Capítulo 05: La cabaña en el bosque
MICHELLE
Izan empuja la puerta ocasionando que pueda apreciar el interior de la casa. A mi lado derecho, se encuentra la escalera en forma de L. Al frente, un gran comedor con numerosos asientos y del lado izquierdo muy cerca se encuentra el área de la cocina, logro divisar una pequeña puerta debajo de la escalera la cual deduzco es el depósito.
No hay nadie en casa. Me doy cuenta que me equivoco cuando escucho el rechinar de la madera vieja del piso de arriba producto de los pasos que vienen acercándose a nosotros.
Una señora que debe estar en sus cincuenta, baja por los escalones.
—Izan, por fin llegaste. Me había preocupado —me observa sorprendida y no es para menos, una completa extraña acompaña a su hijo de siete años y no su hermano mayor.
—Hola, ¿eres amiga de Thrall?
Soy una chica que fue salvada por su hijo y que lo metió en el calabozo.
—Soy… una conocida —titubeó.
La madre observa un rato nuestro alrededor como si estuviera buscando algo o mejor dicho a alguien.
—¿Izan, donde está tu hermano? —pregunta. Ambos nos miramos y sé que es momento de decir la verdad.
—Thrall fue llevado al calabozo por mi culpa. Trato de salvarme y en mi lugar se lo llevaron a él —vómito parte de la verdad. La señora pone los ojos como platos. Acto seguido, se desploma contra el piso. Trato de sostenerla con ayuda de Izan.
—¡Mamá, mamá! ¡Despierta! —grita Izan mientras solloza fuertemente. Hamaquea a su madre con tanta fuerza que me causa dolor. Lo detengo y trato de calmarlo, pero sigue gritando y sollozando sin parar.
De repente, escucho un portazo, volteo a ver y me percato de qué alguien entro a la casa.
—¡Amelia!
El señor canoso aparenta la misma edad que la mamá, debe ser el padre de Thrall e Izan. Levanta a la señora Amelia y la sienta en uno de los puestos del comedor. Busca un abanico y comienza a echar fresco al rostro de su mujer. Ella reacciona, luce pálida y consigue abrir los ojos con pesar.
—¡Mamá, no te mueras! —solloza Izan para luego abalanzarse y aferrarse al regazo de su madre.
—Izan tranquilo. Solo se desmayó, no se morirá —alienta el padre, a la vez, que sigue abanicando a su mujer.
—¡¿Cómo sabes, si todavía no despierta?! —lágrimas y mocos invaden su rostro, sus ojos están bastante hinchados. Izan me lanza una mirada llena de furia, se aparta del regazo de su madre y camina hacia mí como alma que lleva al diablo —¡Mira lo que hiciste! ¡No te basto con mi hermano, también quisiste hacer sufrir a mamá! ¡Te odio!¡Eres un demonio! —sus palabras me resuenan en la cabeza. Es la primera vez que alguien me dice que me odia. Aunque sea un niño y posiblemente solo son palabras del calor del momento, duelen.
Me propicia un pisotón fuerte en el pie que me hace gritar. Sube corriendo las escaleras como niño malcriado.
—¡Izan! —grita el padre, ignorante de la razón de tanto odio de su hijo hacia mí—. Discúlpalo, es un buen niño. Está asustado por la situación.
—Él tiene razón, vine a darle una mala noticia a su esposa. Por eso se desmayó—confieso nuevamente—.Thrall se encuentra preso en el calabozo por salvarme. Lo siento tanto.
—Mi esposa es muy sensible, si le dan una noticia de ese tipo es natural que se desmaye —comenta y le sigue echando fresco a su esposa—. No tienes por qué pedir perdón. Thrall siempre se las ha dado de justiciero y se mete en problemas regularmente. Mi esposa pocas veces se entera, sino ya le hubiera dado un infarto —me sonríe—. Izan también es muy sensible, salió a la madre. No te tomes en serio sus palabras. En cuanto a Thrall, está vez, sí se ha metido en un gran lío.
—Yo pienso sacarlo está noche —le informo al padre sobre mi plan descabellado.
—No deberías. Lo mejor para él será pasar un par de días encerrado para que aprenda a no meterse en tantos líos —refunfuña el padre.
—Créame que todo fue mi culpa. Thrall nada tuvo que ver. El término pagando por la poca simpatía del Príncipe hacia mí —digo con rabia, de solo recordar a ese ser tan sádico me da dolor de cabeza.
—¿El Príncipe? Eso lo explica todo. A Thrall nunca le ha simpatizado el Príncipe, según él, es falso y antipático. No lo soporta. Nosotros no tenemos ningún problema con la familia real. El rey Rivas es muy noble con el pueblo y se vive bien. El Príncipe, por su parte, siempre es amable y muy simpático con su gente. No creo que Thrall esté equivocado, pero siento que debería de prestarle menos atención —da un gran suspiro—. Ese hijo mío, debe dejar de creerse un justiciero. Mira a donde lo llevó, a estar encerrado con criminales.
Me confiesa como si me conociera de años. Creo que desde hace tiempo el señor sentía la necesidad de desahogarse, pero con una esposa tan sensible no tenía con quién.
La explicación del padre explica porque sentí esa tensión entre Thrall y el Principe cuando se miraron. Probablemente, no era el primer pleito.
Al Principito no le gusta cuando las personas descubren su verdadera naturaleza. Por esa razón, me detesta a Thrall y a mí.
Quiero que el padre de Thrall vea que las acciones de su hijo no siempre están del todo mal. Carraspeó un poco y prosigo.
