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Capítulo 1 (Parte II).

Un papel doblado por la mitad se deslizó por la madera de su mesa, proveniente de la mano de su mejor amiga.

Lía echó una mirada hacia la señorita Fidelidad, como bien Kiwi la llamaba, percatándose de no ser atrapada con la nota en sus manos.

La desdobló cuando creyó que era seguro, bajo la insistente mirada de los ojos coreanos de su mejor amiga.

“Ash… ¿Ashton?”, decía la nota.

Lía miró a Kiwi arqueando una ceja, sabía a lo que se refería: al nombre del estrepitosamente guapo nuevo director de su preparatoria.

Lía encogió los hombros, no tenía suposiciones, no le interesaba.

Por el rabillo de su ojo, vio como los ojos de la profesora la encuadraban justo por encima de sus lentes de lectura.

Rápidamente, escondió la nota debajo de sus piernas, bajo su enagua.

―Señorita Vólkov. ¿Hay algo que quiera decirme? ―le advirtió la profesora con la mirada.

Casi todas las cabezas de sus compañeros voltearon a verla con expectación.

¿Por qué demonios no podían seguir con sus asuntos?

― ¿Puedo ir al baño? ―escupió repentinamente, no tenía necesidad de ir, tampoco quería ir; pero era una excusa para causar distracción.

La señorita Fidelidad la miró de manera sospechosa; pero, al final de cuentas, no opuso resistencia. Metió la mano en el cajón principal de su escritorio y alzó en el aire una especie de medallón que servía de señal para los demás profesores y monitores que habían salido con el permiso asignado. No llevaban ni veinte minutos de clases, las necesidades aun no llegaban a la vejiga de muchos, tampoco a la de ella.

Lía se levantó de su asiento y fue hasta ella, tomando el medallón. La señorita Fidelidad le abrió la puerta y ella salió al pasillo, enredando el medallón en su brazo.

―Debería pasar por dónde la Señorita Roach y pedir unos libros prestados para sus clases. No creas que no noté que ha venido con las manos vacías, Señorita Vólkov ―le dijo la profesora.

Lía no dijo nada, siquiera volteó al escucharle. Cuando cerró la puerta, esta solo miró sobre su hombro.

No iría al baño, no tenía razones para ir allí.

Sus pasos la llevaron en dirección contraria a los sanitarios, casi deslizándose en contra de su voluntad por la cerámica, llevándola de manera inconsciente hasta el pasillo que daba a la oficina del director.

Justo antes de poner un paso en el pabellón, retrocedió de manera repentina, apenas vio una luz fugaz de la figura de aquel chico….

No, chico no.

Hombre, el hombre, ese hombre, su director.

Echó un vistazo ligero sobre la esquina, mirándolo con solo un ojo. Él estaba frente a la pizarra de anuncios, colocando una hoja, un aviso que ella no se molestaría en leer.

Él, sacudió su brazo, de inmediato, Lía notó su camisa enrollada hasta los codos; su brazo estaba completamente tatuado, ambos brazos lo estaban.

¿Cómo podían dejar que fuera director?

Su cabello, sus dedos y brazos tatuados.

¿Qué más tendría escondido?

Él estiró su brazo, el que antes sacudió, dejándolo a un lado del tablero.

¡Oh Dios! ¡Esos brazos!

Anheló tocarlos, apretarlos, eran demasiado tentativos.

―Señorita Vólkov, debería usted estar en clase ―dijo de pronto, haciendo que el mundo de Lía se fuera bajo de manera exagerada.

Él la vio.

¿Cómo la vio?

El hombre dejó de ver el tablero de anuncios y sus miradas se cruzaron.

Repitió su pensamiento.

¿Cómo diablos dejaban que ese hombre fuera el director?

―Iba al sanitario ―se atrevió a decir.

―Señorita Vólkov, puede que sea nuevo aquí; pero sé que los sanitarios están del otro lado de la institución…

―Vólkova ―corrigió Lía―. Los apellidos rusos terminan en “a” cuando se trata de una mujer. Sé que los sanitarios están del otro lado, no puede culparme por tomar el camino más largo.

―Culparla no, castigarla si ―retó él, cruzando sus brazos.

¡Oh Dios! ¡Esos brazos!

