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Capitulo 2. Socio frívolo

—Cómo eres nueva, mi consejo es que dejes que te hagan lo que quieran. Si desean follarte por el trasero, permítelo, si te rehúsas entonces te… —Ella guarda silencio, ganándose una mirada llena de miedo por parte de la joven —. Solo complácelo y ya, y no te lastimaran.

—Si —Asiente sorbiéndose la nariz.

La morena aplana los labios, se valía mentir de vez en cuando. Sobre todo cuando la chica ante ella era tan ingenua. A pesar de no ser virgen, era evidente que no tenía nada de experiencia en cuanto se trataba de follarse a un tío.

—¿Qué estás haciendo aquí, Serena? —La voz del idiota que siempre las acosaba resonó a sus espaldas, como odiaba a ese sujeto.

—La ayudo a prepararse para que se vaya.

—Eres una jodida entrometida, nadie te autorizo para que hicieras esta mierda. Sal a trabajar, te toca bailar en la tarima es lo único que debes hacer aquí. No dándotela de consejera.

Serena escucha las palabras de aquel hombre muy cerca de su persona, si decía una palabra más, ese tipo era capaz de golpearla, pero era imposible que no le dijera nada, detestaba su presencia y ni hablar de su asqueroso tono de voz. Pero por su propio bien y posiblemente por el de esa chica, no le respondería.

—Suerte —Le susurra a la joven, de la cual nunca supo su verdadero nombre.

—Claudia, me llamo Claudia —La muchacha le sonríe justo cuando el vigilante toma por el codo a Serena para arrastrarla fuera del camerino.

Segundos después de ese inconveniente, un hombre alto y musculoso ingresa en el camerino. La joven retrocede al ver la imponencia de ese extraño, todo su cuerpo comenzó a temblar ante la cercanía. No sabía que esperar, Serena no le dijo nada de lo vendría luego.

—Es hora de irnos, ponte esto encima —El hombre le tira una capa roja bastante pesada, aquella tenía una capucha lo suficientemente grande como para cubrir mucho su rostro —Cúbrete con la capucha y sígueme.

Ella asiente, recordando las palabras de la morena, necesitaba ser obediente si no quería que le hicieran daño. Una vez fuera, buscaría las maneras de escaparse y regresar con su familia. Pensó que, jamás volvería a desobedecer a su padre. Si regresaba con ellos con vida, se los iba a prometer. Tragando saliva, se colocó la capa y abandono ese detestable camerino.

—Mantén la vista en el suelo, solo sigue mis pisadas.

Obedeciendo los mandatos de ese hombre, hizo lo que le pidió. No sabía por dónde iba, ya que todo estaba muy oscuro, pero por la dureza del suelo asumió que era asfalto. Posiblemente una vía o algo así. En cuanto observo que los pasos del hombre se detuvieron, ella también lo hizo, segundos más tarde la introdujeron en el interior de un coche.

En lo que levanto la mirada, lo primero que sus ojos vieron fue un par de ojos azules que brillaban en la oscuridad, de inmediato sintió terror, sospecho que aquello no sería su escape a casa, sino más bien el camino hacia el infierno mismo…

[…]

Las puertas del ascensor se abrieron y, al hacerlo lo primero que Casey Monroe observa es el impresionando grabado en la pared de la recepción, eran las iniciales de la ensambladora M&A. La joven sonríe, cada vez que asistía a las juntas que su padre organizaba sonreía al ver la inicial de su apellido Monroe grabado en aquella pared blanquecina, era todo un orgullo. Desde luego que la otra inicial se debía al apellido Acrom, perteneciente a Cauther Lancer Acrom, el socio y mejor amigo de su padre Rafael Monroe.

Su padre en compañía de su socio, eran los dueños de las más grandes y famosas ensambladoras de coches deportivos en todo Estado Unidos, hasta tenían una ensambladora especial para la fabricación de los carros para la Formula-1. Las empresas M&A, eran las más vendidas en todo el país, y hasta se podría decir que del mundo.

—Buenos días, señorita Casey, bienvenida.

—Muchas gracias —Le sonríe a la recepcionista.

Rebosante de carisma y hermosura, la castaña encaminó sus pasos hasta la oficina de su padre, una que algún día sería suya. Pero, para que eso sucediera debía aprender hasta del más mínimo detalle sobre la compañía, Rafael era una persona muy celosa y aunque ella fuese su hija no se la cedería hasta que estuviera cien por ciento empapada en los negocios.

