4. Capítulo
Nunca antes se le había hecho tan eterna la escalera camino arriba. Una vez que se encontró dentro de la recámara, empezó a buscar en su armario algunas cosas que iba a necesitar, como ropa. Le hubiera gustado no llevarse ni una sola prenda de lo que tenía allí, pues todo había sido comprado por ellos. Aún así, se iba a arrepentir luego porque no tenía nada, ni siquiera un centavo en el bolsillo para poder comer. No sabía incluso dónde iba a ir ahora que su tía la había echado de casa. Era insólito pensar que algo así podía pasarle, por eso no se había preocupado en guardar algo de su salario de la semana pasada, por lo que no contaba con nada ni con nadie. Estaba perdida.
No pudo evitar ponerse a llorar mientras hacía una valija grande y la llenaba con su ropa. Las lágrimas salían ferozmente y rodaban sobre sus mejillas, impactando en una caída fría sobre la tela de alguna camisa o vestido que ni siquiera se preocupaba en doblar porque tampoco tenía ganas de hacerlo. Solo quería irse de allí, no verles la cara a esos dos. No importaba que no tuviera un rumbo fijo. Ya vería qué hacer, probablemente le tocaría recurrir a una amiga, que sí tenía. Además, era millonaria. Pero le daba vergüenza ir hacia Alicia y pedirle ayuda. Era algo descabellado ir hacia ella y decirle si podía quedarse en su casa. Además, estaba el hecho de que ella vivía con su padre, que era un hombre bastante adinerado y algo serio. La verdad no estaba segura de nada.
No tenía muchas opciones, simplemente era algo que debía hacer sí o sí. Quizás lo mejor era conversar con ella y plantearle un préstamo. Se le caía la cara de vergüenza y se imaginaba viviendo junto a ese hombre que le había parecido bastante guapo la primera vez que lo vio. No podía imaginarse estar tan cerca suyo en esa hermosa mansión a la que había ido varias veces y de la que quedó enamorada no solo por sus alrededores, que parecían de un palacio real, sino por ese dueño que durante la fiesta número 18 de su mejor amiga se le había quedado mirando de una forma extraña. Ahora que lo pensaba, no parecía buena idea pedir o solicitar alojamiento allí.
Ya no sabía qué hacer. Debía ir a algún sitio, jamás quedarse como si fuera una vagabunda en la calle, cosa que, solo de pensarlo, le causaba un escalofrío en todo el cuerpo y miedo a pasar alguna desgracia.
Suspiró hondo. Si la vida le tiraba esta bola curva, ella lanzaría más fuerte. Todo ahora era difícil y extraño, un giro drástico que aceptaría con optimismo.
Sí, por supuesto que hablaría con Alicia, o quizá lo mejor era llamar a Ashton...
Cuando estuvo a punto de tocar la puerta de esa mansión, sintió la necesidad de renunciar e irse corriendo de allí con la valija en la mano. Sin embargo, había tocado sin pensarlo mucho y en poco tiempo una mujer joven de ojos verdes recibió a la muchacha. Por su uniforme, ya sabía que era la mucama, una mujer bastante amable a la que había tenido el privilegio de conocer antes por sus visitas a la casa, aunque hacía mucho tiempo que ya no iba, pero estaba de nuevo allí con otra intención, una que le daba temor pronunciar porque podría tomarse como un abuso, incluso si en serio necesitaba la ayuda.
En realidad, nunca se agotaron sus opciones, cuando solamente había una y era esa, ir a casa, no, a la enorme mansión de Alicia y hablarle sobre quedarse un tiempo mientras conseguía cómo pagar alguna habitación en otro lugar.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte? Pero pasa, no te quedes allí —de inmediato se hizo a un lado. Ya la conocía.
—¿Me recuerdas?
—Por supuesto.
—Gracias.
Sonrió un poco.
—Bueno, eres la amiga de Alicia, ¿cómo podría olvidarte? Ahora ella no está aquí, ha salido, no sé si es que la estabas buscando, pero no creo que tarde mucho en volver, ha sido una salida rápida e inesperada. ¿En qué te puedo servir? Quizás el señor pueda atenderte, él se encuentra en este momento aquí, no fue a trabajar —le informó a la joven. Esta sintió como todo su cuerpo empezaba a temblar de solo escuchar que se encontraba allí, no podía evitar sentirse de esa forma tan nerviosa y poco a poco empezó a perder la valentía con la que había llegado hasta allí.
