Capítulo 4 HUMILLADO EN VENGANZA
Federick
Decidido, me dirigí directamente a la sede de Industrias Feldman. En el camino, pasé por una floristería y me detuve. Recordé que cuando Charlotte fue mi esposa, siempre me había pedido un ramo de flores, algo que nunca me molesté en hacer. Ella se fue con la ilusión de que algún día se lo daría. Así que, decidí elegir uno de los ramos más hermosos y lo llevé conmigo hacia la oficina de Charlotte.
Al llegar a las instalaciones de Industrias Feldman, me sorprendió ver cuán moderno y lujoso era el edificio. Nunca imaginé que unos simples agricultores pudieran tener un lugar tan refinado. Desde el momento en que entré, cada rincón del lugar estaba decorado con un gusto impecable y ostentaba un nivel de riqueza que no había visto antes.
Me anuncié en la recepción y la secretaria me pidió que esperara en la sala de recepción. Mi corazón latía con fuerza. La idea de rogarle a mi exesposa por un préstamo o hablarle de nuestra desesperada situación me perturbaba profundamente. Pero no tenía otra opción si quería salvar a mi familia.
Cuando la secretaria me anunció, me imagine los ojos de Charlotte con un deseo profundo de echarme de su oficina, así como yo la había echado de mi vida. Sin embargo, era consciente de la propuesta que me había hecho, así que probablemente pensaba que había venido solo para aceptarla.
Charlotte
—Dígale al señor Maclovin que puede pasar —ordené a la secretaria. Ajusté mi vestido, apliqué un poco de perfume y me aseguré de que todo estuviera perfecto. No había lugar para la mujer demacrada de mi pasado; la nueva Charlotte estaba en control.
Unos minutos después, escuché los golpes en la puerta de mi despacho. Mi corazón se aceleró a pesar de mis intentos por mantener la calma. Cuando la puerta se abrió y vi a Federick, llevando un ramo de flores, sentí una mezcla de emociones. Cuántas veces había deseado algo así, cuántas veces me había imaginado recibiendo un gesto tan simple de su parte.
—Buenos días, Charlotte —saludó Federick con una efusividad que me pareció casi ridícula.
—Hola, Federick. ¿Cómo estás? —respondí, intentando mantener un tono cortante.
—Mira, te traje estas flores—dijo, extendiéndome el ramo. Las tomé en mis manos, y el aroma de las rosas me inundó. Me encantaban las rosas, especialmente si venían de él. Pero el resentimiento que llevaba dentro era tan profundo que no pude evitarlo. Arrojé el ramo a la caneca de la basura que tenía cerca.
—Muy amable de tu parte, Federick, pero no me gustan las flores. Me provocan alergia —dije con firmeza, tratando de esconder la emoción que me traicionaba.
Pude ver cómo su expresión cambió, el enojo brilló en sus ojos, pero logró mantener la compostura. ¿Dónde estaba la Charlotte que se habría derretido ante sus atenciones?
—Bueno, Federick, ¿leíste mi propuesta? —pregunté, manteniendo mi tono frío.
—Sí, Charlotte, la he leído. Precisamente por eso estoy aquí —respondió él.
Sonreí, satisfecha. Había caído en mi trampa, una trampa que le haría pagar por todo lo que me había hecho. Nos quedamos en silencio, observándonos. Era curioso cómo Federick parecía arrepentido, un arrepentimiento que nunca había mostrado antes. Después de pedir el divorcio y echarme de su casa bajo la lluvia, las cosas no le habían salido bien. No tuvo a nadie que lo atendiera, y la mujer con la que pensaba que estaba enamorado se fue con su amante, llevándose una fortuna.
Ahora él me extrañaba, lo veía en sus ojos, pensaba en mí todas las noches, y deseaba al menos mi compañía. Lo sabía, lo conocía, podría verlo a través de sus ojos.
—Y dime, Federick, ¿qué pensaste sobre lo que te propuse? —le pregunté, manteniéndolo bajo mi mirada fija. Sentía que el poder estaba en mis manos, que finalmente había logrado el control que siempre deseé.
