Capítulo 1
Elsa
Recuerdo perfectamente la primera vez que mi padre me llevó a patinar. Yo tenía cinco años y habían instalado una gran pista de hielo en el centro de la plaza principal de la ciudad. Nunca antes me había puesto un par de patines y encontrar el equilibrio me resultaba imposible.
Sin embargo, no lo considero el mejor día de mi vida.
Cuando regresamos a casa toda la felicidad y alegría de esa tarde quedó pulverizada con una sola llamada.
Mi vida cambió a partir de ese día. Empezamos a mudarnos todo el tiempo, papá siempre cambiaba de trabajo y nunca logramos quedarnos en un solo lugar por más de dos o tres meses.
Hasta que le ofrecieron trabajo como entrenador de hockey en una prestigiosa universidad.
Esto le entusiasmó tanto que aceptó inmediatamente el trabajo.
También era perfecto para mí, ya que acababa de terminar la escuela secundaria y estaba buscando una buena universidad a la que ir.
Y ahora aquí estoy, sentado al lado del campo de la pista donde entrena el equipo de hockey Eleko, observando el entrenamiento como cada viernes por la noche.
-¡McCoy, ve más rápido! – grita mi padre. – ¡Tienes que llegar a Harrison antes de que llegue a la puerta! –
Llevaba una camiseta polo naranja y blanca, pantalones deportivos negros y una gorra que lo hacía parecer ridículo pero ocultaba su cabello canoso.
Unos veinte minutos más tarde hizo sonar el silbato. – ¡Traigan sus traseros congelados aquí! –
Los chicos se acercan a él y se colocan en semicírculo frente a él. - Nada mal. - el reclama. – Hoy lo diste todo y se demostró. Recuerde, sin embargo, poner toda esta determinación también en los próximos partidos. –
El campeonato estaba por comenzar y había que mantener en alto el nombre del equipo.
-Ahora ve a darte una ducha. – al pasar mi padre le dio unas palmaditas en la espalda.
También me levanto de donde estoy sentado y voy hacia él.
Adam Hamilton es el primero en verme. – ¡Oye, la pequeña Elsa también vino a vernos hoy! – me sonríe. - ¿Cómo estás? –
Adam es el que más me gusta de todos. - Bien. ¿Tú? –
-Aparte de que tu padre nos está haciendo sudar mucho, bien. –
-¡Cicatriz! – Me oigo llamar. Me giro y encuentro a Tyler. – ¿Puedes ayudarme con filosofía mañana? Le preguntaría a Mary, pero tiene que prepararse para el examen de economía a fin de mes. –
Mary es su novia y ella es quien da tutoría a todos estos cerebros con errores.
-¡Cierto! Dime a qué hora. –
Enciende su celular y al cabo de un momento me contesta. – ¿Te parece bien que sean las cuatro? –
Asiento con la cabeza. - Está bien. –
Su rostro se ilumina. – ¡Muchas gracias, me salvaste! – y me abraza.
-Kane, aléjate de mi hija o te ataré a la red de la puerta por dos días. – Escucho rugir a papá.
Nos alejamos inmediatamente, pero ambos nos reímos. Mi papá sabe que no me interesan sus hijos, pero sigue siendo mi papá.
Por otra parte, sólo soy así con algunos de ellos: Adam, Ty y Andy. Con los demás volví a ser la Elsa de siempre, tímida e inocente. Y, en cualquier caso, papá puede estar tranquilo: ¿a quién le interesaría la hija del entrenador, que siempre es reservada y que viste sudaderas dos veces más grandes que ella?
Para nadie, aquí está la respuesta.
Más tarde esa noche, me siento en la cama y le envío mensajes de texto a mi amiga Jenny para quejarme de las interminables páginas de alemán que tenemos que estudiar para la próxima semana.
Decidí estudiar idiomas en la universidad pensando que sería sencillo, pero tengo que cambiar de opinión… es imposible.
