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Capítulo 5: conociendo sus amigos.

RELATA DAYANA.

Al llegar a mi recámara me lanzo en ella, quedo mirando hacia el tejado y suspiro mientras rio como una loca enamorada. Jamás imaginé ser la mujer que él quisiera en su vida, para mí era un sueño hecho realidad. Antón Montalvo estaba enamorado de su secretaria ¡O sea yo!

Abrazo mi almohada e imaginando una vida junto a él, me quedo dormida.

Al día siguiente despierto con una actitud más emocionante. Las energías que tenía reprimida las saco a flote y expreso en cada acción mi felicidad. Llego a la oficina con una gran sonrisa. Rous me pregunta porque estoy tan feliz, y no le digo el motivo, pues esto seguirá oculto hasta que Antón me diga que lo revelaremos.

Cuando la puerta del elevador se abre, esbozo un suspiro.

—Buenos días —digo, él asiente con un movimiento de cabeza, pasa de largo, se detiene en la puerta y de espaldas me habla.

—Dayana, le espero en mi oficina —dejo ordenado mi escritorio, y tratando de que no se note mi emoción, porque la mirada de Rous está puesta en mí voy detrás de él.

Al entrar ya está sentado, mi corazón se acelera, y mi cuerpo entero tiembla, porque a pesar de que me mira serio y de una forma extraña que no logro descifrar, su sola mirada puesta en mí, me pone a temblar.

—¿Cuál es mi agenda del día de hoy? — ¿solo eso me va a preguntar? Pienso para mi misma ¿No preguntará como amanecí, si ya desayuné, si lo soñé y extrañé? Me pierdo en los pensamientos, cuando regreso de ellos ladeo la cabeza.

—Señor hoy tiene…

—¿En qué quedamos? —Se levanta de su asiento, camina hacia mí, dejándome completamente helada.

—Se… —al darme cuenta de mi error, sonrío y suelto un suspiro—. Antón, nos verán —no hace caso a mis palabras, empieza a besarme de forma brusca. Y debo decir que me encanta. Como muñeca me levanta y posa en el escritorio. En ese momento llevo la mirada al gran ventanal. Suspiro cuando veo que Rous no está ahí.

—Soy el dueño de la empresa ¿por qué tendría que importarme que me vean con mi secretaria? Sonriendo de medio lado vuelve a besarme, baja por i cuello logrando poner mi piel de gallina.

—Antón, no quiero tener mi primera vez sobre un escritorio —se detiene al escuchar lo que digo.

—¿Significa que no has estado con nadie?

—Asiento.

—Perdón —se aleja— No lo sabía ¿en qué estábamos? —regresa a su escritorio. Miro hacia el ventanal, veo a Rous que viene llegando, trato de mantener la relación de jefe empleado para que no se desaten chismes.

—Tiene una reunión a las nueve, otra a las diez y la dos últimas a las dos y cuarto… y por la noche llegará a una cena con sus amigos, Freddy y Judy.

—Ok. ¿Algo más?

—Nada más.

—Quiero que me acompañes a la cena con mis amigos.

Para esta noche uso un vestido largo hasta los tobillos de mangas largas, abierto en el pecho y de color azul con bolitas blancas, es suelto de la cintura hacia abajo, pero delinea mis caderas. Mi cabello lo alzo formando una rosa, dejo un par de mechones en cada costado de mi rostro, retoco mi rostro con algo de maquillaje, al verme en el espejo me siento satisfecha.

Cuando me llega el mensaje, bajo rápidamente. Ya está frente a mi edificio. Suspiro al verlo. Al acercarme toma mi mano y la besa con mucha delicadeza. Él siempre tan caballeroso. Aunque hay veces sentía sus besos muy salvajes, como si me besara con enojo, no dejaba de ser un caballero.

—Estás hermosa.

Me besa con suavidad, logrando que mi pecho estalle en latidos. De repente el beso cambia a brusco, hasta hacer irritar mis labios. Se aleja de mí, tomado de la mano me lleva al coche. Una vez que llegamos al restaurant, nos acercamos a la mesa donde ya se encontraban dos elegante hombres de su misma edad.

—Broo —palmaron sus espaldas sonriendo.

—Bienvenido Freddy, Judy —se giró a verme y me llevó a él —Les presentó a—hace una pausa —Dayana Bracamonte, mi novia.

—Un gusto Dayana —dicen ambos.

—El gusto es mío.

En esta noche la pasan hablando de su adolescencia. Recién vengo a darme cuenta que Antón no es mexicano, que su adolescencia e infancia la pasó en Ecuador, que su círculo de amigos es de este país.

Le veo sonreír y divertirse. Aunque estoy excluida de la conversación, me siento feliz por Antón, porque nunca antes le había visto sonreír tanto. El más divertido de todos es Freddy, incluso amable, trata de incorporarme en cada tema. Dice ser un cantante muy reconocido en su país, y gracias a Antón se está abriendo en México. El otro, Judy se ve muy serio, por lo que entiendo es un militar muy importante de su país.

—Háblanos de ti Dayana ¿tienes familia? —esa pregunta me incomoda, tanto Antón como sus amigos me miran en espera de una respuesta.

—No tengo familia, mis padres murieron hace dos años y me quedé sola.

—Vaya, el destino los unió por un mismo dolor, Antón también perdió a sus padres cuando tenía 5 años — veo a Antón presionar sus puños y su mandíbula ponerse tensa.

—Freddy, no hables de ese tema, no creo que a Dayana le interese escuchar sobre el pasado de nuestro amigo—dice Judy y Antón levanta la copa para beber de ella.

—Claro que me interesa —llevo mi mano sobre la suya que reposaba en la mesa, pero al sentir mi roce la saca bruscamente. Cambia de actitud de un momento a otro.

—Voy al baño —se levanta y se va.

—Iré contigo —Judy se levanta y lo sigue.

—Disculpa Dayi, es que a mi amigo aún le duele la muerte de sus padres. Los mataron a sangre fría y luego incendiaron la casa. Cada vez que tocamos este tema, se pone así, cambia de actitud alegre, a furiosa.

—¡Que tragedia!

—Si, él está vivo de milagro. Sus padres lo protegieron. Y una bala rozó el oído de su tía Inma. Fueron los únicos que sobrevivieron. Sus padres y abuelos maternos, murieron. Pensé te lo había contado.

—No lo sabía, apenas llevamos saliendo dos días.

—¿En serio? —asiento.

Antón llega y dice—. Nos vamos —me despido de Freddy, porque el otro no me permite el saludo. Después de ir al baño, me mira con desprecio y no entiendo el motivo. Quizás fue porque reabrí las heridas de Antón.

De camino a mi edificio no dice nada, se mantiene en silencio. Tampoco trato de hablarle de ese tema, se ve muy molesto y herido, no quisiera decir algo que pueda alterarlo o entristecerlo más.

Al llegar a casa, contiene la mirada al frente, me acerco a darle un beso, pero gira el rostro y solicita con desdén me baje. Murmura algo que no puedo entender, y para no cuestionar lo que dice, me bajo.

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