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5

Él recuerda las almas que no

Pudo conservar, por eso no te

Deja de mirar...

Adrien manejaba en silencio, no faltaba mucho para llegar a la casa de Camila. Estaba pensativo, atento a lo que podría pasar en ese momento. Camila no sabía qué decir, si él no hablaba, ella tampoco lo hacía. Pero era curiosa, quería saber acerca de esa leyenda, quería saber lo qué pasó con su hermano, pero no sabía cómo reaccionaría él.

Mordiéndose el labio inferior lo miró.

—Adrien... —empezó diciendo, el chico le dio una mirada rápida—. Carmen me contó sobre una antigua leyenda. Slenderman.

Camila notó que se tensó en ese momento, apretando el volante un poco fuerte. Entonces supo que no había sido buena idea preguntar.

—No sé de qué leyenda hablas —respondió serio.

—Bueno, en realidad tampoco creo nada sobre eso, solo pensé que como vivías aquí igual sabías —se retractó.

—No es más que mentiras.

Camila alzó las cejas, quizás ya había olvidado lo que ocurrió cuando era niño, pensó, o simplemente se dio cuenta de que fue una confusión.

—Me da gusto, digo, no me gustaría experimentar algo así, nunca he sido tan creyente, pero Carmen cuenta una historia un tanto... Creíble —murmuró.

—¿Y qué historia cuenta la sabia de Carmen? —quiso saber Adrien, calmándose un poco.

Camila dudó en sí contarle lo de él y todo eso, tal vez lo pondría más enojado de lo que estaba; tal parecía que le seguía afectando mucho la muerte de su hermano, así que no quiso abrir heridas del pasado. Ella carraspeó, decidida a contarle solo una parte de la historia. Digamos que el alcohol le estaba dando más confianza para hablar.

—Lo que todos saben, que Slenderman es un hombre alto y delgado quien secuestra niños y luego los mata. —dijo—. También que acecha a las víctimas, atormentándolas.

Adrien muy en el fondo aun recordaba el incidente, se veía a sí mismo en el bosque, seguido por su hermano menor, con linternas y botas de lluvia. Se vio hablando con su hermano animadamente para después presenciar un silencio absoluto. Y después, Sandy miró detrás de él. Adrien giró.

Sacudió la cabeza para quitar esos pensamientos que no lo dejaban en paz y se dedicó a manejar. Camila lo miraba con el ceño fruncido, pero no quiso preguntar. Él solo quería sentir paz, y de algún modo, con Camila al lado la sentía. No sentía miedo, se sentía aliviado. Y eso le gustaba. Pero no quería que siguiera hablando de ese hombre. No lo soportaba.

Adrien aparcó el auto frente a la casa, las luces estaban apagadas, incluso las de la entrada.

—¿Segura que están en casa? —le inquirió el chico mirando la oscuridad de su hogar.

Camila se desabrochó el cinturón y abrió su puerta.

—Lo están, no sé porqué mamá apaga las luces —le explicó.

—No creo que tu madre te haya dejado a oscuras —le hizo saber Adrien. Camila frunció el ceño. Tenía razón.

—Pues no lo sé, siempre están apagadas todas las luces —comentó— Incluso cuando pienso que las había dejado encendidas.

Adrien notó algo raro en eso.

—Gracias por traerme, Hoffman —le dijo, saliendo del coche.

Adrien le sonrió.

—Hasta mañana, Clear —se despidió, mirándola caminar hacia la entrada— Cuídate —le susurró sin que la escuchara.

Esperó a que se metiera a su casa para irse, observó que abrió la puerta y, al estar dentro, la cerró. Estaba a salvo.

O eso creía.

Camila dejó las llaves en la mesita de la sala, quitó su abrigo, colgándolo cerca de la puerta. Estaba muy oscuro, intentó encender la luz de la sala pero no funcionaba el interruptor ¿se habrán dañado? Se preguntó. Todo estaba en silencio, se apresuró a subir las escaleras. Su respiración se empezó a acelerar al recordar la figura alta que había visto en la fiesta, sintió un miedo que jamás había experimentado.

Caminó sigilosa por el pasillo, hasta llegar a su cuarto. Al estar dentro cerró. La ventana de su habitación estaba abierta, se puso en alerta en ese momento.

Oscuridad. Luz de Luna. Oscuridad.

Eso era lo único que había.

Silencio también.

Se quitó los zapatos quedando en calcetines, caminó hacia la ventana, cerrándola al llegar. Acomodó bien las cortinas para que ningún reflejo de afuera llegara. Pero era inútil, las cortinas eran transparentes y se miraba igual que cuando la ventana estaba abierta. Se dio por vencida, así que comenzó a quitarse su ropa. Buscó su pijama y se la puso de inmediato.

Dejó el celular en la mesita de noche, y se metió en su cama. Se cobijó de pies al cuello. No podía cerrar los ojos, no quería, por más sueño que tuviera. Sus ojos cafés iban de una esquina a otra en su habitación, deteniéndose en la ventana. Siempre había dormido sola, y hasta ahora quería ya no hacerlo. Se sentía vulnerable, sentía que algo estaba allí y que si cerraba los ojos se iba a acercar.

Intentó calmarse, respirando profundo. Esa noche sería un poco larga.

