Librería
Español
Capítulos
Ajuste

1

Invierno.

Los copos de nieve caen sobre la ya pálida lápida en donde hoy descanza su cuerpo sin vida. El cielo se torna gris. El helado cementerio tiene un color blanco por toda la nieve que ha caído. Justo ese día se tenía que ir. El día en que cumplíamos tres años de novios y el día de la navidad. Odio ese día:

25 de diciembre.

Mi vida no será la misma. Nada será lo mismo. Si me hubieran dicho que solo llegaríamos a ser felices por tres años quizá, en su momento, no lo hubiera creído. Aún recuerdo cuando lo conocí. Él cambió mi vida, cambió mi forma tan retorcida de pensar, cambió mi forma de ver la vida.

Una vez me prometió que siempre estaría conmigo. Ya veo que no pudo cumplir la promesa.

Cierro los ojos y respiro el aire fresco. Hoy 26 de diciembre fue su funeral; todos ya se han ido para sus casas; sus padres, su hermanita, sus amigos, mis amigas, sus vecinos, mis papás. Llevo tres horas aquí. He esperado estar sola para hacerlo.

Me arrodillo frente a su tumba y me preparo para hacerlo. Y entonces lo hago: lloro, lloro como si no hubiera mañana, lloro todo lo que tenía guardado, lloro, golpeo, grito.

—¡¿Porqué?! —grité.

Estoy llena de dolor, un dolor que nunca cesará, un dolor que siempre invadirá mi corazón, un dolor que será parte de mi día a día a partir de ahora.

—Daniel, —sollozé—Te amo.

Tres años antes...

«Nunca me había dirigido una mirada... Hasta hoy»

DANIEL.

Me acuerdo de la primera vez que la miré. Estaba con su grupo de amigas almorzando en la cafetería, era inicio de año. Siempre estaba con sus dos mejores amigas, riendo y mirando al grupo de los populares. Nunca me dirigió una mirada. Para ella era invisible.

—Es linda, ¿no? —cuestionó Jhon, mi único amigo.

Bajé la vista a mi almuerzo y luego la miré, de nuevo.

¿Que si es linda?

Es la chica mas hermosa, linda, que haya visto.

—¿De qué hablas? —pregunté, fingiendo no saber.

Era mi primer año en esta preparatoria. Nos mudamos hace un par de meses y, desde la primera vez que entré a esta escuela, me gustó. Íbamos a mitad de año y nunca me he atrevido a hablarle.

—No te hagas el que no sabe, —me aventó una papa frita que cayó en mi sudadera. Lo miré mal. —Sé que te gusta, Daniel.

Al parecer era muy obvio.

—Las chicas como Amanda no están a nuestro alcance. —dice—Solo tienen ojos para los populares.

La miro otra vez. Está riendo de alguna cosa que le haya dicho su amiga pelirroja. Y luego pasa... Su mirada cae en mí; en ese momento me siento vulnerable, no puedo apartar mi vista de la suya, es la primera vez que me mira, la primera vez y me siento el chico mas afortunado del mundo.

—Te está viendo. —murmura Jhon.

Pero Amanda es la primera que aparta la mirada. Una gota de desilución me invade. Era demasiado bueno para ser verdad.

—No, Jhon. Solo estaba viendo atrás de mí. —mentí. Porque sentí su mirada y sé que era para mí.

Amanda jamás se fijaría en alguien como yo. No soy como esos chicos populares que juegan fútbol, no soy el capitán del equipo... No soy nadie.

—Me gusta su amiga pelirroja —admite.—Yo si seré arriesgado y le hablaré.

Jhon puede ser del tipo sinvergüenza, pero es un buen amigo. A él si lo creo capaz de ir hasta su mesa y hablarle. La campana sonó anunciando la entrada a las siguientes horas de clase.

Amanda se levantó con sus amigas y salieron de la cafetería.

—Es hora, Amigo —se levanta Jhon—No te agobies, la verás en el salón.

Sonreí ante su comentario. Me levanté y empezamos a caminar en dirección al aula. Hay veces en que no resivo clases por estarla observando. No puedo dejar de mirarla.

Entramos al aula de clases, ella estaba sentada en su pupitre revisando su celular. Me senté en mi lugar y saqué mi cuaderno de matemáticas. Amaba las matemáticas, muchas chicas la odian. Amanda era una de ellas, incluso se ha quedado dormida en varias ocasiones. Desearía decirle que yo la puedo ayudar... Reprobó el semestre pasado.

El prosefor Henrie llegó al salón y empezó a sacar su cuaderno de su viejo bolso.

—Muy bien, Chicos, harán unos ejercicios. —empezó a anotarlos en el pizarrón.

Amanda estaba a la par mía. Cosa que agradezco infinitamente; pero aún así nunca me había dirigido una mirada... Hasta hoy.

AMANDA

El profesor Henrie empezó a escribir unos tontos ejercicios en la pizarra, saqué mi cuaderno y los anoté. Nunca los hago, simplemente finjo hacerlos. Nunca me ha gustado las matemáticas. Las odio. Tantos números son muy... Complicados. Prefiero la literatura.

