Capítulo 1:
ARIZT
CAPITAL: IRATXE
PALACIO REAL.
—Me alegra saber que ha tomado una decisión, mi señor, a mi entender positiva, con respecto a Anskar y el acuerdo entre ambas naciones—el silencio en la mesa era gélido, incluso los cubiertos pasaron a completo mutismo, la servidumbre parecía incluso aguantar la respiración, Amarü por un segundo deseó estar en cualquier otro lugar que no fuera ese, nunca había querido escapar con tanta desesperación, no había logrado conciliar el sueño en toda la noche, y dudaba lograrlo en lo que le quede de vida, eso junto a su reducido apetito, quizás le hicieran morir de fatiga antes de llegar a Anskar.
La mañana ya había llegado y con ella la realidad que parecía darle otra bofetada, y con tanta fuerza que le era ya imposible de ignorar«anoche», una vez que el cuerno había dado su última tonada de informe, Amarü por un segundo pensó captar el lamento del mismo, lento y poco agradable a los tímpanos, pero tan melancólico que puede tornarse un hermoso llamado a quien realmente supiera apreciar su belleza, la última vez que había tenido la desdicha de escuchar el lamento del cuerno, fue cuando era una adolescente y su padre partía a la guerra.
—Tienes razón—habló su padre, limpiándose los labios ligeramente con una servilleta, dejando ambos codos a un lado del plato, mirándola directo a los ojos.
Myron Radost era el vivo ejemplo del sacrificios, las marcas que portaba su espalda lo prueba con creces, según él, la única recompensa que recibió a lo largo de los años y que le mantuvo dispuesto a siempre darlo todo, fue: «su esposa, Sade, su hermosa morena de ojos verdosos, y sus dos niñas, Layla y Amarü», siempre una sonrisa de aliento para ellas, sus mujeres, su familia, mas ahora.
El moreno y masculino rostro se encontraba estoico, incluso con una imperturbable serenidad, sin embargo, Amarü leía mucho más allá, sabía que si su padre pudiera cogerla de la mano y meterla en una pequeña caja de cristal, lo haría sin dudar, los ojos grises opacos, casi negros por las propias emociones del hombre le hicieron bajar la mirada solo un segundo antes de recomponerse, «Recuerda tu lugar, quien eres y qué debes hacer», rezongó su consciencia, «¿Cuál es la prioridad de todo Radost?».
—¿Cuándo parto hacia Anskar?—el rey Myron no desvió la mirada, Amarü captó el brillo en los ojos del hombre, era orgullo, era la misma mirada que le regalaba a su madre cada vez que debía partir a batalla y ella, cómo la gran reina que es, no dudaba en quemar el mundo si con ello mantenía Aritz en pie.
«Las reinas y las princesas no son solo aquellas mujeres que llevan corona, Amarü, las reinas son los pilares de la corona, las princesas aquellas que algún día serán esos pilares, si la reina cae, el reino se irá con ella, un rey no es nada sin una verdadera reina a su lado, esa que no teme quitarse el vestido y ponerse la armadura, incluso, sino blande una espada para luchar por su reino», esas siempre habían sido las palabras de su madre.
—Esta misma tarde—dijo esta vez en su dirección con pesado tono.
Amarü había llorado por horas ante la positiva alianza entre Aritz y Anskar, el hecho de que la guerra era imparable y la vida de todo su pueblo estaba en juego le había hecho, aún con dudas, dar su brazo a torcer. Amarü asintió a las palabras de su padre y sin emitir palabra alguna se llevó un bocado de frutas entre los labios, tragando con fuerza esperando hacer más fácil el intentar ingerir el más mínimo alimento.
«Su vida no iba a terminar con este matrimonio, esta era solo una prueba, tiene que serlo».
—No te culparé si por un segundo dejas caer la corona y te comportas como la joven que eres, Amarü—la princesa negó y siguió comiendo con fuerza, empujando la comida en la boca, olvidando la etiqueta con la evidente tensión y fuerza marcada en sus rígidos movimientos—Sé que no quieres esto, y no sabes lo orgulloso que estoy de que pongas a nuestro pueblo por encima de ello, eres una heredera digna—Amarü no respondió, masticó la comida casi atragantándose con ella, la mirada de su madre y hermana–hasta ahora en silencio–debían ser de pena pura, sabían que se estaba conteniendo a sí misma, siempre hacía eso desde pequeña, cuando no quería hablar y dar rienda suelta su furia.
Para cuando logró tragar toda la fruta, sintió los brazos de su padre alrededor de su cuerpo, al costado de la silla, dejándole un beso en el cabello, Amarü miró a un lado encontrando los cristalizados orbes de su progenitor, tristes pero con ese retazo brillante que ella conocía tan bien.
—Eres mi niña, Amarü, mi niña adorada, y dios salve a quien intente hacerte daño, tu padre lamenta hacerte esto, mucho, espero algún día puedas perdonarme.
