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Capítulo 5: Calumnia

Al oír estas palabras, antes de que se alegrara, Yolanda se quedó aturdida y se mostró la maldad.

—Umberto, la Señora Santángel me ha dicho que estos tres años Albina sigue transfundiéndome sangre. Gracias a ella, me he despertado, así que he venido con intención de agradecerla. Pero no sé por qué Albina se sintió muy enojada después de que vine e insistió en salir de aquí.

Cuando Umberto le miró, inmediatamente se comportó muy débil y dijo inquietamente con una cara pálida.

—¿Qué? ¡Se ha ido!

Umberto se sintió molesto y descontento.

Ya él había dicho claramente que le dejaba la casa, ¿por qué tenía que irse?

—¿Qué es lo que tienes en la mano?

Umberto tiró un vistazo a Yolanda y le preguntó.

Yolanda se había olvidado de ocultar el acuerdo firmado por Albina y se sintió nerviosa.

—Nada...

Ella se apresuró a esconderlo, lo cual a Umberto le pareció muy sospechoso. Antes de que ella reaccionara, le quitó el papel. Y después de leer el contenido, se asombró y se enfureció.

—¿Le habéis hecho firmar?

Umberto dijo en un tono serio, lo cual asustó a la Sra. Santángel y Yolanda, porque nunca lo habían visto tan furioso.

—¡No, claro que no!

Rotundamente, Yolanda decidió esconder la verdad, porque no podía permitir que Umberto supiera que ella le había obligado a Albina a firmarlo.

—Me lo arrojó Albina. Me dijo que no quería quedarse en este lugar ni tener ninguna relación contigo ni nosotras —notando la rabia de Umberto, Yolanda continuó diciendo—. También dijo que al pensar que se ha casado y tenido sexo contigo, le da asco. Incluso no quiere respirar el mismo aire contigo.

Al oír todo, Umberto se volvió muy furioso y dio un golpe fuertemente en la mesita alrededor de él. Se rompió el vidrio y brotó sangre desde su mano.

—Umberto, te has herido la mano! —Yolanda se precipitó a ver su herida, pero fue propulsada por él.

—¿Qué más dijo ella?

Umberto volvió la cabeza, cuyos ojos saltados estaban rojos.

Yolanda frunció los labios y miró a la Sra. Santángel intranquilamente.

Si siguiera hablando, parecería que estaba hablando mal de Albina a propósito.

—Umberto, veo que esa Albina es una sinvergüenza. Yolanda y yo le hablamos con mucha simpatía, pero injurió a Yolanda ineducadamente, diciendo que Yolanda debería morir en la cama de hospital. Me he enfadado muchísimo. Afortunadamente os habéis divorciado. Con esa nuera, me moriría de rabia… —agregó la Sra. Santángel al notar la situación.

—¿Desde cuándo se ha ido? —interrumpió Umberto su murmurio y preguntó.

—Acaba de... ¡No hace mucho tiempo!

Al escuchar eso, Umberto corrió hacia la puerta.

—¿A dónde vas, Umberto?

Yolanda se adelantó unos pasos, queriendo detenerlo.

Umberto se detuvo y miró hacia atrás, con una mirada que no entendía Yolanda.

—Ella no puede ver. La nevada es demasiado grande. No puedo dejarla sola fuera. Todavía no has convalecido totalmente. Vuele al hospital con mi mamá. Voy a visitarte más tarde.

Soplaba el viento frío fuera y la nevada se hacía cada vez más fuerte. Siendo ciega, no se sabía a Albina qué le pasaría.

—Señora Santángel, ¿por qué Umberto se preocupa tanto por Albina? ¿Le gusta esa puta? ¿Y yo? ¿Qué hago?

Mirando las espaldas de Umberto, Yolanda se sintió desconcertada.

—No te preocupes, Yolanda. Seguro que a Umberto no le gusta Albina. Si fuera así, no le pediría transfundirte sangre durante tres años. Sin duda que todavía está enamorado de ti, porque al despertarte tú, se divorció de Albina —la Sra. Santángel le consoló.

Yolanda se calmó un poco.

«Tiene razón. Si a Umberto le gustara Albina, no se habría divorciado de ella.»

Pero Yolanda todavía no se quedó tranquila.

—Señora Santángel, si Umberto ve que Albina está lastimera, se conmueve y la vuelve a llevar a aquí, ¿qué hago? —Yolanda miró a la Sra. Santángel y suspiró.

La Sra. Santángel se suspendió un rato y apretó los dientes.

«No, no puedo permitir que esto suceda.»

Le había costado mucho expulsar a Albina. Absolutamente Albina no podía volver.

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