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Capítulo 4 Planes.

Renzo subió al avión privado, junto con Walter, y respiro con alivio cuando vio a la pequeña Lizbeth allí.

— Hola hermosa. — saludo el castaño y la rubia lo acribillo con la mirada.

— Walter hazme el favor y por una vez en la vida actúa como mi hermano mayor y haz que tu amigo desaparezca de mi vista. — lo odiaba, con todas sus fuerzas, no importaba que hubiera pasado un año detrás de ella, ni sus estúpidas flores, ni que le rogara frente a todos en la universidad, Lizbeth jamás lo perdonaría y Renzo lo sabía por más molestia que le causara.

— ¿Podrías comportarte como la adulta que se supone que eres? — refuto quitando la sonrisa de su bello rostro para ver a la joven con dureza, al tiempo que se sentaba frente a ella, Walter solo suspiro y se largó a la habitación que el avión privado poseía, ver discutir a esos dos lo estresaba, en especial porque Walter consideraba a ambos sus hermanos, aunque Renzo no tuviera ningún vínculo sanguíneo con ellos.

— Oh, créeme, Renzo, demasiado adulta soy, debí dejar que mi padre te despedazara. — la joven no mentía, los errores que Renzo cometió fueron tantos y tan graves que incluso casi le costó la amistad a sus padres.

— ¿Cuántas veces quieres que te lo diga? Si el cobarde de tu prometido te dejo no fue porque lo golpeara, fue por el dinero que le deposité en su cuenta bancaria, comprende Liz, te hice un favor, él solo te queria por nuestro dinero y poder. — Lizbeth achico sus ojos con verdadero odio, antes de quitarse el cinturón de seguridad y sacar a su hermano de la recamara, para terminar, cerrando la puerta con fuerza.

— A veces me sorprende la facilidad que tienes para cagarla aún más, es como que sabes que estas en arenas movedizas y aun así te mueves tanto como una serpiente, pero que pesara lo mismo que un elefante. — Dalia lo veía de lado y solo entonces se percató que su hermana estaba allí.

— ¿Y el milagro que vengas por nosotros se debe a…? — la castaña suspiro con fuerza, odiaba ser la niñera de Renzo y Lizbeth, ella era la más madurade todos, debería estar trabajando codo a codo con su madre Linda, pero en cambio la habían obligado a ir en el jet solo para cuidar a esos tres niñatos.

— A que eres un idiota y Walter un estúpido que siempre te sigue en todo los líos en los que te metes y Lizbeth… — se detuvo en ese pensamiento, sabía lo que le molestaba a la joven, eso que tanto le dolía y que Renzo no alcanzaba a comprender, quizás al ser hombre y que no quisiera nada serio con nadie, salvo con Liz, aunque Dalia lo conocía, Renzo estaba atrás de un espejismo, un capricho, el típico niño que no quiere algo, hasta que otro lo toma, eso era lo que sentía por Liz, solo fijación, veía en ella un reto a conquistar o dominar. — ¿Aun no lo comprendes Renzo? Después de todos estos años ¿aun no entiendes porque Lizbeth te odia? — lo dijo con sorpresa, porque en verdad en el fondo creía que su hermano era inteligente.

— No fue por los golpes que la abandonó…

— Ella lo sabe, idiota, tú se lo dejaste claro, le dejaste ver que jamás va a poder confiar en un hombre, porque solo la ven por su dinero, felicidades, Renzo, tú te encargaste de que Lizbeth sepa que carga con la maldición de ser una Bach. — dejo salir su frustración, porque ella también cargaba con esa maldición, salvo que Dalia era más intuitiva, era como su madre Linda, muy difícil de engañar, pero eso solo la hacía estar cada vez más sola.

— ¿Maldición?

— Sí, maldición, porque mientras a ustedes “los hombres de la familia” el dinero y poder les sirve para tener a cuanta mujer se les antoja dispuesta y mojada esperándolos en la cama, para nosotras el dinero y poder significan solo una cosa… nunca nadie nos vera por lo que somos, sino por lo que tenemos. — y en esta ocasión fue Dalia quien se puso de pie y marcho a hacerle compañía a su amiga.

— Realmente tienes un don para que las personas huyan de ti. — dijo Walter, tomando asiento a su lado.

— No todas las personas, solo mi hermana y tu hermana, las dos son tan…

— Inteligentes. — acoto Walter y Renzo giro a verlo incrédulo.

