La propuesta
Cuando tu vida se derrumba, te sientes en la necesidad de hacerte preguntas tales como, si serás capaz de levantarla otra vez.
Es muy noble, levantarse de una gran caída, pero... Y, ¿si en vez de levantarte solo estás apuntalando todo?
Cuando apuntalas algo, sigue existiendo peligro de derrumbe.
Un solo día... uno solo, un simple día después de haber enterrado a mis padres, me llamó el banco a exigir que saliera de mi casa en los próximos dos días, a menos que pagara los atrasos de la hipoteca y ese era, uno de los tantos gastos pendientes que tenía. Se me acumulaban las facturas y los «no tengo con que pagar», también.
Estábamos sumidos en la tremenda miseria, desde antes de que mi padre enfermara y sin ningún familiar hacia el que virarnos para pedir ayuda. ¡Clásico!
Mis padres trataron de ser los mejores padres que se puede desear y tener, y probablemente lo hayan conseguido, porque la única queja que tenía de ellos era esta, que se hubiesen ido dejándome sola y en medio de la calle. Pero a veces ser fabuloso con tus hijos no los libra de las crueles batallas que la vida los hace librar.
Sin embargo no iba a culparlos por algo, que ellos no hubieran deseado que pasara y de lo que estaba segura no tenían idea que sucedería... ¿Quien demonios en su sano juicio podría pensar que algo así sucedería?
El hospital de mi padre esperaba que pagara un dinero que no tenía y el seguro de la persona contra la que chocó mi madre y que la hizo perder la vida y dejar a alguien más en el hospital, esperaba una indemnización que no podría pagar, pues ya ni seguro tenía.
Llevaba dos años trabajando por las noches en un bar de mal ambiente pero buena paga, para poder costear la vida miserable que llevábamos.
Pero cuando crees que tú vida ya es mala, ella misma te demuestra que puede serlo todavía más, que no te estaba mostrando más que un ensayo de lo despiadada que puede llegar a ser si te atreves a quejarte.
Yo era hermosa, ya lo sabía y lo odiaba. Serlo puede ser una bendición para muchos y una tragedia para algunos.
No había un solo poro defectuoso en mi perfecto cuerpo, sin embargo esa maldición me llevaba a las propuestas más repugnantes de mi vida.
Los hombres solo querían probar mi cuerpo, las mujeres repudiaban mi belleza y al final de todos, estaba yo, la dueña de toda la perfeccion que solo me hacía desdichada, porque no me propiciaba nada positivo.
Me había acostumbrado a ver mi vida en negativo. O quizá era la manera correcta de ver lo obvio.
No tenía idea de a dónde podía ir.
Cuando en dos días tuviera que dejar mi casa, no tenía sitio al que dirigirme. Ni una mísera idea de cómo solucionarlo.
Cuando cuentas tanta mierda, no hueles más que peste y pudrición.
— Lore, puedes quedarte conmigo al menos una semana. Hablaré con él — mi única amiga, me ofrecía un espacio en su casa, pero no podía aceptar. Y el que ella lo supiera y me lo propusiera de todos modos, me hacía feliz. Al menos tenía una persona que me daba una mano. Aunque no la pudiera tomar.
Mientras ella se tomaba un café, en la única cafetería que había cerca de nuestro trabajo, yo la miraba tratar de ayudarme, cuando ambas sabíamos que eso no sería posible.
Mi jefe era su marido, el dueño del maldito sitio de mala muerte en el que trabajaba.
Él era violento y mezquino, nunca podría vivir con el. Ella tendría más problemas de los que ya tiene y yo sería la causa de más dolor para ambas.
— No puedo hacerlo Patri y lo sabes. — le comenté bajito y sinceramente, mientras nos tomabamos de las manos y nos mirabamos complices y tristes — tengo que aceptar la propuesta de ese viejo.
Un cliente repugnante del bar, me había ofrecido trabajar como bailarina exótica en fiestas privadas de su casa, cosa que me sabía a asco pero que era un muy buen dinero al contado y me lo estaba planteando seriamente.
No tenía muchas opciones, y aunque tal vez podría irme lejos, no quería dejar a Patricia sola con ese tipo que podría matarla en cualquier momento. Además de ser la única familia que tenía y en este pueblucho no había demasiado de dónde sacar dinero.
— Eso no Loreine, no hagas eso — me soltó las manos y cubrió con ellas su rostro lloroso. Le asustaba tanto como a mí aquella posibilidad.
Nosotras nos queríamos, ya habíamos pasado por tantas cosas juntas que su dolor era el mío y viceversa.
Desde pequeñas estábamos soñando juntas, pero la vida nos había obligado a vivir tantas pesadillas que ya no soñabamos, ya todo era tan gris que no veíamos más que realidad.
— No te sientas mal cariño, yo lo voy a solucionar — le mentía y ella lo sabía — vete a casa. Es tarde y se va a enojar.
