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CAPÍTULO 5. Con garras y dientes

Rodrigo

Tengo algo que amenaza con salirme del pecho, y no puede ser de otra manera que no sea en forma de gritos. Voy a mi suite, dos pisos más abajo, y tomo la escalera para llegar porque no tengo paciencia para esperar por un ascensor.

No sé qué hora es, pero tengo esta rabia metida entre pecho y espalda, y no puedo creer lo que vi, lo que siento aquí dentro que está pasando…

Ahora todo tiene sentido, y sentirme el juguete sexual de una mujer me ha resultado hasta gracioso en algunas ocasiones, pero todo cambia radicalmente cuando no fui ese juguete para diversión de los dos, sino que… ¡Es que no puedo ni pensarlo!

Paso de largo por mi suite y voy a la de Val. Toco a la puerta, haciendo un escándalo hasta que me abre, medio dormido y maldiciendo a todos mis ancestros.

—¡Hijo de tu santa madre, si no fuera por lo que me pagas te estaría sacando a patadas!

Estoy a punto de reírme porque Valerio mide uno sesenta y es más ancho que alto, pero sé que su cariño por mí no tiene nada que ver con el dinero.

—Tiene una hija. —Es lo primero y lo único que necesito decir.

Val se aparta a un lado para dejarme pasar y camina detrás de mí hasta el salón de la suite. Se sirve un trago fuerte para espantar el sueño y pone otro en mi mano, que hago desaparecer en un segundo.

—¿Es tuya? —Es todo lo que pregunta.

—Creo que sí. Las fechas coinciden… no puede ser de nadie más. —He hecho en mi mente todos los cálculos posibles. Elízabeth jamás había estado con nadie antes de mí… ¿Será que ya sabía que estaba embarazada cuando se fue? Tenía que saberlo… Las mujeres saben esas cosas, ¿no?—. Además Val, tendrías que ver a esa niña… se parece mucho a mí.

Valerio se sienta y me ve dar vueltas por la habitación como si estuviera poseído por el diablo. El mismo cabello oscuro, el color de la piel… juraría que hasta su sonrisa es mía. Cierro los ojos y me llevo las manos a la cabeza. Esto parece un mal sueño. Esta no es la forma en que yo debía reencontrarme con Mel…

—¿Crees que te ocultó deliberadamente que estaba embarazada?

—No puede ser de otra manera… Un día sencillamente hizo su maleta y se fue, tuvo que ser porque ya lo sabía, ya tenía lo que estaba buscando —murmuro con los dientes apretados porque jamás creí que fuera una mujer tan calculadora.

—¿Qué piensas hacer? —pregunta con suspicacia porque ya me conoce—. Sueles tomar muy malas decisiones con la cabeza caliente.

—Tienes razón —me detengo en medio del salón y sonrío—, así que vamos a llamar a alguien que tenga la cabeza fría entonces.

Saco el celular de mi bolsillo y el primer número en el marcado rápido me responde al instante; y esta vez la voz que escucho es de preocupación. Diego sabe que jamás lo llamaría a esta hora si no fuera una emergencia.

—¿Estás bien? —pregunta con la voz ronca por el sueño.

—De salud, muy bien. De todo lo demás no puedo decir lo mismo.

—¿Estás en una comisaría? —pregunta porque aparentemente esa es la única excusa en su mente para esta llamada; después de todo es mi abogado. Él tampoco puede imaginar siquiera lo que estoy a punto de contarle.

—No, no estoy preso… al menos todavía. Pero necesito que vengas a Marsella cuanto antes si no quieres que lo esté.

—¿Qué pasó, Rodrigo?

—Creo que tienes una sobrina.

Escucho los ruidos, la rapidez, el golpe y luego la queja. Una mujer protesta a su lado y me imagino que la ha tirado de la cama por la impresión.

—¡Santa mierda, Rodrigo! ¿Es en serio? ¿Tienes una hija?

—Eso parece hasta el momento —respondo—. Te necesito aquí para todo el procedimiento legal.

—¿Es de Melanie? —pregunta con curiosidad y ahí va otro que conoce perfectamente mi obsesión con esa condenada mujer.

—Para empezar no se llama Melanie, y para seguir creo que me ocultó a mi hija a propósito, así que más te vale llegar pronto antes de que yo haga una estupidez.

—Entendido. Estoy saliendo ahora mismo.

Cuelga sin decir otra palabra y recuerdo por qué somos tan diferentes los dos. Yo literalmente vivo de la fantasía, y él de los hechos. Diego es el tipo más práctico y concreto que conozco, y doy gracias a Dios todos los días porque sea mi hermano.

—¿Sabes que esto se va a convertir en un escándalo mayúsculo, verdad? —me advierte Val cuando me ve bajar el segundo vaso de lo que sea esto que me sirvió, ya ni paladar tengo del estrés.

—Bueno, tú eres el que dice que hasta la mala publicidad es publicidad, ¿no?

—No me refiero a eso, Rodrigo —me regaña como si yo careciera por completo de seriedad—. Si de verdad Elízabeth Craven tiene una hija tuya, vas a toparte contra el muro de las cuatrillizas, y esas mujeres tienen mucho poder detrás de ellas.

—Lo sé —respondo sentándome por primera vez en la noche—. Sé que tienen mucha influencia, no hubieran podido construir esto si no fuera así.

—No, no me refiero a dinero o influencias. Las cuatrillizas tienen el respaldo absoluto e irrevocable de Ruben Easton. —Levanta las cejas con un gesto intenso y yo arrugo el ceño porque no sé cómo este hombre puede saber tantas cosas, pareciera que ser chismoso es parte de su profesión.

—¿Ruben Easton? ¿El magnate filántropo que invirtió en este proyecto?

La carcajada de Val resuena por las paredes como un eco.

—¡Filántropo mis huevos! —espeta dejando de reír de golpe—. Easton es el mayor capo de la mafia de Europa, ahora eso sí, es un mafioso con mucha clase y con una capacidad especial para que nadie lo moleste por sus actividades secundarias. Pero Rodrigo, ese no es un enemigo que te convenga.

Entiendo perfectamente lo que me dice pero no puedo hacer nada. No tengo la resignación que hace falta para perder a un hijo, y menos para perderlo a manos de una mujer que solo me usó.

—No me importa, Val. Así tenga que echarme de enemigo al Papa de Roma, voy a averiguar si esa niña es mi hija, y si lo es… Val, ¿tú entiendes lo que eso significa? —No, no puede entenderlo porque Valerio Arca no tiene hijos—. Si esa bebé es mi hija, voy a pelear por ella con garras y dientes.

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