Eso distrajo a Lía, borrando su mente por completo, no podía dejar de mirar sus brazos.

¡Benditos brazos!

― ¿La distraigo, señorita? ―preguntó él con una sonrisa divertida en su rostro que Lía no tardó en no consentir.

¿Se estaba burlando de ella?

El hombre empezó a bajar sus mangas, cubriendo sus brazos… gloriosos brazos.

― ¿Qué pasó con Sr. Tavares? Dudo mucho que su presencia aquí sea consentida ―se encontró diciendo de pronto. ¿Enserio había salido de su boca?

― ¿Qué pretende insinuar Señorita Vólkova? ―preguntó él.

―Que me parece que usted no ha llegado aquí por un buen camino, Sr. Preston. Su apariencia no es la correcta para este tipo de lugares ―respondió y él rió, negando la cabeza.

―Se llama cobrar favores, Señorita. ¿No le gusta mi apariencia? Sinceramente, pensé que usted se hallaría más cómoda que el resto de los estudiantes ―dijo.

Él se atrevió a extender su brazo, llevando su mano a la cima de los pechos de Lía, unos que eran muy desarrollados para su edad. Con el dedo índice, tocó apenas la punta de un imperdible que llevaba en su chaleco, justo sobre la tela rasgada que ella misma se había encargado de deshilachar.

Todo su conjunto escolar estaba lleno de tachas, imperdibles, parches y chapas con logotipos de bandas de rock y metal. Sus ojos negros y labios morados, además de cabello de color dual daba la impresión de ser un igual del director.

En realidad, se hallaba completamente encantada con él, tan solo, era demasiado fantástico como para superarlo. Además, por experiencia propia, sabía que no eran muy aceptados por la sociedad, mucho menos por los padres recatados. De los cuales, había muchos en aquella institución.

―Podría yo acusarlo de sobrepasarse conmigo. Sr. Preston ―dijo ella, mirándolo fijamente a los ojos cafés que se dilataron casi complacidos por la oración recién recitada.

Oh vaya, la idea parecía haberle gustado.

Él se inclinó, tanto que sus labios casi chocaron con la oreja derecha de Lía.

―Entonces aprovecharía el momento para sobrepasarme con usted, Señorita Vólkova ―oh, por, Dios.

Su aliento en la oreja la hizo temblar, sus mismísimos ojos se dilataron al sentirlo tan cerca.

Él no debía estar allí.

¿Por qué estaba ahí?

―Un viejo verde dirigiendo una preparatoria. ¿Cree que sea conveniente? ―dijo ella.

―No soy un viejo verde, Señorita, así como usted no es una niña ―la miró a los ojos, fijamente, lo que hizo que el corazón de Lía sufriera otro precipitado paro que le daba la impresión de morir lentamente―. Debería regresar a clases, de lo contrario, me vería tentado a castigarla.

―No sería capaz ―sorprendió Lía, mirándolo con los ojos grandes como platos.

Él le mostró la sonrisa pretenciosa número dos, sensualmente perturbadora.

―Soy muy capaz, Señorita Vólkova ―afirmó―. Encontraré la manera.

Lía tragó grueso, de nuevo estaba tan cerca de ella como para derretirla a sus pies como simple mantequilla expuesta al sol.

La dejó, se giró sobre sus talones y se encaminó a su oficina. Guiñándole justo antes de cerrar la puerta.

La quijada de Lía cayó, ni tener una Harley en sus dulces quince la sorprendió tanto. Completamente impactada, se obligó a caminar a la biblioteca. Ahora necesitaba los libros, no quería darle razones a la Señorita Fidelidad para castigarla, mucho menos a su sensual y muy atrevido hijo.

Quince minutos para la hora del almuerzo.

Lía empezó a tomar con diligencia los apuntes de la clase motivada por abstenerse de la presencia del nuevo director.

Estaban en la clase de español, su profesor era el ya bien monumento a la patria española representativa de Estados Unidos, Evaristo Gado. Esa roca ya debía de estar tocando los cien años. A duras penas lograba desplazarse de un lado a otro del salón. Por raro que pareciera, aún tenía buena vista, no se le pasaba nada. El oído no tenía tanta suerte; pero con los auriculares, era como si estuvieran intactos. El viejo incluso podía oír cuando un avión pasaba por encima de la institución con ellos.

