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Capítulo 3

Las luces intermitentes permanecen encendidas toda la noche en el sex shop del señor Roland, precisamente para atraer a los numerosos compradores que no desean llamar la atención durante las horas diurnas.

Anna siempre empieza después de las diez de la noche porque a esa hora la paga es más alta y tiene que contribuir a las tasas universitarias, como ha acordado con su familia.

Por supuesto, le ha dicho a su padre que trabaja en un almacén y está sometida a turnos agotadores; por eso, el hecho de estar a cien kilómetros de casa la pone a salvo de cualquier control.

Salvo su mejor amiga, nadie sabe que trabaja allí, es mejor guardar silencio para evitar curiosidades extrañas que seguramente despertaría; por eso, ha mantenido el secreto con todos sus demás conocidos.

Pero ahora, después de lo que le ha sucedido durante la conferencia, empieza a temer que haya sido ese mismo ambiente el que la ha llevado por mal camino, a imaginar escenas eróticas de ese tipo, y además con el profesor Stefano Manieri, un espécimen masculino decididamente atractivo.

Esa tarde llegó a la tienda con un poco de retraso, cruzó el umbral aturdida, miró a su alrededor buscando al propietario y, al no verlo detrás del mostrador, se precipitó al probador.

Colgada de un hombrecillo encajado en el nicho de una estantería, su uniforme de trabajo espera a ser puesto. También lleva un antifaz sobre los ojos y una peluca bien hecha con un corte a la moda, ya que la regla principal es no ser reconocida.

Se prepara a toda prisa, se maquilla la cara y sale dispuesta a atender a los clientes.

"Bienvenida, querida", empieza su jefe en cuanto la ve caminar a paso ligero.

"Hola Roland, siento llegar tarde pero hoy he tenido un mal día". Él admira su curvilínea figura, posa su mirada en su generoso escote y su corta y escasa falda, dedicándole una sincera sonrisa.

"Estás impresionante esta noche, nena".

"¿Tú crees? Te has atrevido demasiado con esta falda, si me agacho se me ven las bragas".

"De eso se trata, ahora vete que esta noche vienen unos clientes muy especiales. Sírveles bien y llévalos a la sección que acabas de montar, han llegado unos juguetes muy interesantes."

"Vale, voy, voy, pero luego me informas ¿eh?". Roland arquea la ceja derecha.

"Cuenta con ello", responde, pensando que esa chica tiene una curiosidad tan acalorada que la hace muy, muy intrigante.

Y ella ni siquiera se da cuenta.

Acompaña a tres hombres a lo largo de las vitrinas, las que albergan una serie de accesorios realmente interesantes: extrañas formas de consoladores de cristal sobresalen por encima de todos ellos, mostrando protuberancias redondeadas y hendiduras para llevar el placer al extremo.

Anna, como siempre hace, se detiene a describir sus características, convenciendo a dos clientes para que compren alguno, y luego se traslada a la otra ala de la tienda para satisfacer la petición del tercer cliente, un amante del sadomasoquismo.

"Esto puede quedarte bien", dice, sacando un collar de cuero rematado con unas tachuelas puntiagudas bastante inquietantes.

"No, sólo lo quiero de cuero con dos anillas de acero y que quede más ajustado".

"Ya veo, entonces tengo justo lo que necesita", responde ella señalando la vitrina que alberga un collar constrictor de cuero negro, que por cierto acaba de llegar.

"Es perfecto, señorita", exclama emocionado.

Ella trabaja durante cerca de una hora sin ser interrumpida, parece que esta noche es realmente rentable para Roland, los precios de los artículos son desorbitados y sin embargo a esa gente no le importa, ya que el dinero es lo de menos.

En su mayoría son hombres maduros, hombres con buen dinero.

Mientras hace una breve pausa, levanta la cara en dirección al mostrador y ve a Roland intercambiando palabras con un recién llegado, son muy habladores, probablemente se conocen porque el intercambio de abrazos y palmadas en el hombro es indicio de amistad.

La escasa luz no le ayuda a enfocar la cara del nuevo cliente, sólo cuando está casi a su lado el hombre repara en ella.

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