Yo: ¡Maldigo el día que decidí estudiar alemán!
Jenny: ¿Por qué decidimos estudiar esto?
No lo sé..
J: está bien, hablemos de cosas más serias.
J: ¿Fuiste a entrenar hoy también?
Yo: Sí, no estaban nada mal.
J: qué suerte tienes. Rodeado de chicos geniales todos los días.
Yo: Vamos, J, no todos son geniales en absoluto.
Bueno, todos lo son, sin excepciones.
J: ¿Ni siquiera Jackson Eleko?
Jackson es hijo del director y nieto del fundador de la Universidad Eleko.
Yo: si, pero ya está ocupado.
Haely es una chica afortunada, con alguien como Eleko no te puedes aburrir.
J: ¿y Adán?
Yo: él también está ocupado.
J: ¿Jack?
En este momento mi corazón da un vuelco. Jack Harrison es su delantero y es... cómo decirlo... insoportablemente atractivo.
Tengo emociones encontradas por él. Por un lado me gustaría estrangularlo; por otro lado me gustaría... bueno, hacerle algo que mi padre ciertamente no aprobaría que le hiciera con uno de sus jugadores.
No lo sé.
J: mmh mmh
Yo: Me tengo que ir ahora, se hace tarde. Noche, J.
J: buenas noches, cicatriz.
A la mañana siguiente me despierto con el olor a tocino que llena la casa.
Sigo el olor hasta la cocina, donde encuentro a papá preparando el desayuno. - Buenos días cariño. –
-'Día. – Me siento a la mesa.
Papá pone un plato lleno de comida frente a mí. Unas lonchas de tocino y unos huevos revueltos. – Hoy vendrán algunos chicos del equipo para discutir algunas cosas. - me dice. – ¿Te quedas en casa o te encuentras con Jenny? –
-No tengo nada que hacer. – Respondo, llevándome un tenedor lleno de huevos a la boca. El asiente. - ¿Quien estará allí? – pregunto poco después.
-Eleko, Hamilton, McCoy y Harrison. – enumera papá.
Bebo todo mi vaso de jugo de naranja. – Me quedaré en la habitación. –
-Mira, puedes quedarte. –
Me encojo de hombros. – No quiero molestarte. –
-No nos darás nada, pero haz lo que quieras. – responde papá tomando su café.
Cuando estoy con Adam, Tyler y Andy me gusta ser yo mismo, pero cuando alguno de ellos, o todos, están cerca, me apago. No es que no me gusten los demás, simplemente no los conozco tan bien como a los tres y, en consecuencia, me encuentro encerrado en mí mismo, dejando que gane mi parte tímida.
Siempre trato de abrirme a los demás pero siempre termino diciendo tonterías o haciendo el ridículo, así que ya hace años que dejé de hacerlo.
Elsa
Unas horas más tarde suena el timbre de nuestro apartamento.
-¡Scar, ve y abre la puerta! – grita mi padre desde el baño.
Hago lo que me dice y abro la puerta a los chicos del equipo.
Adam está al frente y sonríe tan pronto como me ve. – Oye, pequeña, ¿no hay lecciones hoy? – me revuelve el cabello mientras entra y se dirige hacia la sala. Jackson y Malcom McCoy lo siguen.
Son enormes comparados conmigo, musculosos y bien formados. La primera vez que los vi quedé asombrado.
-¿Me dejarás pasar o nos quedaremos así todo el día? –
Me doy vuelta, aparto la vista de los tres jugadores en la sala de estar y me encuentro frente a Jack Harrison.
Lo primero que notas cuando lo ves son sus ojos verde oscuro y sus fuertes rasgos faciales. Es alto y, tengo que admitirlo, muy guapo. También puedes ver el lugar donde se rompió la nariz el año pasado durante el primer partido del campeonato.