No tenía la menor idea de lo que el viejo decía, no le interesaba, tan solo escribía y fingía poner atención mientras su mente daba vueltas una y otra vez en lo que sucedió con el nuevo decano.

El pulso se le afectaba de tan solo pensarlo.

Kiwi lo notó, la manera en la que repentinamente temblaba casi como si tuviera fiebre por más de una docena de veces ya.

Entrecerró los ojos y la miró fijamente, intentando saber que le sucedía; a su vez, Lía llegó a notar la insistente sospechosa mirada de su mejor amiga.

“¿Qué?”, vocalizó sin emitir sonido.

Kiwi puso sus dedos, índice y del corazón, frente a sus ojos, volteándolos a Lía y regresándolos a ella para repetir el gesto varias veces; ese típico gesto de “te estoy vigilando”. Lía encogió sus hombros y continuó escribiendo; no quería que el viejo Evaristo las agarrara charlando.

De pronto, un chillido agudo y doloroso salió del altavoz, haciendo que todos llevaran sus manos a los oídos. El viejo Evaristo contorsionó su rostro, eso debía de haberle dolido.

―Se solicita a Yirley Vólkova en la oficina del director ―dijo la voz, esa voz, su voz y la transmisión se cortó.

Miró el altavoz, boquiabierta.

¡Se comportó y participó en todas sus clases!

¿Por qué la estaba llamando?

―Lía. ¿Qué está pasando? ―preguntó Kiwi con una ceja en alto.

Eso mismo se preguntaba ella.

¿Qué estaba pasando con ese hombre?

―Señorita Vólkova ―dijo el profesor Gado, dos simples palabras que le indicaban que debía apresurarse.

Tomó el libro de español y se lo echó en el regazo, siguiendo con los pasos pesados su camino al pasillo. El viejo Evaristo no dijo nada, solo le abrió la puerta y la cerró cuando estuvo fuera.

¿Qué era lo que quería él?

Se dejó llevar casi de manera inconsciente hasta el salón de la oficina del director. Solo notó que estaba frente a la oficina cuando de hecho estuvo frente a ella.

Tomó con sus nudillos unas cuatro veces y esperó.

―Puede pasar ―anunció él, Lía giró el pomo e ingresó de inmediato―. Pase el seguro, señorita Vólkova.

¿Seguro? ¿Por qué necesitaba un doble seguro?

Con disgusto, obedeció, escuchando el doloroso “clip” al cerrar, cómo si su vida se cerrara en ese momento.

―Tome asiento ―le indicó.

Suspiró y se volteó, mirándolo al fin.

Ahora no solo llevaba las mandas de su camiseta enrolladas hasta los codos, sino que tenía la camisa abierta, presumiendo la buena forma en la que estaba esculturalmente formado.

Él debía de hacer ejercicio día y noche para estar de aquella manera.

Jadeó por lo bajo y con disimulo, sintió su corazón queriendo correr una maratón fuera de su pecho.

¡Él era ardiente!

A duras penas, logró caminar hasta la silla y dejarse caer sentada en ella. Mordería sus uñas de los nervios si recordara como levantar sus manos hacia su boca.

―Señorita Vólkova ―le miró él con escrutinio, bombeando toda esa sangre penosa hasta sus mejillas.

―Profesor Preston ―se atrevió a decir.

Este le sonrió de soslayo, casi como disfrutando apasionadamente de su nerviosismo o del simple hecho de tenerla de nuevo frente a él.

― ¿Está usted acosándome señor director? ―preguntó de pronto, de nuevo, su lengua se estaba descontrolando sin medir las consecuencias.

―Oh chica, ni te lo imaginas ―espetó él con una sonrisa, los ojos de Lía recuperaron su tamaño de platos por la sorpresa.

¿Acaso estaba admitiéndolo?

― ¿Disculpe? ―preguntó ella casi ofendida.

―Señorita Vólkova, yo solo hago mi trabajo…

―Trabajo que dudo haya adquirido honestamente ―le interrumpió ella, de nuevo, provocándole una sonrisa.