—Estoy muy agradecida con Thrall, no sé qué sería de mí si él no me hubiera salvado. Pienso que se necesita más gente como él, gente que no mire hacia otro lado —comento las virtudes de su hijo. Su actitud es de admirar.
—Gracias. Me deja tranquilo saber que no se sacrificó en vano.
—Espero que su esposa se recuperé —camino en dirección a la salida con intenciones de retirarme, ya no tengo nada que hacer en esta casa, solo resta esperar hasta la noche para saber la decisión de los guardias, mientras debo encontrar un lugar donde quedarme.
—Espera, no te vayas. Tienes razón, aunque las acciones de Thrall sean temerarias, tiene buenas intenciones y tú eres la prueba de ello. Solo me preocupo por mi hijo —hace una pausa—. ¿Tienes donde quedarte? Puedes quedarte aquí, tenemos el ático desocupado.
—No hace falta —digo apenada.
—Claro que sí, piensas ir a rescatar a mi hijo, lo menos que puedo hacer es ofrecerte hospedaje. Debes aceptar o me sentiré ofendido —alza las cejas.
—De acuerdo —me muestra los dientes mientras sigue abanicando a su mujer. No la ha dejado sola ni un segundo.
—Soy Robert y la mujer desmayada es mi esposa, Amelia —río ante su comentario burlesco.
—Michelle —me acerco para tenderle la mano, el me la recibe con su mano libre mientras que con la otra sigue abanicando.
Deja el abanico en la mesa y subimos la escalera en forma de L que lleva al segundo piso. Este posee un largo pasillo, a la derecha hay dos habitaciones y a la izquierda una. Al final del pasillo, un hilo pende del techo, dentro de un cuadro de madera. El señor Robert jala el hilo y aparece la escalera que conduce al ático.
Es una habitación bastante amplia, del tamaño de toda la casa prácticamente; sin embargo, se encuentra llena de polvo y telarañas. Se nota que no entran aquí hace mucho.
El señor Robert se dirige hacia un gran ventanal que da a la parte delantera de la cabaña. Hay una acumulación de sábanas encima del mueble contra la aquella pared. Él las retira de un jalón logrando apreciar una cama doble debajo de estás. La cama se encuentra en buenas condiciones, desentona con los objetos alrededor olvidados.
—Espero que no te incomodé el polvo. Hace mucho que no usamos el ático.
—Está bien —miento, el polvo me da alergia, pero no puedo comentárselo, ya que me brindó un techo gratis.
—Te dejo entonces —se retira y la escalera se reincorpora.
Encuentro una escoba y me pongo a limpiar. Debo deshacerme del polvo que me rodea y me asfixia. Abro la ventana, el aire necesita circular en esta habitación trancada por años.
Nunca limpie mi habitación. Si mi familia me viera ahora, no me reconocería.
Luego de un rato de estar limpiando me desplomo en la cama. Me siento agotada tanto física como mental. No resisto el cansancio. Han sido demasiadas emociones en pocas horas. Los párpados se me caen y me entregan a Morfeo.
Cuando despierto puedo ver la figura de alguien sentado en la cama. Se trata de la señora Amelia, quien al parecer, lleva un rato tratando de despertarme.
—¿Se encuentra mejor? —pregunto mientras me reincorporo a la cama y me restriego los ojos.
—Sí, fue la impresión. Mi esposo me contó que piensas ir a liberar a Thrall. Es muy valiente de tu parte.
—Solo hago lo que es debido —le sonrió, ella me regresa el gesto.
—Cuando lo veas, por favor, entrégale esto de mi parte. Los ayudará en el escape —me entrega una pequeña botella que contiene un brebaje. Lo observo preguntándome como un líquido podrá ayudarnos.
—Te estoy agradecida. Quiero que sepas que no te culpo por esto. Tengo unos hijos muy traviesos —me observa con extrañeza—. Deberías cambiar tu ropa sino quieres llamar la atención —se dirige hacia un armario de caoba. Saca un vestido rojo vino de corte largo, con mangas hasta las muñecas y cuello de cuchara—. Póntelo debe ser de tu talla. Solía ser de cuando era joven, al igual que el resto del armario. Puedes usar lo que quieras.
El vestido es hermoso, me gusta. Observo el resto de la ropa dentro del armario. Son vestidos preciosos con distintos diseños, propios de la época medieval.
—Son divinos —exclamo con una sonrisa en mi rostro.
—Te dejo sola para que te los pruebes —baja por las escaleras y desaparece.
Me quito el uniforme de la escuela, el cual llevo cargando desde que llegue a este extraño mundo. Una camisa blanca con el escudo de la escuela a un lado del pecho y una falda-pantalón de cuadros blancos y cremas que me llega a las rodillas.
Me pongo el vestido rojo vino y me queda perfecto. Diviso un espejo de cuerpo completo en una esquina de la habitación. Me dirijo hacia él y me inspeccionó. No me queda mal, pareciera que hubiera sido hecho a mi medida. Me sorprende porque, regularmente, la ropa me queda un poco más grande.
Medito sobre cambiarme también los zapatos. Caminar con calzado de cuero y medias blancas no es nada normal en este lugar. Dentro del armario, debajo de los vestidos, veo unas botas chocolates. Se ven cómodas y me las puedo poner con las medias. Me veo por última vez en el espejo. Ahora si parezco de este mundo, incluso no podrían reconocerme como la loca del pueblo.
El señor Robert me avisa que unos guardias me buscan. Bajo las escaleras y recorro el pasillo con temor. Ya Alphonse y William tienen una respuesta para mí. Me dirijo hacia ellos con duda.
—Entonces, ¿Me ayudarán? — los miro con ojos de clemencia.