Capítulo1: Nos divorciamos
—¡Ciega! Le has destruido a mi hijo tres años, ¿por qué todavía no te vas al diablo? —se oyó una voz agria del teléfono.
Albina Espina pestañeó sin ánimo.
Era ciega. Desde que se casó con Umberto Santángel hacía tres años, a la Sra. Santángel nunca le gustaba e incluso le tenía manía. Aunque los dos se habían mudado de la casa de la Familia Santángel, la Sra. Santángel seguía llamándola cada día para insultarle.
Como era la madre de Umberto, durante tres años, Albina soportó las palabras más malsonantes. Pero hoy ya no quería aguantar más.
—Señora Santángel, es tu hijo quien propuso casarse conmigo en aquel entonces. Si tienes huevos, habla con él. Me iría inmediatamente si pudieras convencerle de divorciarse. No te atreves a buscarlo, ¿pero te sientes bien vejándome porque soy ciega?
La Sra. Santángel se enfureció sin haber esperado que Albina le echaría estas palabras, la cual había sido humilde durante tres años.
Cuando estaba para insultarla, Albina escuchó el ruido del coche desde la puerta y colgó la llamada directamente.
Al poner el móvil en un lugar, se abrió la puerta violentamente y el viento frío entró mezclándose con copos de nieve.
—¿Eres tú, Umberto? —Albina sintió escalofrío y miró hacia la puerta con sus ojos marchitos.
Una sombra alta se le acercó.
—¿Para qué me pides que vuelva? Todavía tengo cosas que hacer en la empresa. Dime lo que quieres de una vez brevemente —dijo Umberto con una mirada fría e indiferente.
Como se oía que Umberto estaba muy impaciente, Albina se sintió mal como si el corazón fuera tapado por algo. No entendía por qué antes no se había dado cuenta de su fastidio, aunque era tan notable.
—Umberto, ¡nos divorciamos!
Albina se mordió el labio fuertemente y dijo después de mucho tiempo.
Asombrado, Umberto la miró y frunció la boca sin haber pensado que le diría esto.
—Albina, deja de decir tonterías. Retira lo que has dicho y lo tomo como si nada hubiera pasado.
—Umberto Santángel, ¿crees que estoy para bromas?
Enojada por las palabras frívolas de Umberto, Albina le respondió.
Con rabia, bruscamente tendió los brazos de la manta.
Albina tenía piel muy blanca, que se volvió amoratada al soplar el viento frío. Y lo que más llamaba la atención eran los densos agujeros, lo cual era estremecedor.
—Umberto, durante estos tres años, me llevas de vez en cuando al hospital para la extracción de sangre. Me indico que lo haces es porque me cuidas, me amas y te preocupas por mí. Nunca he pensado que me estás engañando todo el tiempo para que le transfunda sangre a tu ex amante porque soy ciega —Albina temblaba mientras hablaba—. ¿Esa mujer llamada Yolanda Carballal es tan importante para ti durante todos estos tres años?
Al ver los brazos traumatizados, Umberto sintió un fuerte dolor en el corazón. Pero pronto se recuperó por repugnancia.
—¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo dijo?
—No importa cómo lo sé —Albina sacó un documento y lo echó en la mesita—. Este es el acuerdo de divorcio. ¡Fírmalo!
Umberto se aproximó y lo hojeó. En el documento, se escribía que Albina no requeriría ninguna propiedad si él podía divorciarse de ella.
Para divorciarse de él, inesperadamente Albina no reclamaba nada.
—Albina, al principio quería ocultarte eso. Ya que ahora lo sabes, te voy a decir la verdad —Umberto se ríe fríamente.
Se la acercó bruscamente y le apretó la mandíbula, mirando su cara bonita y los ojos melancólicos.
—Hace tres años, tu papá condujo cuando estaba borracho, lo que dejó a Yolanda quedarse en estado vegetativo. Ella ya permanece en el hospital tres años sin despertarse. Todo eso se lo debes tú.
—No, no. Mi papá no lo hizo. ¡No lo hizo!
Al oír esto, Albina se quedó atolondrada y le replicó inconscientemente.
Emocionada, Albina se oía llorosa y temblaba pálidamente.
—Albina, no te hagas la tonta. No se podría detectado alcohol si no hubiera bebido. Albina, las pruebas están aquí, ¿todavía quieres defender a tu papá? ¡Qué terca eres, ciega! —Umberto le miró fijamente con una mirada torva— Si no tuvieras el mismo grupo sanguíneo que Yolanda, me daría mucho asco solo echarte un vistazo. Todo eso solo es una venganza, ¿y la tomas en serio? ¡Qué gracioso!
Estas palabras hicieron a Albina quedarse totalmente estupefacta. Retrocedió unos pasos y se cayó porque no podía ver nada. Esta caída era mucho para ella, que no pudo ponerse de pie, aunque lo intentó muchas veces.
—Albina, no tienes derecho a pedirme el divorcio. Tienes que pagar la deuda de tu papá y seguir transfundiendo sangre a Yolanda hasta que se despierte —dijo Umberto en un tono sardónico y la miró fríamente sin querer ayudarle.
Entendiendo que Umberto era mucho más cruel que imaginaba, Albina empezó a llorar.
Se levantó despacio cogiendo la silla. Sabía que estaba en desorden, aunque no veía nada.
—Puedo transfundirle la sangre, pero necesito que te divorcies de mí —dijo Albina tenazmente a pesar de que estaba llorando.