―Favores bien cobrados, señorita Vólkova, recuérdelo ―refrescó él―. Soy interino, estoy a cargo hasta que Tavares regrese de su incapacidad, luego reemplazaré al Profesor Gado como profesor de español; pero no es mi deber explicárselo, señorita. Estamos aquí por usted, no para que yo responda sus dudas sobre mí, que parece interesarle de una manera personal.

― ¿Qué está intentando decirme? ―preguntó mirándolo con sospecha, a ojos entrecerrados, él echó su misma pretenciosa sonrisa ya conocida de lado.

Él era de ojos ligeramente chinos, piel morena y bronceada, casi como si viviera en la costa, su cabello oscuro, definitivamente negro, con un rostro triangular, una espectacular mandíbula y unos labios tentadoramente mordibles.

―Así que usted es rusa, Señorita Vólkova. Dígame, ¿sabe migración de usted? ―preguntó, ignorando su anterior pregunta.

― ¿Qué demonios le importa mi estado migratorio? ―refutó molesta.

¿Qué tenía que ver con su presencia en esa oficina?

―Intente mostrar respeto, Señorita Vólkova. Es una falta grave que puedo amonestar. ¿Quiere quedarse hasta tarde esta noche? ―dijo casi burlándose de ella.

¡Abuso de poder!

Se desplomó en el respaldar de su asiento, bufando con fastidio.

¿Qué maldita sea le pasaba a ese hombre?

―Su expediente dice que tiene quince años. ¿Realmente está segura de eso? ―preguntó, otra vez tentándola a escupirle en el rostro su intrusión extraña a su información personal.

―Oh no, tengo cincuenta años, tan solo olvidé mis últimos treinta y cinco años de vida ―dijo sarcástica y, extrañamente, él sonrió victorioso.

―Señorita Vólkova, usted me acusa de llegar aquí por métodos corruptos. ¿Qué me dice de usted? Sus notas están claramente alteradas. Las observaciones originales de sus profesores no están archivadas, tengo las copias que mágicamente desaparecieron de los archivos. De nuevo, las notas que registra el cuadro de profesores hacia usted no es concluyente con los del sistema, tampoco con los de su expediente. ¿Alguien ha manipulado sus notas? De acuerdo a los registros originales sabiamente guardados por los profesores de esta institución, usted no debería haber sido admitida en el ciclo preparatorio; aun debería estar en el secundario.

―No tengo la menor idea sobre eso ―objetó, de nuevo, escupiéndolo con desprecio.

Siempre supo que algo no era normal con sus notas; sin embargo, ella no tuvo nada que ver con ello, sus manos estaban limpias, al menos hasta dónde ella sabía. Por supuesto, no podía decir lo mismo de su padre. Que estaba casi segura que era el culpable.

― ¿Qué haremos con ello? ¿Propone algo señorita? ―preguntó, mirándola con el mismo brillo de provocación y pretensión en los ojos.

― ¿Qué insinúa ahora? ¿Qué quiere a cambio de mantener la boca cerrada? ¿Favores sexuales? ¿Dinero? ―preguntó con desprecio.

Él se llevó la mano al pecho, justo sobre el corazón y sobreactuó estar ofendido y lastimado.

― ¿Cree que sería capaz? ―preguntó arqueando su ceja, casi devorándosela con la mirada.

―Sí, claro que si ―respondió sin rodeos.

No entendiendo cómo le resultaba tan fácil ser grosera y directa con él.

―No señorita Vólkova, no lo haría; pero lo que si haré es darle una tarde en detención ―dijo, haciéndola enfurecerse, él marcó la boleta y se la extendió, ella la arrancó de su mano sin educación.

¿Cómo se atrevía?

―Por el momento, tenga en cuenta lo que se sobre usted; mantendré mis ojos sobre su persona, la estaré vigilando ―advirtió él.

¡Oh Dios!

¿Qué era lo que realmente quería de ella?

¿Cuál era el propósito de haberla llamado?

―Puede retirarse a almorzar ―le dispuso él, al mismo tiempo que apretaba un botón rojo en un panel del escritorio, inundando el lugar del sonido de la campana irritante.

Ella se levantó de su silla y salió de la oficina, tomándose el descaro de tirar la puerta al salir.

― ¡Lía! ―le dijo Kiwi casi en un grito, perturbándola y sacándola de su lugar con sorpresa.

