entendía la indiferencia que en ese momento veía por parte de Elliot.
—Me refiero al niño. Parecieras que me estás hablando de algún animalito, planta o juguete.
Elliot camino hacia su mesa de noche y quitó su costoso reloj, luego desabotono su camisa y la miró con mucha seriedad.
—Me refiero a ese niño, detrás de él hay una gran historia y te puedo asegurar que no soy el malo de la película.
—¿Por qué lo mantienes encerrado y aislado?
—No es de esa manera, aunque así lo parezca. Al igual que tú, Liam es libre de andar por los pasillos, recorrer los jardines, salir de este lugar y hacer lo que lo haga sentir feliz.
—En su mirada hay mucho terror, imagino que es la razón por la cual no lo hace.
—Tengo que salir del país a una reunión de negocios. Salí antes de la empresa porque quería venir a informarte, pues no sé si te vas a sentir cómoda quedándote en este lugar sola o si deseas viajar conmigo.
—Me estás cambiando el tema para evadir mis preguntas.
Él caminó hacia ella, acarició su suave y delicada piel y luego clavó su mirada profunda en aquellos ojos azul celestes.
—Prometo darte todos los detalles de lo sucedido con Liam, pero por favor, no quiero que sea en este momento.
—Respóndeme una pregunta más.
—Sí.
—Eres de las personas que aparenta a todo el mundo ser bueno y en realidad tienes el corazón podrido.
—Todo lo contrario. Soy el estúpido que se esconde detrás de un fuerte carácter para no seguir siendo pisoteado, utilizado y humillado por todas las personas.
De algunas maneras, esas palabras convencieron y tranquilizaron a Amanda y, como él acariciaba su rostro, ella tomó su mano intentando transmitirle confianza y tranquilidad. No conocía quién era el hombre que tenía frente a ella, pero sí agradecía el intento de hacerla sentir cómoda y feliz en su compañía.
—Jamás he juzgado a las personas sin antes escuchar su versión.
—Prometo que te la daré. ¿Viajamos juntos?
—Prefiero quedarme y seguir acercándome a Liam, claro, si me lo permites.
—¿Has obtenido algún resultado positivo?
—No, pero siento que he avanzado en los días que llevo visitando su habitación.
—Espero que con tu acercamiento pueda salir del encierro en el que ha decidido permanecer por voluntad propia.
—¡Es solo un niño! Imagino que es falta de atención, cariño y cuidados especiales.
De alguna manera lo tierna que era Amanda y su corazón tan noble, llenaban las expectativas de Elliot.
—Tienes mi permiso y aprobación para que te acerques a él, espero tener buenas noticias a mi regreso.
Sintiendo felicidad, lo abrazó y lo besó. En el poco tiempo juntos, se sentían como pareja y el acercamiento voluntario de Amanda hacia él, le daba felicidad.
—¿Ya has sanado? —le preguntó acariciando su parte íntima.
Ella con su rostro sonrojado respondió —Sarah me está ayudando y pienso que muy pronto ya estaré como nueva.
—Eso lo vamos a comprobar a mi regreso.
Después de algunos besos, Amanda lo ayudó a organizar la maleta de viaje y él salió mientras ella lo observaba desde la ventana. Le parecía algo extraño, pero empezaba a sentir su corazón latir fuerte en compañía de Elliot.
¡Ring, Ring, Ring!
—¡Hola!
—Hija, necesitamos hablar.
—Tendrás que esperar a que se me vaya el enojo. No puedo creer lo que hiciste sin mi consentimiento.
—Todos cometen errores, cariño, y tu padre solo está buscando un mejor futuro para los dos. —Héctor le quitó el celular de inmediato a Manuel para escuchar su voz.
—No sea mal educado, estaba teniendo una conversación con mi padre.
—Podemos reunirnos y en familia discutir lo que está sucediendo, así trataremos de arreglarlo.
—¿En familia? —repitió ya enojada.
—Sí. Conmigo se acabaron las limitaciones y te prometo el mundo si me lo pidiera, ya que serás mi dueña absoluta.
—Usted puede ser mi padre ¿Qué dices?
—Digo que no lo soy, y que podré ser tu papacito.
Él hablaba con ternura cuando se refería a ella, pues desde que la vio se adueñó de sus suspiros.
—Le puede informar a mi padre que hablaremos luego.
Ella cerró la llamada cada vez menos interesada en siquiera saber algo de su padre. Por lo que escuchó se había dejado influenciar por aquel hombre y hacia su voluntad.
—Necesito cuanto antes que busques la manera de que me vuelva a reunir con tu hija. —Le entregó el celular molesto a Manuel. —Siento que me odia sin primero conocerme.
—Ella solo está confundida. Voy a invitarla a reunirnos para arreglar las cosas y así puedan reunirse y hablar.
—No sabes lo feliz que me harías.
—Será cuestión de días.
—Ya estoy ansioso —terminó con una sonrisa de satisfacción