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Capítulo 3. Primer encuentro con una Lunática de pelo rojo. Parte 1.

Brandon.

Boston, 2024, Parque de bomberos del distrito doce.

- “Si llego saber lo que me esperaba este día, no me hubiera levantado de la cama.”- esta va a ser la frase que me voy a repetir más veces en mi cabeza, y en más de una ocasión, durante todo el día.

Un día que empezó como otro cualquiera, excepto porque mientras me despertaba en mi habitación de jefe de la unidad dos de parque de bomberos del distrito doce de la ciudad de Boston, ya mi madre y una de mis hermanas, había venido a incordiar al cuerpo.

Quizás no entendáis mi queja, pero sólo el que entienda mi historia entenderá a que me refiero, provengo de una familia mixta, ósea, mi padre es mexicano, de Veracruz, y mi madre era, hasta que conoció a mi padre, lo que mi abuelo llama “gringa pelos de elote”, ósea, mi madre había nacido en una familia norteamericana, rica de Manhattan, en su vida, mi madre había lavado un plato, ni hecho una cama, de hecho, muchos de sus bolsos valían más que el coche que conducía mi padre en esa época.

Los padres de mi madre, a quién yo no considero mis abuelos, porque ni siquiera los he conocido, pusieron el grito en el cielo cuando mi madre les habló del hombre del que estaba enamorada, un “chicano” bombero, recién salido de la academia, sin un lugar donde caerse muerto, un maldito aprovechado, según el padre de mi madre.

Mi madre conocida, y se enamoró de mi padre, desde que puso sus ojos sobre él, tras quitarse el caso de bombero. Emiliano Hernández a sus veinte cinco años, intervino en un incendio que se produjo en una de las aulas de la universidad bostoniana a la que asistía mi madre, al parecer mi padre, y otros compañeros bomberos, la rescataron de un armario, donde mi inconsciente madre, y otros estudiantes, se habían escondido huyendo del fuego.

La señorita Kiara Malcon, fue a reclamar al bruto bombero que la cogió en peso, obligándola a dejar detrás “su maravilloso bolso recién comprado Gucci de doce mil dólares”, según nos contó mi madre sus quejas airadas murieron en su boca al ver como un moreno mexicano, atractivo, de ojos oscuros como la noche, y más fuerte que hércules, apareció debajo del casco, dejándola sin palabras. Que quede claro que no son palabras mías, son reproducciones literalmente exactas, de la protagonista de la historia.

Mi padre desde el principio rechazó los avances de mi madre, pero nadie conoce lo que Kiara Malcon, ahora Kiara Hernández, es capaz de hacer cuando quiere algo. Mentira, nadie no, mi padre, y sus hijos, sí que lo sabemos, creo que eso fue lo único que le quedó a mi madre de su época de niña rica, siempre quiere salirse con la suya. El acoso de todo tipo que recibió mi padre fue implacable, se puede decir que se enamoró de mi madre, por cansancio, o porque esa rubia de ojos azules, y cuerpo escultural, consiguió lavarle el cerebro y robarle el corazón al pobre mexicano, si es así, debió de ser una lavada de cerebro nivel dios, porque hoy en día, mi padre es su completo esclavo.

Después del rechazo de sus padres, al hombre que amaba, y el desprecio que le hicieron, cuando ni quisieron conocerlo, la actual señora Hernández, sin decirle nada a sus padres, volvió a su último año de su diplomatura de la universidad en diseños gráfico, como si nada hubiera pasado, para no regresar nunca más, borrando hasta su apellido tras casarse con mi padre, pese a la insistencia de mi padre a lo largo de los años de que arreglara las cosas con su familia.

“La gringa pelos de elote” se convirtió en una auténtica madre mexicana, gracias a reeducación de mi abuela, que la tomo bajo sus alas, convirtiéndola en la madre más mexicana que existe, justo por esa razón estaba en el parque de bomberos.

Una madre mexicana tiene dos misiones en la vida, sobre todo con sus hijos de las edades que tenemos mis hermanas y yo, la primera es casar a sus dos hijas, gemelas y solteras, de veintidós años, recién salidas de la universidad, una de ellas, Megan, con un buen trabajo estable, así que un parque de bomberos lleno de amigos, y compañeros, solteros de su hijo, es una oportunidad imposible de desperdiciar para mi madre.

La segunda misión, es acosar psicológicamente a su único hijo soltero de veintiocho años, para que abscede asistir a alguna cita a ciegas que de seguro habrá montado con las hijas casaderas de alguna de sus amigas o conocidas, todo vale para esa mujer, que conoce de la parroquia, colegio, o empresa, para que como dice ella “su hijo siente la cabeza, y le dé nietos”.