Ya se quería ir.
—Así es, ¿crees que pueda hablar con él? Te lo agradecería —casi le rogó.
No había vuelta atrás.
Suspiró hondo.
La mujer asintió con una sonrisa en el rostro. La primera vez que vio a la muchacha le pareció alguien buena y amable y desde ese instante le cayó muy bien. Así que le haría ese favor, además de que su intuición le decía que algo andaba mal y nada más bajar la vista y clavar los ojos en la maleta, supo más o menos lo que ocurría. Entonces la dejó allí. La mucama se había retirado para platicarle a su jefe sobre la llegada de la joven, quien necesitaba hablar con él, la razón no la sabía, pero algo le decía que tenía que ver con pasar algunos días, incluso un tiempo allí.
Había llegado hasta la sala con su valija y se ubicó en una otomana muy lujosa que estaba cerca de la chimenea, por lo que no tardó en imaginar algunas escenas en las que involucraba al dueño de todo eso. Se lo imaginó allí sentado cerca del calor que desprendía la hermosa chimenea que parecía sacada de una película, pero luego el pensamiento se tornó un poco pervertido de una forma que ella misma no pudo soportar. Batió la cabeza para sacar de su mente todo ese remolino oscuro que ya se abría como un pergamino a sus pies.
No era correcto ni lo sería, ni siquiera viéndolo desde otra perspectiva, porque desde el ángulo en el que se viera, no interesaba cuál, era malo pensar en ese hombre de una forma íntima. Se puso a estudiar a su alrededor como si nunca hubiera estado allí antes. La verdad es que nada había cambiado y no es que hacía mucho tiempo que no visitaba el lugar, apenas y podía contar que había sido un año y medio, tal vez, que no visitaba la mansión. Dentro de lo que podía señalar, ya había algunas cosas distintas, pero en su totalidad se conservaba todo muy bien. Desde lo más grande a lo más pequeño, el lujo estaba presente en cada rincón y ella podía ser testigo ocular de ello. No podía dejar de mirar y de estudiar todo lo que la rodeaba. Quedaba impresionada y boquiabierta ante la suntuosidad que existía y la atmósfera sorprendente que se podía palpar. También la hacía sentir un poco chiquita y sometida.
Tomó una bocanada de aire y se puso a teclear sin sentido en su teléfono móvil. Solamente buscaba distraerse de alguna manera y lo único que consiguió fue utilizar su aparato tecnológico y comenzar a escribir un texto que iba dirigido a Alicia. Sabía que debía haber recurrido a ella primero, pero no lo había hecho de esa forma, sino que de un tirón se aventó a ir hacia el padre y ya cruzaba los dedos para que todo saliera bien.
Ya temblaba como un flan.
Alicia: Hola, espero estés bien, sabes que...
De modo que en el texto que le iba a enviar le explicó lo que estaba sucediendo, contó al menos unas treinta líneas, aun así no fue suficiente para expresar todo lo que quería decirle. Por lo que había resuelto en cuanto la viera en persona, hablar sobre todo nuevamente y aclararle toda la situación de una forma más entendible.
Dejó de usar el teléfono cuando escuchó una voz profunda y fuerte, esa voz masculina que generó un efecto intenso en ella. De solo conocer la familiaridad de su tono, ya se sentía descompensada en un santiamén y tragó duro. Ya sentía el ardor profundo en sus mejillas, estaba insegura y casi no podía respirar de solo imaginar que estaba a pocos minutos de platicar con Asthon, con quien no tenía mucha confianza e incluso más allá de una atracción física, sintió temor por su apariencia tan dura y llena de seriedad. Y es que, todo el tiempo que lo había visto, lo veía como un hombre temible. Lamentablemente eso no había cambiado, seguía mirándolo de esa forma tan honda.
Ya podía estar segura de lo único: fue un gravísimo error ir a esa mansión.