― ¡Mierda! ―expresó alterada― Casi me matas del susto. ¿Qué haces aquí?

―Evaristo nos dejó salir a la hora correcta, la que decía el reloj. Por alguna razón, el nuevo director estaba demasiado ocupado como para hacer rechinar a Vera ―dijo Kiwi señalando la campana roja sobre la entrada de la oficina, esa que les decía cuando entrar y salir de las clases.

―Cierra tu bocota ―le advirtió Lía, señalándola con amenaza.

― ¿Aun piensas que puedas callarme maldita sinvergüenza? ―preguntó Kiwi, bailando su dedo sobre el rostro de Lía casi como aceptando un desafío, devolviéndole la amenaza.

―No, lamentablemente. Algún día te coseré la boca ―advirtió Lía,

―Quiero verte intentarlo ―le enfrentó Kiwi, estirando su cuello, justo frente a ella casi cómo en señal de lucha. Incluso la tomó por el cuello de su camisa, ahorcándola ligeramente.

―Te lo diré ―accedió Lía, aun sin estar intimidada por su mejor amiga, la cual solo bromeaba. Aunque, era capaz de sacarle a golpes cualquier información que quisiera.

― ¡Si! ―chilló, saltando de alegría sobre la punta de sus pies mientras aplaudía como una niña fresa. La cual hoy particularmente parecía, era su personaje del día.

Lunes de nena lollipop; coletas a cada lado de la cabeza, prensas de rosas y broches de ositos; medias blancas que llegaban a la mitad de su pierna con encaje y lasitos rosas. Incluso cargaba con su propia paleta lollipop. Ah, sin olvidar sus labios color rosa Barbie.

Estaba de sobre decir que se veía ridícula, como una muñeca de trapo combinación niña de preescolar.

Mañana era martes Kiwi de ser Hippie.

Su mejor amiga la jaló de la muñeca, prácticamente arrastrándola hacia el patio, dónde estaban las mesas de concreto para el almuerzo al aire libre. Prácticamente la tiró a una de las bancas, librándose por poco de colapsar con la mesa y quebrarse las costillas.

―Quiero saber que te dijo ese papacito comestible ―exigió, lamiendo con descaro la paleta de dulce, Lía supo de inmediato lo que pasaba por la mente de su coreana amiga. Era realmente extraño cuando tenía esas revelaciones pervertidas, la santa Kiwi inmaculada también tenía su lado oscuro.

―Quería saber de mí, de mis notas y de mis estado migratorio ―dijo, Kiwi enseguida la miró como si estuviera poseída, esa expresión de: ¡NO TE CREO UNA PUTA MIERDA!

―Pero esta mañana ―prosiguió Lía―. Él me tocó.

― ¡Hip! ―haló Kiwi en un chiflido de emoción―. ¿Qué toque? ¿Te tocó los pechos? ¿Te acarició las piernas?… ¿Se metió en tus bragas? ―preguntó con una sonrisa malvada, aun mas en la última pregunta.

―Tocó, este imperdible ―señaló Lía. Y, una vez más, Kiwi la miró casi con furia.

― ¡Santa madre de las idioteces! ―le escupió molesta, obviamente decepcionada.

―Bueno, aunque la mayor parte del tiempo me estuvo insinuando una amplia sarta de cosas provocativas ―confesó, expandiendo la emoción de su mejor amiga de nuevo, que soltó una sonrisa digna del gato de Alicia en el país de las maravillas.

―Mendiga estúpida ―exclamó de pronto con molestia, dándole un repentino manotazo por la frente. Lía se cubrió con sorpresa y dolor, esa no la vio venir.

― ¿Qué? ―preguntó confundida― ¿A caso no te guastaría estar en mis zapatos?

―No, no, no ―reaccionó dramatizada una vez más―. Yo en tus suertudos y apestosos zapatos. Me le hubiera lanzado encima y le arranco esa ropa insufrible. ¡Me lo violaría sobre el escritorio de Tavares! ―casi gritó.

―Shhh ―reaccionó Lía alarmada, nadie debía saberlo.

Kiwi estaba consciente de ello, simuló un zipper en su boca y lo cerró.

¡Oh cuando le gustaría que ese Zipper fuera real!

¡Callar a Kiwi sería el mayor éxito de su vida!

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