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Capítulo 5: Un Nuevo Comienzo

La mañana siguiente amaneció gris en la Ciudad de México, como si el cielo hubiera decidido unirse al sentimiento que embargaba a Ana desde que Carlos había dejado el café. La conversación de ayer seguía dando vueltas en su mente, como una melodía que no lograba salir de su cabeza. Por un lado, se sentía aliviada de haber compartido tanto de sus hijos con él, de haberle dado un vistazo al mundo que había construido con tanto esfuerzo. Por otro lado, algo dentro de ella la mantenía alerta, como si el pasado de alguna manera pudiera volver a irrumpir, a desordenarlo todo.

A pesar de sus reservas, Ana sabía que las cosas ya no podían seguir igual. No podía ocultar para siempre a Carlos el lugar que ocupaban sus hijos en su vida. Y aunque había prometido pensar sobre la posibilidad de permitirle entrar en su mundo, el temor seguía acechando cada rincón de su corazón. ¿Estaba realmente lista para que Carlos fuera parte de la vida de los cuatrillizos? Y, más importante aún, ¿estaba Carlos preparado para asumir esa responsabilidad? Él había pasado de ser su amor, su confidente, a un hombre que, al parecer, quería acercarse a ella, a sus hijos, sin saber aún lo que realmente implicaba.

Era una nueva etapa en su vida, una etapa que no solo implicaba reabrir viejas heridas, sino también la posibilidad de comenzar algo diferente. Algo que podía ser más fuerte y profundo que lo que alguna vez habían tenido.

El sonido de la puerta de la cocina, donde estaba preparando el desayuno, la sacó de su ensoñación. Era Sofía, que entró corriendo, con su energía inagotable y su sonrisa traviesa.

"¡Mamá! ¡Mateo dijo que si no como mi cereal rápido me va a quitar mi juguete favorito!", dijo Sofía con una risa alegre, mientras se subía al banco frente a la mesa.

Ana suspiró, aunque su corazón se ablandó al ver la actitud juguetona de su hija. "No lo hagas caso, Sofía. Mateo es solo el ‘organizador’ de la casa, pero lo que dice no siempre es una regla. ¿Recuerdas cómo siempre dices que no puedes vivir sin tu muñeca? Pues ella no la quiere prestar a nadie."

Sofía soltó una risa contagiosa. "¡Pero eso no es lo mismo, mamá! ¡Es mi juguete! Y yo no le quito las cosas a nadie."

Ana le acarició el cabello. "Lo sé, mi amor. Solo asegúrate de que no sea el fin del mundo si no puedes comer tan rápido."

En ese momento, la voz de Mateo se escuchó desde la sala, llamando a todos para que se sentaran a desayunar. Era increíble cómo, a su corta edad, había asumido ese rol de "guía" dentro de la casa, organizando las rutinas y tomando el mando de las pequeñas tareas cotidianas. Si alguien le hubiera dicho a Ana hace unos años que tendría un niño tan maduro, probablemente no lo habría creído.

Después de un breve intercambio de palabras con los niños, Ana se sentó en la mesa, sirviendo las tazas de café mientras observaba a sus hijos comer con la familiaridad de todos los días. Mateo estaba concentrado, mirando fijamente su cereal mientras pensaba en algo profundo (o al menos eso le parecía a Ana). Valentina, por su parte, estaba luchando para evitar que su juguete, que siempre acompañaba sus desayunos, se cayera al suelo. Sofía, al contrario, hacía todo lo posible por captar la atención de su madre, mostrándole sus dibujos como si fueran obras maestras, mientras Emiliano simplemente observaba en silencio.

Era una danza peculiar, una que Ana había aprendido a manejar con el paso de los años. Cada uno con su propio ritmo, pero todos en armonía, como una melodía inconfundible que solo ella entendía.

En ese momento, el teléfono de Ana vibró en la mesa, interrumpiendo la paz matutina. Era un mensaje de Carlos.