—Charlotte, sé que entre nosotros las cosas fueron difíciles en el pasado, pero quiero que sepas que mis intenciones ahora contigo son diferentes. Sin embargo, en cuanto a la propuesta, me parece algo extremista. Quiero aceptar tu oferta, pero no puedo entregarte el poder sobre mi compañía. He venido para ver qué podemos solucionar —dijo, con una mezcla de desesperación y esperanza en su voz.
Sacudí la cabeza, quitándome el anillo de diamantes y jugueteando con él en mis dedos. Observé cómo su nerviosismo crecía. En esta nueva faceta, yo le causaba inquietud y lo doblegaba por completo.
—Federick, desafortunadamente, es lo único que puedo ofrecerte en este momento. Si mi oferta no te interesa, es mejor que abandones mi oficina ahora. Tengo otras personas que atender —le dije, con mi tono firme y sin lugar a discusión.
Pude ver cómo sus mejillas se enrojecieron, como si le hubiera dado una bofetada. Quería desaparecer, pero sabía que salir de mi despacho en ese momento no era la solución.
—Charlotte, tú sabes que mi compañía tiene un buen nombre en el mercado, y si nos prestas el capital, no habrá problema en que te lo devuelva —insistió, tratando de salvar la situación.
—¡Exacto! Tienen un buen nombre, pero no tienen dinero. Y yo no tengo una casa de beneficencia, Federick. Así que tienes dos opciones: aceptar mis condiciones o salir por esa puerta de inmediato —respondí, dando por terminado el tema.
Empecé a mirar la pantalla de mi laptop, tratando de mantener mi coraza de dureza. Por fuera, proyectaba una imagen de fortaleza que se había forjado a través del dolor y el daño que él me había causado. Pero por dentro, mi corazón ardía con el deseo de estar en los brazos del hombre que había amado tanto. Aunque el tiempo había pasado, no había dejado de amarlo, pero el dolor que me causó había sido tan profundo que borrarlo era casi imposible.
—Charlotte, cariño… —intentó Federick, buscando persuadirme.
—¿Cariño? ¿Estás loco? Creo que fue un error intentar hacer negocios contigo. Sal de mi oficina, por favor —respondí, cortante.
—No, Charlotte, discúlpame, era costumbre decirte así cuando estábamos casados. No quise ofenderte.
Me levanté de mi silla, colocando mis manos firmemente sobre el escritorio. Me incliné un poco, dejando que mi blusa se deslizara un poco, revelando parte de mi escote. Noté cómo Federick clavó sus ojos en mi pecho, y un ligero rubor se apoderó de él. Sacudió la cabeza, intentando desviar la mirada.
—Federick, sal de mi oficina, por favor. Tienes tres días para aceptar mi oferta, de lo contrario, no regreses. No voy a cambiar de opinión —le dije con firmeza.
—¡Eres muy cruel, Charlotte! ¿O más bien una falsa? —exclamó, visiblemente enfadado.
—¿Falsa yo? ¡Ja! ¿Qué quieres que te diga? —respondí, dejando ver mi desdén.
—Sí, eres una falsa. Cuando nos casamos, te presentaste como una simple campesina. Ahora, según tú, eres una multimillonaria y, además, una mujer muy arrogante.
—¿Según yo? ¡No, Federick! ¡Soy una multimillonaria! Ahora tengo el poder económico que me permite hacer propuestas como la que te hice. Si te sirve, bien; y si no, también —dije, mientras pasaba mi mano por el escote de mi blusa y la levantaba. Observé cómo Federick quedaba absorto en sus pensamientos.
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El hombre la miro de arriba abajo y salió de su oficina, cerrando la puerta de un duro golpe a sus espaldas.
«¿Quién se cree esta mujer» Pensó
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Sentí mi corazón acelerarse con una intensidad abrumadora. Me levanté para servir un vaso de agua y lo bebí de un solo trago, buscando calmarme. Nunca imaginé que terminaría hablándole así al hombre que todavía tenía el poder de invadir mis pensamientos. Pero, de alguna manera, él tenía que pagar por todo el dolor que me había causado.