Capítulo 5
Debo haberme quedado dormida sin darme cuenta, pero me despiertan voces en el piso de abajo.
— ¿Habéis comido juntos? — Oigo que mamá le pregunta a Hugo — No me lo puedo creer.
Activo mi modo cotilla y cruzó el pasillo, escucho paciente desde los escalones a lo que él pueda responder, pero no oigo nada, ¡qué raro! ¿No le ha contestado, o lo ha hecho lo suficientemente bajo y no puedo oírlo?
Esto es justamente lo que no quería que pasara, paso un rato con Hugo y ya creen que todo está bien y que pueden vivir felices y comer perdices, ¡pues no! Tengo que poner distancia de nuevo, aunque de un modo un poco más... tranquilo.
Me pongo como objetivo no gritar y evitar tantas discusiones como sea posible, y con esa idea en la cabeza, bajo a por algo de cena, he dormido más de lo que pensaba.
Bajo las escaleras restantes hasta el comedor y los encuentro en el sofá viendo algo en el televisor. Me entran escalofríos solo de verlos sentados juntos. Ni siquiera dirijo una mirada hacia ellos, paso de largo hasta llegar a la cocina. Me sirvo un cuenco de leche con cereales.
— ¿No vas a cenar? — Pregunta mamá, vaya, y yo que quería pasar desapercibida.
— Eso hago. — Le muestro el tazón de cereales antes de coger la cuchara.
— ¿Solo cenarás eso? — Ahora es Hugo el que interviene. — Ha sobrado algo de la comida, pero puedo prepararte algo rápido si quieres. —En fin, ¿se puede ser más pelota? Y todo para que mamá vea lo buena persona que es conmigo.
— Ya os lo he dicho, ésta es mi cena — Ahora cojo el cuenco con ambas manos y lo muestro más si cabe — ¿Queréis algo más, o me dejáis irme a mi habitación dónde no sentiré nauseas ni nada parecido? Ya sabéis, vosotros en el sofá y eso.
Ambos me observan, no se esperaban que saliera por ahí, ni siquiera yo he pensado antes de hablar. Mamá sostiene mi mirada unos instantes mientras Hugo parece bajarla a sus manos, algo avergonzado.
— Hasta mañana. — Y ahora sí, subo de nuevo y cierro la puerta con fuerza para que vean cómo de enfadada estoy.
Ahora, cada vez que quiera ir a algún lado de la casa, ¿voy a tener que ir avisando o pegando gritos para no pillarlos en una mala situación? Me niego a eso.
Si quieren que los respete, deberán hacer lo mismo conmigo.
Me tomo los cereales rápidamente, como si estuviera pagando con ellos mi furia.
Tengo que pensar en otra cosa, en irme de esta casa cuanto antes, por ejemplo.
He hecho una larga lista de al menos veinte universidades donde podría ir, siempre y cuando las notas finales me acompañen, claro.
Así que sin más, me pongo a ello.
•••
Normalmente me despierto con un humor que compadezco al primero que se me cruce, pero si es el teléfono es el que lo hace... no sé ni cómo puedo reaccionar.
Lo primero que me viene a la cabeza es tirarlo contra la pared, o quizá por la ventana, pero por un momento pienso con la cabeza fría y, tras gruñir y maldecir, contesto a dicha llamada.
— ¿Quién es? — Un sonido de lo más extraño y monstruoso sale de mi garganta.
— ¡Ya veo que te pillo bien, amiga! — La voz divertida de Sara suena al otro lado — ¿Te he despertado?
— ¿Tú qué crees? ¿No te han enseñado a llamar a horas más decentes? — Mi reloj marca las nueve de la mañana, ¿qué estudiante madruga voluntariamente un día de verano?
— ¡Tonta! Si era para darte una buena noticia. — Ignora mis quejas, siempre lo hace — Me enteré anoche, pero era demasiado tarde para llamarte.
— Ya, en vez de despertarme ayer, has decido despertarme hoy. — Comienzo a incorporarme y me pesa todo el cuerpo.
— No seas gruñona y escúchame — Me quedo en silencio por lo que ella prosigue — ¡Esta noche hay fiesta en casa de Lorena!
— Empiezo a perdonarte por haberme despertado... — Sonrío en mi interior, sí, algo así es lo que necesito.
— ¿Lo ves? — Grita, y tengo que despegarme el auricular del oído, demasiado pronto para su efusividad — ¿Quién te conoce mejor que tu mejor amiga?
— Desde luego... nadie. — Admito.
Como sigo más dormida que despierta, quedamos en vernos a las nueve y media esta noche y no alargar mucho más la conversación. A veces somos capaces de pasar horas al teléfono aún viviendo a menos de diez minutos.
Genial, ahora tengo que pedirle permiso a mamá para ir, ¡qué ganas de tener dieciocho años y entrar y salir cuando me apetezca! ¿No es un sueño?
Tras despejarme un poco más y al menos lavarme la cara ya que tenemos invitados, decido ir a buscarla, pero no la encuentro, claro, habrá salido hace un rato.
— ¿Se ha ido ya mi madre a trabajar? — Hugo si está, cómo no.
Se encuentra en el comedor, sentado en el sofá observa una especie de libro enorme muy atento, pero levanta la mirada para contestarme.
— Si, hace un rato — Me sonríe, hoy todo el mundo se ha levantado de buen humor, menos yo — No sabía que eras de las chicas a las que le gusta madrugar.
— No lo soy, de hecho, lo oído igual o más que fregar los platos. — Murmuro.
Él ríe y se levanta, poniéndose frente a mí. Observo las facciones de su cara, por primera vez con más detalle. No puedo negar que es atractivo. Tiene los ojos marrones y mira de una forma un tanto... intensa. Parece joven, no sé si llegará a los treinta años, esta vez mamá se lo ha buscado completamente diferente, vaya que sí.