“Hola Ana, sé que dijiste que lo pensaría, pero me gustaría mucho pasar un rato con los niños hoy, si ellos lo quieren. Solo me gustaría conocerlos mejor. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario.”

Ana no pudo evitar fruncir el ceño mientras leía el mensaje. Carlos estaba decidido, y aunque se sentía tentada a responder rápidamente, sabía que debía tomar su tiempo. No quería apresurarse, no quería que las cosas se desbordaran de inmediato. Pero el deseo de ver a Carlos cerca de sus hijos, de ver si realmente estaba dispuesto a integrarse en su vida, la hacía dudar.

Mientras sus pensamientos se enredaban, el sonido de los pasos de Mateo la sacó de su trance. El niño estaba de pie junto a ella, observando su teléfono con una intensidad desconcertante.

“Mamá, ¿quién te escribe?” preguntó, con la misma seriedad con la que a veces tomaba decisiones importantes.

Ana miró a Mateo, quien la miraba con esos ojos profundos que siempre parecían analizar cada situación. “Es Carlos, un... amigo de hace mucho tiempo”, respondió Ana, sin querer entrar en detalles.

Mateo frunció el ceño, como si estuviera meditando las palabras de su madre. “¿El que te hizo llorar hace mucho tiempo?”

Ana se quedó en silencio por un momento. No sabía si estaba lista para hablar de eso con él. Había guardado esa parte de su vida, especialmente ese capítulo con Carlos, para sí misma. No quería que los niños se preocuparan por lo que había pasado entre ellos. Sin embargo, Mateo la estaba mirando con esa curiosidad que solo un niño podía tener, como si fuera capaz de entender mucho más de lo que parecía.

“Sí, Mateo. Ese mismo”, respondió finalmente, con una sonrisa triste. “Pero las cosas son diferentes ahora.”

Mateo no dijo nada más, pero su mirada quedó fija en ella, como si hubiera comprendido algo más allá de lo que sus palabras habían dejado ver. Era sorprendente cómo, a su corta edad, podía captar matices en las personas. Como si tuviera una sabiduría que no debía tener a su edad.

En ese instante, el sonido de los otros niños interrumpió la tensión que se había creado en la mesa. Valentina había dejado caer su muñeca y Sofía se apresuraba a levantarse para buscarla, mientras Emiliano seguía observando en silencio, como si no quisiera ser parte del caos.

Ana suspiró y comenzó a responder a Carlos, tecleando lentamente en su teléfono.

“Lo pensaré. No estoy segura si es el momento adecuado. Pero mañana, si quieres, podemos vernos. Hablaremos sobre lo que significa ser parte de la vida de mis hijos.”

La respuesta de Carlos fue casi inmediata. “Gracias, Ana. No quiero presionar. Solo quiero estar ahí para ti y para ellos, si me lo permites.”

Ana dejó el teléfono sobre la mesa y se dirigió a la cocina para terminar de preparar el desayuno. Al hacerlo, no pudo evitar sentirse una vez más atrapada entre el pasado y el presente. Sabía que permitir que Carlos se acercara a sus hijos no sería fácil. No solo por lo que había pasado entre ellos, sino por lo que significaba abrirles las puertas a alguien que aún no conocía la dinámica de su familia. A alguien que tenía que ganarse su confianza.

Por otro lado, algo dentro de ella deseaba ver si Carlos realmente estaba dispuesto a asumir el desafío, a ser parte de su vida nuevamente. Pero para eso, tendría que enfrentarse a sus propios temores y a las dudas que la acompañaban.

Después de desayunar, Mateo se acercó a su madre con un dibujo que había hecho. Era simple, pero la ternura con la que lo presentó lo hacía especial. Ana lo miró, y al ver la sonrisa orgullosa de su hijo, supo que lo que más necesitaba en ese momento era proteger a estos niños que lo eran todo para ella. No podía permitir que nada ni nadie los lastimara.

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