— Podría usar muchas palabras, pero inteligente, definitivamente no, ¿acaso no escuchaste que insinuó que nuestras conquistas son solo por nuestro dinero?

— Renzo, Dalia tiene razón, puedo decir sin pecar de arrogante que tenemos lo nuestro, feos no somos, pero tampoco somos deidades, sabemos seducir es verdad, nuestros padres nos enseñaron bien, pero… una cosa es que lleves a la cama alguien luego de dos, tres citas a no ser que sea algo de una noche fogosa y que luego, yo si te vi no me acuerdo, pero las mujeres literalmente se nos tiran encima, para que las llevemos a un hotel y luego, se nos quieren pegar como goma de mascar, incluso debemos ser tan precavidos como para votar nuestros preservativos al retrete para que luego no nos hagan una jugada como la de tomar el preservativo y hacerse una inseminación.

— Eso es imposible.

— ¡Renzo! Escucha, puede que tu ego se sienta herido, pero las cosas son así, nos buscan por nuestra fortuna, no porque nos aman, salvo que alguien duerma contigo sin saber tu nombre o que no te conozca de nada, solo así quizás, tal vez, realmente sea un amor real.

Las palabras de Walter pusieron a Renzo a pensar y las conclusiones que estaba sacando no le gustaban para nada, la realidad duele y mucho.

Tierra de los Zhao:

Mei dejo salir un suspiro pesado al ingresar a la villa Zhao, veía el jardín oeste y recordaba las tardes en las que caminaba con su abuelo Sug, mientras Shen veía el jardín Norte, quizás esperando ver el espíritu de su abuelo darle la bienvenida a su hogar, pero allí no había nada.

— Huang, se supone que soy la que debería llorar en silencio, no tu. — regaño de manera dulce Mei, era la menor, la mujer de la familia, pero en sensibilidad Huang le ganaba y por mucho.

— Perdón, no lo puedo evitar, extraño al abuelo. — Shen apretó los dientes, conocía cada gesto de sus hermanos, sabía que las lágrimas de Huang eran de pena, dolor, agonía, pero no eran por su abuelo, estaba seguro, algo le había pasado a Huang, algo que solo se lo contaría a su confidente, y ese por desgracia ya no estaba.

— Huang, sea lo que sea que te suceda, siempre puedes confiar en nosotros, no creo que poseamos la sabiduría del abuelo, pero no te dejaremos solo. — él los cuidaría, sería la garra más fuerte del tigre y destrozaría las cabezas de quienes hicieran sufrir a sus hermanos, de eso no había dudas.

— Lo se hermano, lo se. — aseguro bajando su cabeza.

— ¿Entonces? — indago Mei, la paciencia no era lo suyo.

— No me sucede nada, solo extraño al abuelo.

Mentía, sus hermanos lo sabían y eso no solo los preocupaba, también los enfurecía, porque si Huang se reusaba a confesar que le sucedía solo podía ser por dos razones, él había cometido un error que ponía en riesgo su bienestar, o alguien que él apreciaba lo había traicionado, solo por eso guardaría silencio, pues en cualquiera de los dos casos sus hermanos desatarían el infierno.

La familia Zhao podía ser muy diferente a la familia Bach, mientras los orientales obtenían su fortuna mediante negocios nada legales y su poder radicaba en la destreza de acabar a sangre fría con sus enemigos, los Bach gozaban de una fortuna tan grande que les serviría para mantener a cien generaciones más, sin necesidad que trabajaran, y su poder lo obtenían de favores que brindaban, para algunos los Bach eran reyes, otros los consideraban dioses que ayudaban en el momento preciso, y para algunos eran el mismo diablo tentándolos a darles lo que desearan a cambio de que les debieran un favor, uno que ellos cobrarían como y cuando quisieran; pero, había algo en lo que ambas familias eran iguales y eso era el amor a sus hijos, mientras Linda y Rene se propusieron aprovechar las vacaciones de sus hijos para tratar de unirlos una vez más como cuando eran niños y poseían esa alegría y camaradería, Jade y Loan estaban dispuestos a aprovechar ese tiempo para guiar a sus hijos, ahora sabían qué lugar ocuparía cada uno en la organización, y debían darse a la tarea de que sus hijos lo aceptaran, pero muchas veces lo que uno planea, no es precisamente lo que sucede.

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