Por esa razón, Casey tenía una participación mínima de las acciones de su padre. Por ende una milésima parte de esa empresa era de ella, legalmente hablando, por así decirlo… en cuanto toca la puerta del despacho de su padre, la misma se abre de repente dejando a la vista a Cauther, el socio de su padre. La mirada de aquel hombre muchas veces daba un poco de miedo, pero su padre decía que era un buen amigo, confiable, pero sobre todas las cosas seguro.

Ella debía confiar en la palabra de su papá, ya que nunca se equivocaba. No se le podía negar, el viejo sabía lo que hacía.

—Buenos días, señor Acrom —Lo saluda con amabilidad, ella aún no se sentía preparada para llamarlo Cauther. Quizás cuando llegaran a ser socios igualitarios.

—Buen día —Contesta sin demostrar ningún tipo de emoción en su rostro. Pasa a un lado de ella dejando un fuerte aroma de su perfume, ni siquiera la había mirado al saludarla.

—¡Casey! —Exclama su padre desde el interior de la oficina —. Qué bueno que has llegado, hija mía. Ven pasa.

—Hola padre —Lo saluda con una sonrisa abierta.

—Has llegado muy temprano, la junta no será sino hasta dentro de una hora.

—Quise pasar antes para verte, últimamente trabajas mucho y casi no te veo en casa.

Ella se sienta llevándose toda la atención de su padre, era un hombre de complexión atlética a pesar de ser mayor. Todavía conservaba su guapura, la cual no la utilizaba para conseguirse una novia. Su madre había muerto hace 10 años, y parecía que aún no la superaba. A veces sospechaba que no reacia su vida a causa de ella, quizás pensara que se iba a molestar.

—Está noche llegare temprano, te lo prometo.

—Papá, siempre dices lo mismo y nunca vuelves para cenar —Se queja.

—Sabes lo exigente que es está compañía, hija. No se puede descuidar.

Casey aplana los labios, opino que ella tampoco debía ser descuidada. Desde que su madre dejo de estar presente, la mayoría de las veces siempre estuvo sola o con la niñera. Y al entrar en la adultez, la situación fue empeorando, ya que dejo de ver por las noches a su padre. Llegaba tan tarde a casa, lo único que hacía era estar en esa oficina o viajando.

—¿Casey?

—Creo que daré unas vueltas, regresare para la junta —Le contesta disimulando su tristeza.

—Hija, sé que no he sido…

Pero sus palabras se vieron interrumpidas por unos leves toques en la puerta, el hombre ordeno que pasara quien sea que fuera.

—Señor Monroe, el señor West acaba de llegar.

—Hágalo pasar. Casey, hija…

—Está bien, padre. Igual ya iba de salida —Contesta poniéndose en pie.

—Por la noche te prometo que cenaremos juntos.

—Eso estaría bien —Se aproxima al hombre quien se pone en pie y le deja un beso en la frente de la castaña.

—Nos vemos más tarde…

Ella muerde su lengua, por un momento creyó que le diría algo más… pero la realidad era otra, Rafael hace mucho tiempo que había dejado de demostrarle su cariño. Y no estaba segura de cuál sería su razón, de lo que si estaba muy segura era que le dolía mucho ese alejamiento.

En cuanto Casey se disponía a salir se topó cara a cara con Genaro West, era un viejo amigo de su padre. Se conocían desde la universidad, así que eran contemporáneos, y desde entonces se visitaban todos los días. Casey lo conocía desde que tenía uso de razón, siempre asistía a sus fiestas de navidad y le llevaba regalos impresionantes. ¡Obvio!, Genaro no tenía hijos, ni mucho menos una esposa.

Al igual que su padre, el hombre estaba bastante conservado. Se podría decir que eran hombres que se cuidaban muy bien a pesar del estrés que les causara sus empresas.

—¡Vaya! Pero mira a quien tenemos aquí, a la pequeña Monroe —Le sonríe el hombre con su reluciente dentadura. La mirada verdosa de Genaro era tan paternal que le sacaba sonrisas a Casey.

—Hola tío —Y por esa razón desde que era una niña le decía tío.

—Está niña me hace sentir un viejo cuando me llama así —Genaro la abraza sonriente, pero sus palabras fueron dirigidas hacia su amigo —. ¿Cuándo es que creció tanto, Rafael?

—Me hago la misma pregunta todos los días —Rafael observa orgulloso a su hija.

—Los dejare para que conversen.

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