Desilusión.
Ignacia.
En qué momento fue que me perdí a mi misma, olvidé lo que significa el amor propio por amar a este hombre, y no es que antes no me haya dicho tantas palabras crueles como ahora lo hace, sino que en este momento es que soy menos tarada y puedo entender que para él significo menos que un rollo de papel desechable y de muy mala calidad.
—Está bien, voy a firmar, pero debes dejarme vivir en una de nuestras casas, así sea la más pequeña—, pedí para acomodar a mis hijos, ya pensando que luego lo haré cambiar de idea para que desista de apartarlos de mi lado, además soy su madre, quien mejor que yo para tenerlos.
—No te has ganado nada…, Ignacia, — espetó nombrándome al final con un toque de repugnancia que no tenía que ser muy hábil para notarlo.
Quedé estática, mi corazón paró abruptamente de latir, el aire se detuvo a mi alrededor, todo en mí se paralizó, incluso sentí que el mundo lo hizo conmigo. Podía tener todos esos defectos que él enumeraba, pero nunca fui alguien que no se ganara nada, si gracias a mis consejos pasó a tener más dinero del que nunca tuvo y ahora resulta que no me he ganado ni un techo decente donde brindarles cobijo a mis hijos.
«Qué desdicha la mía, parece que la estoy pagando con todo y réditos»
—¿No me he ganado nada?, ¡Eres un poco hombre! — no evite sacar el enfado—no olvides que gracias a mi hoy tienes un negocio próspero— le señalé con el dedo y de repente sentí rabia conmigo misma y le di un gran golpe a la mesa delante de mí.
— Está bueno, no me gane nada porque era un pinche idiota que no supo ver la basura de marido que tenía y creí en ti ciegamente, bien Sebastián… — movía mi cabeza con indignación.
—Quiero que cuando firmes ese divorcio renuncie a todo, me lo debes, hazlo por el tiempo que perdí a tu lado, ¡ten dignidad! — y ahora sí que me mató, literalmente, sentí que dentro de mí algo se quebró y las lágrimas que tenía retenidas para no dejar salir, no pidieron permiso, solo se tomaron la libertad de desplazarse haciéndome ver más patética de lo que realmente soy.
Pero no me podía quedar con esa humillación, de modo que me levanté y no sé cómo, pero incliné mi cuerpo sobre la mesa que nos divide y le di una bofetada que resonó bastante.
—¡Perra! — masculló furioso a medida que se agarraba el lado de su rostro en el que le había pegado.
—Acepté que me dijera todo lo que quisiste porque me carcome la culpa de saber que no fui buena con muchas personas, pero tú que eres menos que yo me trates como a una incapaz que no se ha ganado nada y que encima debe pagarte, ¡ten bolas!
—Hijo de la chingada y al menos reconoce que si disfrutaste el tiempo a mi lado, un hombre que no quisiera a una mujer, no habría sido un cabrón tan celoso como lo fuiste tú y menos habría durado tanto tiempo a mi lado hasta el punto de llorar para que te abriera las piernas, ¿pero sabe qué?, que te den hijo de una doble perra—, con la misma rabia, firme el dichoso documento que fue humedecido con algunas gotas de lágrimas. Y tras terminar lo volví una bola con mis manos, lanzándolo a su rostro.
«Maldigo haber sido mala con las personas equivocadas»
—¡Maldita puta plástica! — gritó con una mano puesta en su cara cuando salí de la oficina, — te voy a quitar a mis hijos, ¡Ya verás!, un juez me dará la custodia por qué una muerta de hambre como tú no tiene como mantenerlos.
No detuve mis pasos y la mujer que antes estaba sentada en el área de espera, ahora estaba obstaculizando mi camino.
—Te detengo para decirte que seré la nueva señora Montero, — si era posible creo que mi alma seguía desgarrándose porque a pesar de todo, mi masoquista y estúpido corazón seguía amando a ese desgraciado, — te invitaría a mi boda, pero no quiero gente pobretona en mi ceremonia, de seguro que ya no tienes ni un solo vestido de gala de esos fabulosos que tenías, lo debes de haber vendido para comprar comida— me dijo la muy descarada.
—Pues, aunque me envíes una invitación, nunca iría a una fiesta con payasos incluidos…, me aburren— le respondí y ella endureció el rostro moviendo la cabeza para los lados como muñeca de cuerda.
—Sé que amas a Sebastián, no te hagas la dura conmigo, que todo lo que dices es para molestarme, pero ahora es mío y en esto perdiste, mujer de porcelana falsa.
—Que te aproveche… no olvides que hoy fue a mí y mañana será a ti, el que a hierro mata, del mismo modo muere y Sebastián es un vil traicionero que le encanta cambiar una cola por otra en cuanto se aburre —, me canse de escuchar sus babosadas y pasé de ella chocando mi hombro con el suyo.
—Ya veremos si dices lo mismo cuando veas a tus hijos decirme mamá. Sebastián me aseguró que te los quitará y yo seré su nueva madre— dijo a mi espalda y seguí caminando, prometiéndome a mí misma que no dejaré que algo así suceda, nunca así tenga que vender mi alma al mismo satán.
Caminé con rapidez hasta que llegue con la respiración errática a la parada de autobús, y a mi mente llegó el recuerdo de que no tengo dinero y que si pago el bus para ir a mi trabajo no tendré plata para llevar a mis pequeños a cenar fuera como prometí.
Por lo que saque mi monedero y mire simplemente por costumbre o quizás con la esperanza de que haya más plata de lo pensado y sea que me haya equivocado, pero no cuento con tanta suerte.
Sin ánimo más que de llorar y dormir, observé para ambos lados y suspiré cansada, — bueno toca caminar y aceptar que esta es mi realidad— dije antes de empezar a andar lo más rápido que me permitían mis tacones.
Iba a pasos dobles, ya que mi jefe me ha sentenciado y espero que no cumpla por qué esa sería la última gota que rebosara el vaso.
«Cuán perdida estaba, que nunca vi, que lejos de mi castillo en el aire había un mundo lleno de problemas que nunca creí tener, ¡qué equivocada estaba!», reflexioné mirando al cielo.