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Capítulo 5

Quién sabe cómo hubiera sido acariciarlos. El pelaje parecía muy suave desde lejos y la gorguera era tan gruesa que ni siquiera se podía tocar la piel debajo.

-Por supuesto, entonces cuando te pido que me los hagas nunca querrás hacerlo.- dijo Michela luciendo un hermoso traje magenta mientras salía de la tienda.

Todos nos reímos y luego comenzamos a conseguir los suministros que necesitábamos para nuestro pequeño viaje. Me cayeron documentos, llaves y chalecos salvavidas mientras ellos se encargaban de la toalla, la comida, el agua y el paraguas.

Escuché a mi pastor suizo ladrar nerviosamente así que miré a mi alrededor para ver qué podía haberla agitado, hasta que vi a Edoardo caminando rápidamente hacia nosotros. Michela se giró hacia mí confundida pero cuando vio su expresión reflejada en mi rostro entendió que yo tampoco sabía el motivo de esa visita.

Los continuos ladridos de Atenea me recordaron los aullidos de esa mañana, como si todo estuviera sucediendo de nuevo. Tuve que dejar de comparar a mi perro con lo que vi en la playa. Especialmente porque estaba cada vez más convencido de que en realidad no los había visto, tal vez eran sólo producto de mi imaginación.

-¿Podemos hablar un segundo?- Me preguntó Edoardo en voz baja, nervioso.

-¡Buenos días a ti también!- respondí molesto.

Me agarró del brazo y me alejó de mis amigos. Intenté protestar pero su agarre era tan fuerte que no pude liberarme hasta que él me soltó.

-Dime, ¿pero te has fumado los sesos? Nunca nos hablamos durante siete años y…y- tartamudeé, incapaz de continuar. ¿Y qué? ¿Y cuando estaba medio borracho me dijo que era bonita, me molestó profundamente y me alejó de mis amigos?

-Solo quería decirte que sería mejor no salir con el bote hoy, hay un poco de mar y podrías encontrarte en dificultades.- dijo con voz apagada, como si estuviera leyendo el tiempo. pronóstico.

Ni siquiera perdí el tiempo respondiéndole, no le habría dado la satisfacción de verme enojada con él. Me di vuelta y me alejé, pero dejar esos ojos color hielo dejó un peso enorme en mi pecho. Como si hacer algo que él no aprobaba me hiciera sentir mal. Esto me molestó aún más y me comuniqué más rápidamente con mis amigos, fingiendo que no había pasado nada.

Después de hacer un poco de buceo desde la embarcación auxiliar decidimos buscar una cala sin nadie para almorzar.

Logramos varar el bote sin chocar con una sola roca, gracias a las lecciones de mi padre sobre cómo evitarlas.

-¡Dios, cómo arde!- gritó Michela, inmóvil sobre la arena gris que caracterizaba aquella playa.

-Ve a la orilla del agua para que mientras tanto pongamos un paraguas.- Dije mientras me bajaba del bote como era necesario.

Luca ya se había adelantado y, con bastante esfuerzo, había conseguido plantar nuestro fantástico y súper colorido paraguas. Dejé la hielera debajo y fui en busca de dos guapos sajones para estabilizarla mejor.

Cuando regresé dos minutos más tarde encontré las toallas extendidas a la sombra y a los dos enamorados bajo la sombrilla esperando para comer algo.

Coloqué las dos rocas y me senté. Abrí la hielera y empezamos a sacar la comida. Pan, agua, embutidos y la infaltable pasta fría.

-Chicos, si quieren, ¡hasta el jamón!- solo escuchar el nombre hizo que mis ojos tomaran forma de corazón. Me encantó ese embutido.

Inmediatamente comencé a sacar platos, cubiertos y vasos de papel de la bolsa y una bolsa para tirar los residuos. Era realmente horrible ver cuánta gente dejaba su basura en esas hermosas playas, desfigurando el paisaje y envenenando el medio ambiente.

Después de unos veinte minutos ya estábamos todos bastante llenos. De lo que habíamos traído quedaba poco. Afortunadamente todavía tenían mucha agua. Empecé a recoger los restos y subí la bolsa al bote, atándola fuertemente a la consola central para evitar que se la llevara el viento.

El mar estaba tranquilo y plano con un ligero oleaje que creaba el fondo perfecto para quedarnos dormidos en la orilla.

Nos habíamos quedado dormidos en la orilla, con el frescor de las olas apenas tocando nuestras pantorrillas. Me desperté cuando una ola golpeó mis rodillas y la segunda ola llegó hasta la mitad del muslo. Inmediatamente me puse en alerta. Demasiadas veces había salido con mi padre en la patera y ahora había aprendido a conocer ese pedazo de mar. Esa ola que se extendía hacia la playa dentro de la ensenada solo podía significar que el mar se estaba poniendo agitado.

Desperté a mis compañeros y les dije:

-Chicos tenemos que irnos...- No tuve tiempo de terminar cuando fui interrumpido por la voz adormecida de Michela.

-¿Pero ya? Quiero quedarme un poco más -

-Sí Miky, no me gusta cómo está cambiando la ola y no quiero correr el riesgo de verme en algún problema. Mis padres ni siquiera están en el campamento, sabes que están fuera por unos días para visitar algunas cosas nuevas por aquí.- dije preocupada, si no hubiésemos logrado regresar ¿quién me hubiera ayudado?

Así que en poco menos de cinco minutos lo recuperamos todo y nos subimos al bote con dirección al campamento.

Mi hipótesis era correcta, nada más doblar el cabo que nos separaba de la bahía donde se encontraba el puerto deportivo del camping vi el mar muy agitado. Intenté adaptar el ritmo desde el bote modulando la velocidad para seguir más o menos recto pero sin chocar demasiado con las olas.

Nos tomó unos quince minutos regresar y vi que el cielo sobre nosotros cambiaba en cuestión de segundos. Del azul pasó a gris con nubes llenas de lluvia que no auguraban nada bueno. Busqué a tientas los asientos del puente en busca de chalecos salvavidas. Los agarré y se los tiré a mis amigos.

-Póntelos, vamos.- Grité por encima del rugido del viento.

Los ojos de Michela estaban aterrorizados por decir lo menos y por el hecho de que Luca no hizo ningún chiste brillante para aligerar la situación, supuse que él tampoco estaba particularmente contento con la situación. Ninguno de los dos estábamos acostumbrados a vivir junto al mar, como siempre lo había hecho yo.

También me puse la chaqueta y la apreté bien con las correas, al cabo de menos de medio segundo empezaron a caer las primeras gotas de lluvia que luego se espesaron cada vez más hasta crear una auténtica tormenta.

Intenté mantener la calma y hacer lo que siempre me habían dicho pero ya sabía que con esas olas nunca podría volver a entrar al puerto deportivo que estaba naturalmente delimitado por rocas.

Pensé en otras soluciones pero no se me ocurrió nada, llegar al puerto de primera línea de mar era imposible, estaba lejos y tenía que rodear otro cabo que me habría llevado directamente a mar abierto. No podíamos quedarnos en el bote porque el mar se hinchaba cada vez más y con cada ola tenía miedo de que volcara.

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