—Cada ejercicio vale puntos —el profesor Henrie deja su marcador en la mesa y me mira —Ya sabes, Amanda, valen puntos. —recalcó.

Sé que reprobé su clase pero no es para tanto.

Le sonreí.

Cada año que he pasado en este instituto nunca me había pasado. Este año fue diferente; sentía una sensación extraña, una sensación nueva: me sentía observada. Eso era siempre y creo que hasta hoy me doy cuenta de quién se trata. Hace rato en la cafetería Camila, mi amiga pelirroja, me dijo que el chico que se sienta a la par mía, cuyo nombre no sé, es el que siempre me observa.

Quisiera voltear a verlo para averiguar si es verdad. Me mordí mi labio inferior. Cuando lo miré por primera vez me pareció alguien tan diferente a los demás, tan extraño, sin embargo, su mirada era tan profunda... Llena de sentimientos que no podía explicar.

Disimuladamente volteé a verlo. Está escribiendo algo en su cuaderno, haciendo los ejercicios que Henrie dijo. Fruncí el ceño; nadie aquí los hace. Cada uno de nosotros fingimos hacerlos, a mi alrededor están platicando o chateando por su teléfono celular. Mis sospechas eran ciertas: él es diferente. Y, como sientiendo mi mirada, el chico volteó a verme.

¡Me cachó viéndolo!

Aparté la vista de inmediato. ¡Que horror!. Podía sentir mis mejillas calientes. Igual es él quién se tendría que sentir avergonzado; me ha estado observando durante la mitad del año.

Disimulé, haciendo corazones en mi oja de papel... Espero que no piense que estoy interesada en él. Porque no es así. Admito que es muy simpático y... Serio. Hay algo en él que me llama la atención pero no sé qué es.

***

La clase terminó. Los chicos estaban saliendo al igual que el profesor; las ventanas del aula estaban abiertas por lo que se colaba el viento. Y estaba muy fuerte. Miré el cielo. Venía tormenta. El salón se quedó vacío; comencé a meter mis cosas a mi mochila. El chico que me observa estaba a la par mía, haciendo lo mismo que yo. Pero él lo hacía más lento.

Un relámpago me puso en alerta. Los odio. El viento se hacía mas fuerte. Habían ojas de papel volando por los aires, así que, caminé a paso rápido a la salida pero, de pronto, la puerta del aula se cerró de golpe a causa del viento. Intenté abrirla. Pero no abría.

—¿Porqué no te abres...? —seguía intentando abrirla.

Los profesores y los alumnos imagino que ya se han ido.

Genial.

—Si quieres yo puedo hacerlo... —murmuró alguien tras de mi.

Me volteé de inmediato.

Allí estaba él. De pie con su mochila colgando del hombro, observandome con timidez.

—Claro.

Me aparté para que intentara abrir la puerta. Empezó a jalar con fuerza pero la puerta no se habría. Varios rayos se escuchaban y la lluvia ya estaba empezando a caer. El viento soplaba con fuerza.

Debería cerrar las ventanas.

—Está trabada por fuera. —dijo el chico.

Lo miré de inmediato.

—¿Qué? —inquirí—¿Y ahora qué vamos a hacer?

Me llevé una mano a mi frente y pensé en mis padres. Se pondrán muy preocupados si no me ven llegar. A veces suelen ser muy... Sobreprotectores.

—No lo sé... Esperar a que alguien pase. —se rascó la nuca nervioso.

¿Qué me queda?

Esperar.

—Bien. —susurré, sobandome los brazos. Tenía frío.

El chico pareció notarlo porque se apresuró a cerrar todas las ventanas. Ya con las ventanas cerradas no se sentía tanto frío.

Solo espero que nos saque alguien pronto.

—Soy Daniel, por cierto. —se acercó.

Enarqué una ceja.

Si iba a pasar un buen rato con Daniel será mejor llevarnos bien. Parece buen chico, un poco tímido, claro pero eso no importa.

—Yo soy Amanda. —sonreí, sentándome en un pupitre.

—Lo sé —dijo—Digo, lo sabía... El profesor dijo... Tu nombre. —mintió.

Sé que lo hizo. Sonreí más.

—Dime, Daniel, ¿de dónde eres? —pregunté, intentando hacer platica. —Nunca te había visto por aquí. Hasta este año.

Daniel se sentó en un pupitre a la par mía y pensó un poco su respuesta. Me fijé más en su físico. Tenía cabello oscuro un poco alborotado. Sus ojos eran negros, vestía una sudadera café y unos vaqueros negros.

—Soy de Los Ángeles. —murmuró. —Nos mudamos a inicio de año y... Creo que es la mejor desición que mamá pudo tomar. —confesó, mirándome directo a los ojos. Una mirada dulce, como la de hace rato, llena de sentimientos.

Solo sabía una cosa: que esta noche iba a ser muy larga... Pero linda.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.