— ¿Desayunarás algo, verdad? Puedo prepararte lo que quieras. — También es un poco pesado.
— Hugo, no hace falta que me hagas la pelota, ¿vale? — No necesito numeritos de padre de pega ahora mismo — He decidido no meterme en esto que tenéis mi madre y tú. Yo iré por mi camino y vosotros por el vuestro. No quiero que intentéis meterme por medio, ni que hagas méritos para caerme bien...
— No los hago — Contesta encogiéndose de hombros — Ya te caigo bien.
— Lo que tú digas — Me giro hacia la cocina y noto que me sigue — ¿Es que tú no trabajas nunca? — Me doy la vuelta encontrándomelo de frente — ¿No tienes otra cosa que hacer que seguirme por toda la casa?
— No te sigo, iba a la cocina — Bromea, él solo se lo pasa en grande — ¿Sabes? Me pareces graciosa — Se apoya en la encimera con el hombro.
— Ya, pues yo no soy el payaso de nadie — Lo miro enfadada, pero él sigue con esa expresión divertida en la cara — Si quieres pasarlo bien vete al circo, lo mismo ahí encuentras trabajo y no dependes de nadie ni ocupas casas ajenas. — Aprieto los labios con fuerza, no puedo contenerme.
— Ya tengo trabajo, soy fotógrafo. — Sin embargo, él no parece molesto.
— ¿Y qué haces aquí, y no haciéndole fotos a modelos o a animales en medio de la jungla? — Pregunto mientras pienso en qué desayunar y consciente de que está en mi nuca — Sería más interesante.
— ¿Siempre sueltas lo primero que te viene a la cabeza? Eres ingeniosa — Me señala — Y respondiendo a tu pregunta, ya que parece importarte, el mío no es un trabajo continuo, me llaman cuando hay alguna sesión que hacer.
No le contesto. Meto dos rebanadas de pan de molde en la tostadora y espero mientras salen. Mientras, cojo el chocolate para untar.
— ¿Sabes la calorías que lleva lo que pretendes comerte? — Pepito grillo no descansa ni un segundo.
— ¿De verdad sigues aquí? — Pongo los ojos en blanco, estoy perdiendo los nervios y la paciencia.
— Está bien, si es lo que quieres, te dejaré tranquila. — Se aleja poniendo las palmas de las manos hacia mí con gesto de inocencia — Solo quería que pasáramos un rato agradable.
— Ya vendrá mi madre para hacértelo pasar, tranquilo. — Aprieto las mandíbulas.
Termino de untar el chocolate sobre las dos rebanadas de pan. Me apetece ver la televisión mientras desayuno, por lo que, aunque Hugo ocupe una parte del sofá, yo me siento en el otro lado, justo en la esquina contraria.
Noto su mirada en mí, pero hago como que no le veo y sigo mirando al frente, en el televisor están poniendo unos dibujos animados bastante ridículos pero en este momento cualquier cosa me sirve.
— ¿Me das un poco? — Se ha acercado, ¿cuándo lo ha hecho? Está justo a mi lado.
— ¿No decías que tenía muchas calorías? — Pregunto, alejando la rebanada de pan.
— También tiene muy buena pinta. Te preparé ayer la comida, ¿qué menos que me ofrezcas un poco? — Hace un mohín mirándome como si de repente tuviera diez años.
— Sírvete — Le señalo con la barbilla el plato que contiene la otra rebanada.
— De la tuya, solo quiero un bocado.
Ni siquiera soy consciente de lo que está pasando pero, de repente, Hugo está comiendo a centímetros de mi mano. Sus dientes están a punto de rozar mis dedos.
— ¿En serio? — Pregunto, metiendo la rebanada restante en su boca y alejándome sutilmente. — ¿Qué haces?
— Está vez pierdo yo, está muy buena, las calorías dan igual — De repente sigue siendo un niño pequeño, sonriendo sin parar — Gracias, Mel — El también se aleja y me fijo en que tiene una de las comisuras manchadas de chocolate.
Miro de reojo un par de veces, parece no darse cuenta. Quiero centrarme en la televisión pero la mancha sigue ahí y parece llamarme, me siento incómoda.
— Hugo, eres un guarro. — Él me mira con los ojos como platos, ya, demasiado brusca — No sabes comer, te has manchado — Señalo con mi dedo su boca.
— Oh, ¿dónde? — Se pasa la lengua lentamente por su labio inferior.
¿Está haciendo esto para provocar algo en mí? ¿Aprecio, desprecio...? No entiendo nada. Vuelve a decir ni nombre unas cuantas veces.
— Más arriba, no te lo has quitado — El chocolate sigue intacto en su comisura — Justo aquí — Pongo el dedo muy cerca de su cara, pero sin tocarlo.
Vuelve a pasar su lengua y me pongo nerviosa, no sé el motivo pero mis latidos se aceleran.
— ¡Mel! — Su voz me saca de lo que fuera que estaba pensando. — Te decía que si puedes limpiarme, no consigo quitármelo.
Vale, creo que está haciéndolo adrede, quiere reírse de mí, tomarme el pelo... No sé, pero desde luego se ha equivocado de chica.
— Pues mírate al espejo y te lo limpias tú, no es tan difícil. — Suelto, mi tono suena un tanto seco, pero me he cansado del juego.
Me despido de él con un vago gesto de cabeza, dejo el plato que he usado en la cocina, sin fregar, por supuesto, y voy a mi habitación para decidir qué ponerme esta misma noche. No veo la hora de poder ir a la fiesta.