Nicole se encontraba cobijada de pies a cabeza, no estaba acostada, estaba sentada al estilo Indio con su teléfono celular. La ventana se empezó a abrir demasiado suave a causa de un ligero viento. Ella escuchó el sonido que hace cuando la abres. Se detuvo de hacer lo que estuviera haciendo en su celular y se quedó quieta, con los ojos muy abiertos. De alguna manera se sentía a salvo con la sábana cubriéndola. Pero alguien estaba abriendo la ventana, pensó.

Dio varias respiraciones para armarse de valor, fue quitando la sábana lentamente de su cabeza. Al hacerlo pudo observar la ventana abierta, el viento frío entrando a través de ella. Rápidamente encendió la linterna de su celular. Sacó los pies de la cama, empezando a caminar hacia ella. Sacó la cabeza por la ventana, alumbrando hacia abajo. No había nada ni nadie, solo árboles y hojas caídas. Levantó la vista, contemplando la hermosa luna que la iluminaba.

Pero de repente sintió que alguien la observaba, allí en el bosque, así que de inmediato cerró la ventana y se volvió a meter a la cama. Desde ayer había tenido esa sensación pero no había querido ponerle demasiada importancia porque pensaba que era la mudanza, nueva casa y nueva ciudad. Pero hoy se daba cuenta de que no era por eso.

La luz de su celular alumbraba toda la habitación, pero en un segundo, no siguió más. Nicole revisó su teléfono para saber porqué se había apagado.

Batería baja.

Arrugó su cara ante la situación, estaba segura de que tenía 89% de carga. No importaba, ahora estaba en la oscuridad. Sacó su mano e intentó encender la lámpara de noche, pero no encendía.

Genial, pensó, ¿y ahora qué iba a hacer?

Pero de repente, unos ruidos provenientes de debajo de su cama la hicieron quedarse paralizada, casi sin respiración. Eran como arañazos, arañazos que algo o alguien los provocaba. Estaba debajo de su cama. Ni siquiera tenían un perro. Nicole estaba muerta de miedo, quería salir corriendo pero ahora con algo debajo de ella no le parecía buena idea. Quería gritar, pero eso alarmaría a su madre y a su hermana. Su hermana ¿habrá venido ya? Se preguntó. Quería ir donde ella, no podía llamarla porque su teléfono se había quedado sin pila.

Dejó de pensar en el momento en que los arañazos no siguieron. Se había quedado todo en silencio, como antes. Era una buena oportunidad de salir corriendo. Se sentó en la cama, observando cada rincón de su habitación. Quitó su sábana con sumo cuidado. Su mirada quedó en el armario frente a ella. Tenía rendijas en la puerta, no podía ver que había dentro, pero estaba segura de que lo que estaba allí podía verla a ella. La sensación de estar observada provenía de allí. Lo sabía. Lo sentía.

Contó hasta cinco, un, dos, tres, cuatro y cinco. Salió corriendo lo más rápido que pudo, abrió su puerta no importándole si quedaba abierta o no. Corrió por el oscuro pasillo solitario hasta llegar a la puerta de su hermana. La abrió rápidamente sin tocar.

Camila se suspendió en el momento en que alguien entró a su habitación, azotando la puerta tras de ella. Se llevó una mano al pecho al notar que solo era su hermana.

—¡Nicole! —la regañó en silencio— ¿Qué se supone qué haces?

Nicole se acercó a ella, metiéndose entre las sábanas y acurrucándose cerca. Camila la miró sin entender.

—Lo siento —susurró— Espero que no te importe que hoy duerma contigo —le dijo, pero su voz estaba temblorosa.

—¿Qué te paso? —quiso saber Camila sin entender.

—Solo quiero dormir tranquila —respondió.

Camila no puso objeción, además la situación la beneficiaba. Ella tampoco quería dormir sola, así que, como buena hermana que era, se acurrucó cerca de ella y la abrazó. Estando juntas no sentían miedo.

Y, por primera vez desde que se habían mudado a esa casa, pudieron dormir en paz.

***

A la mañana siguiente Camila y Nicole caminaban juntas por los pasillos del instituto. No hablaban de lo qué pasó anoche, era un tema que no querían recordar. Los estudiantes las miraban extraños, raros, algo que no había pasado y ellas se dieron cuenta.

—¿Porqué nos miran así? —le preguntó Nicole.

—Solo ignóralos —respondió Camila abriendo su casillero.

—Es incómodo.

Chris, Adrien y Verónica se encontraban al final del pasillo.

—¿Crees que sepan? —inquirió Verónica.

—Lo dudo —respondió Chris—. A menos que alguien más les haya dicho.

—Hoy se miran fatal.

Se referían a la leyenda.

—Carmen les dijo —habló Adrien después de un rato. Ellos dos lo miraron— Ayer me lo comentó Camila.

Una chica de tercer año cargaba sientos de papeles imprimidos en su brazo. Iba pegándolos en cada esquina del colegio. Los demás chicos se acercaron a ellos, murmurando cosas. Dado que el hombre había vuelto.

—¿Qué pasará? —se preguntó Nicole al ver el alboroto.

Camila los observó, la chica rubia que llevaba los papeles se acercó a ellas, pasándoles al lado, iba directo a pegar un volante en la pared cerca de los casilleros. Al pegarlo y marcharse, las dos hermanas se acercaron al papel.

Desaparecido:

Héctor Green. 18 años de edad.

Más abajo se encontraba la foto del chico. Camila lo reconoció, era el mismo con el que estaba hablando ayer y había desaparecido ¿qué le habrá pasado a ese chico? Pero lo más importante y principal era ¿quién se lo llevó?.

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