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Capítulo 3:

MAR DE ANDROS

FRONTERA MARÍTIMA ENTRE ANSKAR Y ARITZ:

El arribo se acerca, Amarü estaba a solo metros del puerto de Anskar, los nervios no habían mermado, su corazón se mantenía encogido y lleno de una incertidumbre arrolladora, Amarü le temía a muy pocas cosas en la vida, el sacrificio y la lucha no formaban parte de esa lista, pero, ella de una mujer consiente de su posición,y cuando diera el primer paso en las tierras de Anskar, su mundo cambiaría para siempre, era un hecho, y estaba segura que no sería para mejor, no si sus conocimientos de Anskar son ciertos.

Amarü sabía que esto era un simple acuerdo político, una alianza forzada por el miedo y la incertidumbre, alimentada por la desesperaron y una amenaza de guerra, pactada por el aliciente de salir victoriosos de una imparable contienda, ni el reino de Anskar ni el reino de Aritz querían semejante unión, ellos, los príncipes involucrados, mucho menos. Aún recuerda los gritos indignados de su gente cuando su padre dio el anuncio, no quiere imaginar entonces los que acompañaron a los súbditos del trono blanco.

Anskar y Aritz han sido enemigos por años, no se han alistado cañones o alzado las armas, tampoco desenvainado una espada, pero se sabe, se nota la tensión, es una guerra silenciosa que ha avanzado siglos y no da augurios de querer terminar, para Aritz los del trono de mármol no son más que escoria, para Anskar los del trono de oro no son más que bárbaros, una enemistad que comenzó con la fractura de una gran hermandad y la muerte de dos corazones, nadie sabe qué pasó realmente, pero tuvo la importancia suficiente para llegar al día de hoy.

«Tu padre ha llorado por años, sabes muy bien qué pasó », el pensamiento fue rápido y certero, Amarü respiró hondo, claro que lo sabía, tenía el recuerdo, su padre, uno de los hombres más fuertes que ha conocido llorando y gritando de dolor, su madre a su lado, prestando fortaleza y siendo su pilar, dejando a Myrom deshacerse en lamentos, mientras ella acariciaba su espalda y susurraba palabras de aliento.

Aritz y Anskar son dos naciones que se han llamado por más apelativos hirientes de los que se puedan recordar.

Aritz estuvo abierto a nuevas personas, siendo un pueblo de negros, pieles morenas, más claros u oscuros pero de una misma raza, la única vez que dejaron entrar a otros fue como abrirles las puertas del infierno y dejar entrar al mismísimo diablo, Amarü no se engaña, ha conocido personas maravillosas en sus viajes a otros continentes, quizás entre los súbditos de Anskar las haya, pero su realiza es tan arcaica, machista y centrada, que realmente lo duda.

Su madre puso el grito en el cielo, su padre había flexibilizado solo porque de otra forma estarían perdidos, su hermana mayor intentó ocupar su lugar para salvarla de tal destino, sin embargo el rey de Anskar fue preciso, «Solo la hija menor, para unirse en matrimonio con su hijo mayor», Amarü al saberlo lloró por días, sí que lo hizo, sin embargo, era una verdad absoluta, «contraer matrimonio o muchos cuerpos sin vidas y ensangrentado sería el cuadro que la perseguiría toda su vida», sentir pena de sí misma no era viable.

—Ya hemos llegado—asintió al escuchar la voz de Hoccar—Será mejor que te alistes, princesa—la joven se alejó del borde y colocó en medio del gran barco, sus ojos café oscuro relucían, sutil maquillaje que solo resaltaba su belleza, el cabello negro, largo y rizado recogido en un gran moño dejando solo algunos cabellos rebeldes cayendo en su rostro, finos rasgos de piel morena, labios pequeños y gruesos besados por el sutil labial.

El delgado cuerpo envuelto en un sencillo vestido blanco con gruesos tirantes y un pequeño escote en la espalda y senos, con un cinturón de diamantes que cubría toda la cintura incrustados en la blanca tela, así como se acercaban al embarque y las aguas se movían, así lo hacían las telas de sus prendas. Entrelazó ambas manos en lo bajo de su vientre, la frialdad de los anillos a juego con las grandes argollas y colgante de plata creando escalofríos en su piel.