Nunca supe cómo comportarme con él. La primera vez que nos vimos coqueteó conmigo, pero lo hacía con todos. En cuanto ve a una chica bonita va tras ella, sigue siendo un "pene bien equipado", también llamado de hombre, así que no lo culpo.
Ahora sólo me ve como una hermana pequeña y me atormenta constantemente.
Me hago a un lado, dándole espacio para pasar. - Ingresar. –
Me pasa pero se queda detenido en la entrada. – Pensé que terminé en un episodio de The Vampire Diaries. –
Le frunzo el ceño, sin entender la alusión.
-Por el hecho de que los vampiros de la serie no pueden entrar a las casas si no están invitados. - el explica. – Esto es conocimiento general, pequeña. –
Pongo los ojos en blanco. - No me llames así. –
-¿Adam puede y yo no? –
-Exacto. –
Él finge estar ofendido. - Eres cruel. –
Antes de que pudiera responder, mi padre entra a la sala y aplaude para llamar a los cuatro niños. – Vamos, no perdamos el tiempo. ¡Harrison, ven aquí inmediatamente! – le devuelve la llamada.
Jack se une a él y se sienta en el sofá oscuro con los demás.
Me encierro en mi habitación tratando de no pensar en la reunión en la sala.
Me pongo los auriculares en los oídos y enciendo la lista de reproducción en mi teléfono. La mayoría de las canciones son de Ed Sheeran e Imagine Dragons.
Me acuesto en la cama mirando al techo hasta quedarme dormido.
Cuando me despierto, la lista de reproducción continúa. El sol de la tarde se cuela por las ventanas, llenando la estancia de un tono rojizo. Miro la hora en mi teléfono, las seis menos diez. Había dormido toda la tarde.
Salgo de mi guarida pensando que la reunión había terminado. Sin embargo, estoy equivocado.
Encuentro a los niños sentados en el sofá viendo un partido de hockey y mi padre, al regresar de la cocina, les ofrece unas cervezas.
Cuando me ve, parece sorprendido. – Pensé que no saldrías hasta que se fueran. –
-Yo estaba sediento. – digo dirigiéndome hacia la cocina. Tomo un vaso y lo lleno con agua. El drenaje en un suspiro. – Noto que tu reunión ha terminado. –
Adam, sin quitar la vista de la pantalla, responde. - Desde hace un tiempo. –
Miro a papá como diciendo: "¿Entonces por qué sigo aquí?"
Él responde de inmediato. – Se quedarán a cenar con nosotros. –
El vaso casi se me escapa de la mano. Ya es un gran problema si vinieran a la casa ya que papá no permitió que ninguno de los chicos del equipo viniera, y mucho menos cenar con nosotros.
-Pedimos sushi y te quedarás con nosotros. – dice Adán.
-¿Qué-qué? N-Yo no... - balbuceo, consciente de que si acepto terminaría cenando con mi padre, Adam y tres chicos que no conozco de nada. Definitivamente me puse rojo como un pimiento.
-No quiero escuchar pero te quedarás con nosotros. – interviene mi padre.
¡Fantástico!
Miro a los tres chicos que casi me son desconocidos.
Jackson es inofensivo y eso me beneficia, considerando que yo también soy casi un extraño para él.
Malcom, en cambio, me incomoda un poco. Le gusto y eso siempre me ha empujado a distanciarme de él. Es un buen tipo, incluso agradable, pero no para mí. Pero con mi padre cerca no habría hecho nada.
Jack… muevo mi mirada hacia él y noto que ya me está mirando. Él es el verdadero problema, incluso si papá está ahí, me provoca, tratando de sacar a relucir mi verdadero yo.
Jack me sonríe, una de esas sonrisas burlonas. – No seas tímido como siempre, será divertido. – al ver mi expresión añadió. – No mordemos. –
No me preocupo por esos tres. No puedo decir lo mismo de él.
Me aprieto las mangas del suéter, demasiado grande para mí, mientras asiento y acepto. Me muero de hambre y cuando se trata de comida no me importa nadie.