Cuando su padre terminó de hablar Amarü ya ni siquiera podía retener las lágrimas: tristeza, impotencia, dolor, irá, odio a Farid por ser el culpable de todo esto, el llanto brotó de su pecho y emitió sonido desde su garganta, su padre solo la abrazó y dejó que se desahogara, mientras su madre, la reina, y hermana, observaban la escena con congoja, incluso si no movieron un músculo, Amarü sabía, sabía que estaban sufriendo igual o más que sí misma.
«La familia sobre la familia, y sobre esta, solo el pueblo». Ese el lema de la corona de Aritz.
La tarde cayó en el puerto y Amarü se despedía de su madre, padre y hermana con sonrisa tambaleante y melancólica, el pueblo se posiciona estratégicamente para ver a su princesa partir, Sade, su madre la miró con esos brillantes ojos verdes de ella y besó la frente antes de abrazarla y darle su bendición, después su hermana hizo lo mismo y se lamentó por enésima vez, al no poder ocupar su lugar, tanto como le estaba destruyendo la negativa al intercambio, Amarü solo pudo sonreír y besar sus mejillas intentando calmar el llanto de su hermana incluso si ella no estaba mejor, «Layla nunca podría con ello», se dijo a sí misma.
Myron fue menos emotivo, la abrazó con fuerza, la miró directo a los ojos y volvió a repetirle lo orgulloso que estaba de la gran mujer en que se había convertido, a todo aquello Amarü solo pudo cerrar los ojos, suspirar y sonreír, otra vez.
Cuando los baúles comenzaron a llenar el barco Amarü miró a todos aquellos que se habían tomado el tiempo de ir a verla partir, ahí estaba su gente, mujeres que habían sido como segundas madres, hombres que quería como un padre, niños que merecían un futuro tanto o mejor que un presente lleno de guerras.
Con cuidado se posicionó de frente a estos y con suavidad colocó las rodillas en suelo, se inclinó sobre la madera del puerto y dejó su frente descansar en esta para después dejar un beso y levantarse, sin miramientos dio media vuelta subiendo al barco quedando de espaldas a todos, aguantándose de la madera, sintiendo que de soltarla podría morir, apretando los labios y párpados al sentir los pasos.
—Tranquila—pidió viendo a la joven mujer parada al borde del barco aguantada a la madera, con las manos hechas un puño admirando el mar, mientras subían todo lo necesario para el viaje, Amarü volteó a darle una rápida mirada sonriendo, una sonrisa pequeña y tensa que le costó las fuerzas que no tenía.
—Me pides demasiado, Hoccar—dijo con tono bajo y uniforme mirando las saladas aguas—Hoy comienza el camino a contraer nupcias con el enemigo, calma es lo último que puedes pedirme, que me haya resignado a mi posición en todo esto, no quiere decir que esté conforme con ello.
—Haría lo que fuera por salvarte de tal destino, princesa—ella sonríe ante sus palabras, «el siempre buen y dispuesto Hoccar», susurra en su mente con diversión.
—No puedes Hoccar, los necesitamos, incluso yo he de reconocerlo, solos no podremos contra el reino de Farid, y Anskar perecerán sin nuestra ayuda, siendo la negativa a ir en nuestra contra el comienzo de todo este desastre—giró el rostro observando el hombre a su lado.
Alto, fuerte, lleno de músculos, cabello negro y ensortijado, cejas simétricas y adornadas con un aro de oro, ojos mieles, labios gruesos, piel oscura; alzó la mano dejándola estar en la masculina mejilla con una sutil caricia que hizo a Hoccar cerrar los ojos y sentir, sonrió, iba extrañar a ese hombre con todo su corazón, a su hermano de otra madre, a su querido Hoccar, irían juntos, pero la unión no sería la misma.
—¿Crees que ellos han aceptado de buena gana?—preguntó retirando la mano sin dejar de sonreír, sus ojos tranquilos al igual que su postura, pero con un corazón retumbante e inseguro—Años de malas intenciones no se olvidan cariño, pero estamos tan necesitados el uno del otro, que he de cruzar el mar y contraer matrimonio con el heredero del trono blanco.
—Solo di que quieres escapar y te ayudaré—negó dando una casi imperceptible y se puede decir tímida risa, respiró hondo y miró al mar cerrando los ojos, empapándose con el viento que soplaba por todo el puerto, el salitre, el sonar de las olas, el sol calentando su piel—Princesa.
—Solo crearía los cimientos de una inminente masacre, Hoccar—dijo con un atisbo de dolor, sus ojos amenazaban con cristalizarse—Lo pensé muchas veces, mis dioses están conscientes de ello, rezé por libertad, pero no puedo—suspiró—Llevo la corona de una nación, un pueblo sobre mis hombros y las vidas de cada una de nuestra gente en mi conciencia, no podría sacrificar a todo nuestro pueblo por mi felicidad.
—Serás miserable.
—Así sea, Hoccar—dejó ir un suspiro que le dio el adiós a su patria—Así sea.
Esas habían sido las últimas palabras que oyó el reino de Aritz, de los labios de una de sus herederas, en el hermoso puerto de Iratxe, capital de Aritz.