El barco arribó en la orilla, las anclas fueron echadas y la tabla puesta para su entrada a tierras de Anskar, tomó aire profundo hacia sus pulmones, dio el primer paso seguida de sus guardias y damas de la corte, cada paso sentía que moría, tenía miedo, estaba temblando, ganas no le faltaban para dar media vuelta y salir de ahí sin mirar atrás, sin embargo no lo haría, esas lágrimas y huidas solo la harían parecer débil«a vista de otros, incluso si realmente no era así», las mujeres de su pueblo son guerreras, fuertes féminas llenas de valor y ella no sería menos, estaba frente al enemigo.

Dio el primer paso, ese que marcaría un antes y un después.

—Bienvenida, princesa de Aritz—saludó un señor con traje azul obscuro, porte elegante, ojos arrugados, piel blanca, aura altanera y bigote—Mi nombre es Ezra Peltz, he venido a recibirla en nombre de la corona de Anskar—la joven lo observó de arriba hacia abajo antes de sonreír con total hipocresía, a ella le habían enseñado que cuando una visita llegaba al reino debía ser recibida por alguien de la realeza, no un enviado en su nombre, y el hecho de que nadie de la monarquía de Anskar asistiera a su arribo, era una clara muestra de lo que le esperaba, en otros instantes Amarü hubiera creado una escena y demostrado su carácter, sin embargo, allí, no la llevaría a nada exepto dar veracidad del poco exacto pensamiento que tenían sobre Arizt y su gente.

—¿Por qué los reyes no han asistido a mi recibimiento?—preguntó a lo que Ezra miró a los demás antes de darle una sonrisa.

—La están esperando en palacio, su alteza, tenían asuntos importantes que atender—alzó una ceja mirando al hombre.

—¿Asuntos importantes?—Ezra asintió—¿Quiere decir que yo no lo soy?—el hombre negó rápidamente, las damas y guardias mirándolo con diversión—Bien, llévame con sus altezas.

Ezra observó a la princesa con lo que se podría decir sorpresa y curiosidad, desde que se dio a conocer la alianza entre ambos reinos no se hablaba de otra cosa, a cada metro que avanzaba el carruaje por las adoquinadas calles de la capital de Anskar, había algunas habladurías alrededor, mujeres y hombres, muchos sorprendidos, algunos intrigados y otros horrorizados y no por la simple presencia de alguien ajeno, no, era porque ella es la princesa de Aritz, y al estar allí, solo significaba que la alianza era una realidad que se cernía sobre sus cabezas.

Llegaron a las puertas del gran castillo, Amarü no reparó en la estructura, sus ojos solo captaron una enormes y blancas paredes, siguiendo a Ezra con el rostro serio, al igual que su séquito.

—Mi rey, la princesa de Aritz, Amarü Radost, ha llegado—presentó dejando a la vista de los monarcas a la joven morena, quien dio un par de pasos acercándose al comienzo de las escaleras que daban al trono, con mirada afilada.

—Amarü Radost, princesa y segunda heredera del reino de Aritz, me presento ante ustedes con la mejores intenciones—se presentó ante los reyes saludando con un sutil movimiento de cabeza.

—Es un honor princesa, bienvenida al reino de Anskar—respondió Bastian Zlata, rey de Anskar con una apretada sonrisa.

A su lado la reina con rostro serio y pulcro silencio, sus ojos aunque claros y llamativos carecían de brillo, con un toque de ausencia en su mirada, que aunque pudiera parecer desinteresada, creía que había más para contar, conocía esa mirada, «No habla porque no puede más, que por no querer», la reina es una mujer alta, delgada, de cabello castaño y ojos verdes, con ropas finas y que tapan cada tramo de su piel y una corona que a simple vista parecía demasiado grande.

Al otro lado los que imaginaba eran dos de sus «tres hijos nacidos», uno muy sonriente de cabello castaño, con los ojos de su madre y unas hermosas finas facciones, y el otro con expresión sería, mirándola con gran atención y brillo en sus vistosos ojos grises, el rey se acercó hasta la princesa y le tomó la mano.

—Sé que no estamos en las mejores relaciones, aún así espero que al menos su estadía en Anskar pueda calificarse de tolerable—Amarü sonrió.

«Lo dudo», se dijo a sí misma dejándolo en lo profundo de su mente, sintiendo sus manos picar y una inmensas ganas de correr lejos de allí y nunca volver.

—Eso espero, mí rey—miró por encima del hombro de Bastian a todos los presentes con fingida empatía.

La tensión se sentía en el ambiente, Amarü lo sabía, había entrado a un campo de batalla del que no sabía si saldría: «ilesa, herida o muerta».

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