Como odiaba no poder convencerla de que dejara a ese hombre. Como odiaba no poder abrirle lo suficiente los ojos. Como odiaba la vida coño, como la odiaba.
Besó mi frente y apretó mis hombros antes de irse, dejándome con mi café sabor a soledad.
— Disculpe señorita — me interrumpía un agotado camarero para darme una nota escrita en una fina tarjeta que olía a millonario — aquel hombre le dejó esta tarjeta y pagó su cuenta.
Miré hacia afuera con gesto cansado justo donde había señalado aquel chico y ví a un hombre rubio,enorme, con pelo largo y coposa barba hacerme un gesto de despedida, como si tuviera derecho a dejarme tarjetas, pagar mis cuentas y decidir que puede pedirme citas por que es guapo, rico y yo hermosa.
¡Malditos hombres!
Me levanté ofendida, y caminé con paso rápido hacia el coche de aquel hombre.
Ya había subido y su chófer se disponía a salir del estacionamiento cuando me interpuse delante del auto y lo detuve con mis propias rodillas.
El golpe no me había dolido casi, pero al menos había valido la pena, pues ambos hombres bajaron del auto, cosa que garantizaba que pudiera decirle a aquel señor lo que me parecía su atrevimiento.
— ¿Esta usted bien? — se apresuró el señor de cara amistosa y un tanto anciana a preguntarme, antes que su jefe.
— Muy bien gracias — respondí seca, y caminé hacia el dueño de la tarjeta que aún daba vueltas entre mis dedos.
— ¿Acaso quiere morir? — dijo el enorme rubio de ojos tan azules que parecía que mirabas el cielo en ellos — le aseguro que la mejor opción es morir cuando te atropellan — dijo cínico y duro, a lo que yo alcé una ceja ante lo oscuro de su comentario — hay cosas mucho peores. No debió hacer eso señorita.
— ¿Quien te crees que eres para pagar mi cuenta y dejarme tu tarjeta como si fuera una cualquiera y solo tuviera que llamar a darte mi precio? — lo tuteé y su mirada recorrió mi desaliñado aspecto y volvió a mis ojos lentamente... Se tomó su tiempo.
— Ni usted parece una prostituta ni yo un putero — su voz calaba los huesos. Era una mezcla entre frío y calor. Hielo y llamas. Deseo y odio, que me resultó intrigante su tono. Y aquella mandíbula dura y boca gruesa, era enloquecedor verlo tan de cerca. Había dado dos cuidados pasos hasta mí.
— Aquí tiene su tarjeta — la pegué a su pecho con un fuerte golpe y casi jadeo al sentir lo duro que era por detrás de aquel traje negro y elegante. Y alto. Tuve que alzar la vista para verlo a los ojos.
— Consérvela. Quiero que venga a mi oficina mañana y la dirección está ahí. — tomó mi mano entre la suya para separarla de su torso y la alejé de pronto. Sentí que podía provocarme un infarto solo de la reacción de mi cuerpo ante su roce. Era más que peligroso aquel hombre y debía correr a millas de distancia de él.
No me gusta que me toquen los extraños, por más que sean como él. Solo no me gusta que me toquen...
— ¿Por qué tendría yo que ir a verlo a ningún sitio? — mi voz era firme y la tarjeta seguía en mi mano aún extendida hacia él.
— Porque tengo una propuesta para usted señorita. Sé, que no la va a rechazar. No puede y yo no le dejaré opción — pero que engreído este tipo.
— No me gusta nada como me habla — metí la tarjeta en el bolsillo interno de su traje, en un gesto tremendamente atrevido y antes de darme la vuelta para irme le dije — no voy a aceptar nada que venga de un extraño. Aléjese de mí y tome— saqué de mi bolsillo el único dinero que había traído para pagar los cafés — aquí está su dinero — se lo metí por dentro del cuello de su camisa y me giré para irme pero su mano aferró mi muñeca y lo sentí cerca de mi espalda y mi oído.
— Usted me debe dinero... muchísimo, y le aseguro que esto no es nada para lo que me tendrá que pagar.
Sus palabras me hicieron fruncir el ceño y sacando con fuerza mi muñeca de entre sus dedos me enfurecí y reclamé ...
— ¿Quien demonios es usted y qué le debo si ni lo conozco? — sacó la tarjeta nuevamente, la extendió hacia mí y me respondió con altanería mientras levantaba su cuello con poderío y arrogancia.
— Ven mañana a mi oficina y conóceme.
Se fué de allí, aprovechando el shock en que me había dejado, por su actitud que gritaba por todos lados, que tenía algo que podría hacerme todavía más complicada la vida.
Solo pude ver como el coche salía de allí, delante de mis narices y cuando por fin ví su nombre en la tarjeta, sentí furia al ver que también me había devuelto el dinero.
Alexander Mcgregor... Ese era su nombre y era también, el comprador de lo más importante que tenía.
Solo que eso yo, aún no lo sabía.