Capítulo 19: No siendo su calor
Yolanda estaba completamente atónita, realmente no esperaba que esto sucediera.
¡Sí, lo que dijo era cierto!
¡Los dos aún no habían sacado el certificado de divorcio y aún no estaban divorciados!
Los espectadores también quedaron atónitos por esta verdad, según la conversación entre las dos, pudieron adivinar algunas cosas aproximadamente, entonces empezaron a mirar a Yolanda con burla.
Yolanda estaba realmente avergonzada de seguir quedarse ahí y miró a Albina:
—¡Albina, ya veremos!
Después de decir eso, se fue como si fuera una culpable.
Al ver que se acabó el escándalo, los espectadores se marcharon y el mesero miró el tazón roto y la sopa por todo el piso, le dijo a Albina:
—Albina, te traeré otro almuerzo para ti.
—Gracias, no tengo apetito ahora —Albina sonrió de mala gana, agradeciéndole.
Al ver esto, el mesero la ayudó a limpiar el piso y se fue.
Cuando todos se fueron, Albina se sentó en la silla y llamó a Umberto.
El teléfono se conectó rápidamente y llegó la voz indiferente de Umberto:
—¿Qué pasa?
Albina escuchó su voz, sus labios temblaban y respiró profundamente antes de decir:
—Umberto, recordé que aún no fuimos a sacar el certificado de divorcio, ¿cuando estés libre, podrías ir conmigo, por favor?
Después de hablar, no hubo sonido del otro lado durante mucho tiempo.
Albina tuvo que preguntarle de nuevo:
—Umberto, ¿me estás escuchando?
Le tomó mucho tiempo escuchar a Umberto apretar los dientes diciendo:
—Estoy muy ocupado y no tengo tiempo últimamente.
Después de decir eso, colgó el teléfono.
Umberto miró fijamente el teléfono mientras respiraba con mucha ira.
—Sr. Santángel, ¿quiere que ajuste su horario...? —Rubén también escuchó su conversación hace un momento y preguntó con cautela.
Umberto le lanzó una mirada severa:
—¡Cállate y fuera de aquí!
Rubén supo que estaba de muy mal humor, salió en seguida de la oficina, miró en dirección a Umberto cuando se fue y se encogió de hombros con impotencia. El Sr. Santángel siempre había sido resoluto y nunca había tenido tanta paciencia con ninguna persona, excepto con Albina.
Era una pena que los dos no pudieron saberlo.
Después de lo que le pasó a Yolanda, Albina quería curar aún más sus ojos para poder esquivarse del peligro como lo de hoy.
Temprano a la mañana siguiente, ella fue al hospital.
Afortunadamente, el hospital donde trabajaba Miguel era el mismo donde estaba hospitalizada su madre.
Albina estaba contenta, pensó que después del tratamiento, tal vez pudiera escuchar la voz de su madre.
Estaba apoyada contra la pared con una mano y la otra sostenía un bastón ciego, caminando con cautela, cuando de repente escuchó pasos desordenados a su lado y las voces ansiosas de médicos y enfermeras.
Un paciente preguntó:
—¿Qué sucedió? ¿Por qué los médicos y las enfermeras se ven tan preocupados?
Otra persona dijo:
—Escuché que parece que una paciente de UCI estaba bien ayer, pero hace poco, cuando la enfermera fue a entregar medicamento, descubrió que ya estaba sin aliento.
Al escuchar esto, Albina se puso nerviosa al instante.
¿UCI?
La primera persona que pudo recordar era su mamá.
—¡No, no puede ser ella, mamá debe estar bien! —murmuró para sí misma, pero entró en pánico y cayó pesadamente al suelo.
Una enfermera que pasaba por ahí rápidamente la ayudó a levantarse:
—Señorita, ¿está bien?
El rostro de Albina se puso pálido, tomó su mano con fuerza y preguntó con miedo:
—¿Eres médico?
—¡Soy enfermera!
Sus ojos estaban rojos y no podía ver a la enfermera, pero aun así la miró fijamente y preguntó con perturbación:
—¿Por favor dígame cómo se llama la persona que murió hace poco en UCI?
La enfermera se asustó al ver su rostro y respondió subconscientemente:
—Parece que se llama Marisa...
En un instante el cerebro de Albina se quedó en blanco.
¡Marisa, su madre se llamaba Marisa!
Sus lágrimas cayeron, sus labios temblaron durante mucho tiempo y no pudo decir ni una palabra, finalmente tomó la mano de la enfermera con fuerza y le dijo con voz ronca:
—Por favor, llévame allí, soy la hija de Marisa.
Cuando llegaron a UCI, el médico vio a Albina, le contó con voz llenaba de culpa:
—Lo siento, la paciente ya había fallecido cuando nos enteramos.
Albina no quiso escuchar nada, lo empujó y entró a la sala, dando traspiés.
Con la ayuda de la enfermera, por fin pudo tocar los dedos fríos y rígidos de su madre.
Las emociones de Albina se colapsaron de repente, estaba extremadamente triste, su corazón pareció detenerse al mismo tiempo, sus manos y pies estaban entumecidos y tenía dificultad para respirar.
—Mamá... aquí estoy... ¡Vengo a verte!
Sus lágrimas seguían cayendo, y ni siquiera podía gritar, solo seguía frotándose los dedos fríos con sus mejillas:
—Mamá, despierta, no te duermas, por favor... Mamá... quiero que me hables, quiero verte...
Cuando Umberto llegó atropelladamente y vio a la imagen trágica de ella, se congeló en seguida en el lugar.
—Albina.
La llamó de forma suave.
Albina se detuvo y giró la cabeza hacia la puerta de humor muy caída:
—Umberto... Umberto... las manos de mi madre están muy frías, qué debo hacer... no siendo su calor, ¿qué puedo hacer?