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Capítulo 2

Tomé las llaves del auto de mi madre, un Jeep rojo, y me dirigí al estacionamiento, buscando a tientas con mi teléfono celular la calle que necesitaba alcanzar en el navegador. Una vez que entré a ese horno, abrí todas las ventanas y puse el aire acondicionado a tope. Después de eso conecté el teléfono al auto y llamé a Michela.

-¡Oye, el navegante me dice que estoy a minutos de llegar!- gritó inmediatamente mi amigo.

-Bien, llegas justo a tiempo. Me voy ahora si mi navegador me ayuda llegaremos más o menos juntos - respondí impaciente por volver a verla.

-Vamos, no puedo esperar.- dicho esto cortó la llamada.

La música veraniega que sonaba en la radio llenaba mi cabina, interrumpida de vez en cuando por las frías y metálicas indicaciones del navegador. En poco tiempo, no sin dificultades, logré llegar a la estación donde, curiosamente, también encontré un buen aparcamiento.

Rápidamente me bajé y me dirigí hacia la entrada, revisando en los paneles a qué andén llegaría el tren para poder ayudarla con su equipaje. Al mismo tiempo que vi que llegaría al andén, se anunció el tren.

Llegué a la plataforma justo cuando se abrieron las puertas. Forcé la vista para encontrar el inolvidable cabello rubio ceniza muy largo de mi mejor amiga. Después de unos segundos la vi, su cabello en suaves ondas llegaba hasta su trasero, un sombrero de playa - justo en su estilo - lo cubría. Llevaba un par de pantalones cortos de algodón blanco y azul claro con rayas verticales y una blusa blanca. La vi resoplando y resoplando, tratando de cargar una maleta negra gigante mientras tenía una mochila azul claro sobre sus hombros y una bolsa de computadora sobre su hombro.

Me eché a reír al ver esa escena, que también se había repetido el año anterior. Supuse que no había aprendido de la última visita ya que de todos modos había traído muchas cosas que no iba a usar.

La risa llamó su atención hacia mí, en cuanto me vio una sonrisa cegadora iluminó su rostro y sus ojos azules.

-¡Heleneeeeee!- gritó alegremente, tropezando con sus alpargatas blancas/azules.

-¡Miky! ¿Pero cuántas cosas trajiste? - mi comentario la hizo sonrojar de vergüenza y luego hacer un puchero.

-Vamos, no es tanta cosa, necesito de todo, lo juro, de todo.-intentó convencerme, parpadeando rápidamente y poniendo ojos grandes.

Puse los ojos en blanco y comencé a reír.

-Sí, como el año pasado, me imagino. Vamos, dame algo y te ayudo.-

Obviamente me hizo pagar caro mi comentario y me regaló su súper maleta, que me llegaba más arriba de las caderas. Sacudí la cabeza divertido y me dirigí hacia los ascensores, ante la imposibilidad de subir las escaleras con ese inmenso peso.

Encerrados en ese espacio confinado nos actualizamos sobre los acontecimientos más recientes. Ella ya llevaba dos semanas en la playa con su novio y por eso estaba mucho más bronceada que yo. Rápidamente me contó lo sucedido y me actualizó sobre algunos chismes sobre nuestros conocidos en la ciudad.

-No, nunca lo creerás. ¡Gulia y Simone rompieron! ¡Su emoción era visible mientras movía las manos con entusiasmo!

Me sonrojé levemente pero, con toda la calma del mundo, respondí:

-¿Entonces?-.

-Vamos, todos sabemos que te gusta.-.

-¡Miguela! ¡No es cierto! Todos sabemos, ¿quién? - pregunté preocupada. No era cierto que me gustara. Es decir, en realidad sí, pero nadie debería haberlo sabido, especialmente teniendo en cuenta que ya llevaba casi dos años con Giulia, una chica que había ido a la escuela secundaria con nosotros.