Así que no me sorprendió, después de una noche que fuimos requeridos dos veces, cuando bajé a la zona de descanso, comedor y cocina del parque, y ver a mi madre en la cocina haciendo chilaquiles rojos, huevos rancheros, guajolotas, tamales y tacos, un auténtico desayuno de Veracruz, tal como le enseñó mi abuela, mientras mi hermana Megan, que libraba hoy, servía el desayuno a los ocho bomberos de mi unidad, mientras coqueteaba descaradamente con un serio y callado Louis Turner, mi compañero y mejor amigo, al que mi hermana Megan, cuyo carácter es un maldito calco de mi madre, acosaba día sí, y día también.

- “¡Mamá, otra vez! Son las diez de la mañana, ¿No tienes que estar en casa sirviendo el desayuno a mi padre?”- le dije en español, con un suspiro de desesperación, mientras apartaba a mi hermana cogiéndola en peso de la cadera con un solo brazo, como cuando éramos pequeños, alejándola así del pobre de Louis, mientras ella pataleaba insultándome en español, por interponerme entre ella, y su objeto de deseo.

- “Suéltame, maldito idiota, bruto. ¡Mamá, dile que me suelte!”- se quejaba la tonta de Megan, colgando de mi brazo, mientras me golpeaba inútilmente el brazo.

- “¡Por dios hijo!, Deja a tu hermana en el suelo, ¿no puedes ser más educado con ella?, así no conseguirás una mujer en la vida…”- no la deje continuar, o ese discurso dudaría horas.

- “Ha tardado diez segundos en sacar el tema que te la ha traído aquí, estas superando su récor, señora Hernández.”- le dije mirando mi reloj, con la mano libre que me quedaba, ya que otro lo tenía ocupado sosteniendo de manera nada educada, a una veinteañera llorona y quejica, que aullaba improperios en español, poco oídos en una señorita educada trabajadora, como era mi hermana … a veces.

Mis hombres, acostumbrados a estas sesiones de acoso materno, engullían sus desayunos felices, no solo porque la señora Hernández fuera una muy buena cocinera, que lo era, quizás la mejor, gracias a que mi abuela la educó como a una hija más, cuando se casó con mi padre, sino porque también, se libraban, mientras la madre del jefe estuviera allí, de sus obligaciones de cocinar y limpiar, lo que pagaría con turnos dobles de cocina y limpieza, en la próxima semana.

- “No sé a lo que te refieres, hijo, y deja de ser tan irrespetuoso, soy tu madre, ¿qué es eso de señora Hernández? Ni creas que por ser más grande que yo, no puedo darte una tunda, Brandon Miguel Hernández, como cuando eras un crio, o crees que me olvidado como usar mi “chola”.”- me dijo mi madre amenazándome con la espátula de madera que tenía en la mano, al mismo tiempo que decía mi nombre completo, algo que mis hombres sabían que yo odiaba, privilegios de madre.

- “¡Increíble!, ¡Esto es increíble!”- dije en alto cogiendo mi móvil, para llamar a la única persona razonable en mi familia, aunque habiendo elegido a la mujer que eligió como esposa, podría plantearse serias dudas de su capacidad de raciocinio.

- “Papá, puedes venir a recoger a tu mujer, y a tu hija mayor, por favor, estamos trabajando, y tu esposa no deja de …”- no pude acabar, tuve que esquivar una espátula de manera que salió, volando certeramente, hacia mi cabeza, mientras mi padre hacia un gruñido, muy explícito que demostraba su cansancio, al otro lado del teléfono.

- “¿Así que ahí es donde se escaparon? ¿Por qué no me sorprende? Voy a buscarlas. Hijo, ¿Sabes que esto terminará cuando encuentres a una mujer y te cases?, ¿verdad?”- me dijo mi padre burlón.

No pude contestar como se merecía ese comentario, a mi padre, justo en ese momento saltó la alarma del parque, que nos avisaba de que éramos requeridos, y mecánicamente, por instintos profesional, todos los bomberos corrimos a prepararnos, para salir lo más rápido posible, abandonado el comedor de descanso, que quedó vació, con comida a medio comer, el fuego aún encendido, el café caliente en las cafeteras, y dos mujeres acostumbradas a que esto pasara, que apenas miraron como desaparecíamos, al mismo tiempo que una de ellas, la mayor, permanencia de píe, y tras apagar la comida que tenía medio hacer, recogió la sobras que había sobre la mesa, para ponerla en recipientes de conservación en la nevera, para cuando, horas después, los hambrientos bomberos regresaran se alimentaran.

Y la otra mujer, medio apoyada en un banco, con los brazos cruzados y furiosa, tras soltarla bruscamente del brazo de su hermano mayor, al que estaba maldiciendo ahora, por no dejarle estar cerca del bombero que le gustaba.

Tuve el tiempo justo de terminar de ponerme el equipo, e ir al control para recibir las órdenes de la central, antes de reunirme en mi puesto en el camión de bomberos que se dirigía al hotel el InterContinental Boston IHG, al parecer se había producido un incendio en la última planta, ya aunque el sistema anti incendios había funcionado para que no se expandiera otras plantas, en donde habla instalado saltado los aspersores, al parecer en la última planta, la del incendio, habían fallado, se estaba expandiendo rápidamente por la planta, era urgente que llegáramos.

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