-Mírate, estás roja como un pimiento- comenzó a reír mi amigo, lo que me hizo sonrojar aún más -Y Lucía me dijo que la dejó diciendo que estaba pensando en otra persona-.

Vale, no me esperaba eso. Mi corazón dio un vuelco, pero luego me ordené recomponerme. ¿Quién dijo que era yo?

-Pero ¿qué sabe Lucía de todas estas cosas? -Pregunté maldiciendo a nuestra amiga, con la que salíamos los viernes por la noche a la ciudad a tomar un aperitivo o después de cenar mientras dábamos un paseo por el centro.

-Simone habló de ello con Tommaso y él se lo contó.- me dijo como si fuera un secreto, casi susurrando, mientras yo sola me tomaba la molestia de cargar la maleta en el baúl del auto. Permanecí en silencio, intentando reorganizar mis pensamientos.

Lucía debió estar bien informada por su novio, Tommaso. Así que no podía ser una noticia infundada, algo que le sucedía a menudo.

-Oh, veo que las ruedas de tu cerebro están encajando, es normal que Simone le haya confiado. ¡Son amigos desde pequeños!-. Dicho esto, nos subimos al auto y decidí cambiar de tema, ya que no quería insistir en nuestra historia pasada.

-¿Como estuvo tu viaje?-.

-¡No lo intentes, Helen, por favor!- su voz preocupada llegó a mis oídos como una ola rompiendo contra las rocas.

-Sabes que no tengo ganas de hablar de eso.- Respondí molesto.

-Lo sé, sé que estuvieron juntos como un mes antes de que lo dejaran así sin explicación, sé que lo querías mucho como amigo pero también sé que tú, querida, tienes serios problemas con los sentimientos y no los conoces ni los reconoces ni los expresas.-.

Su sermón nos impactó perfectamente, sabía que tenía un poco de problema con este tipo de cosas.

-Sí, pero sigo convencida de que nunca me gustó salir con él, me gustaba más como amigo y lo sabes. Por su enfermiza idea de salir juntos, nuestra amistad se acabó, esto es lo que más me molesta.- Respondí convencido de mis palabras. Evidentemente mi respuesta fue suficiente para mi amigo que decidió responder la pregunta anterior. Me actualizó sobre el viaje y luego tomó mi teléfono y decidió qué música poner hasta que llegáramos al campamento.

La misma rutina se repetía desde hacía tres días. Nos levantamos bastante temprano en la mañana, o mejor dicho, me levanté temprano y desayuné, luego desperté a Michela que estaba durmiendo en su tienda de campaña al lado de la mía. Lo montamos inmediatamente el día que llegó. Luego ordenamos algunas cosas, lavamos las tazas y nos fuimos a la playa.

-Helen, ¿me traerás la toalla? - me preguntó Michela arrastrando las palabras mientras sujetaba sus gafas con fuerza entre los dientes. En su mano tenía una silla de playa, un flotador y protector solar.

-Sí, sí, lo haré, no te preocupes- respondí con calma, como no me gustaba mucho bañarme no tenía ningún objeto que cargar y por lo tanto mis manos estaban muy libres.

Por lo general, estos días ella iba a nadar mientras yo me sentaba en la orilla hasta que volvíamos a almorzar.

-¡Pizza margarita! Hoy tienes que pensar en el almuerzo - me dijo mi padre subiendo del mercado con una bolsa de plástico blanca en la mano - tu madre y yo vamos en la patera a buscar una cala donde quedarnos hasta la tarde -. .

-Pero estás pensando en el perro, ¿no?- la ansiedad en mi voz se traslucía plenamente.

-Sí, sí, lo llevaremos con nosotros.- Respondió mi padre entrando en la caravana.

Llegué a Michela, que estaba unos pasos más adelante, con la intención de no dejar caer nada de lo que sostenía.

-Miky, estamos tú y yo en el almuerzo, así que necesitamos subir un poco temprano para preparar algo…¿pasta fría?-Pregunté para saber sus preferencias para el almuerzo.

-¿Y preguntas?-.

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